Usted está aquí: viernes 28 de diciembre de 2007 Opinión Economía Moral

Economía Moral

Julio Boltvinik
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Reflexiones al finalizar 2007

Otro mundo es posible y necesario, pero no será capitalista

La rebelión de las oligarquías en Bolivia contra las políticas nacionalistas y de transformación de Evo Morales recuerdan que, como ocurrió durante el gobierno de Allende en Chile, la burguesía está dispuesta a todo, incluso al golpe de Estado para proteger sus intereses, como hizo también en Venezuela contra Chávez. La supuesta vocación democrática de las clases dominantes se esfuma apenas sus intereses se ponen en peligro. Incluso la vigencia de las garantías individuales se cancela mediante copias de la Ley Patriota de Bush (como la reforma judicial en México) para controlar la resistencia popular y garantizar las ganancias capitalistas.

El principio nodal de la democracia: cada persona un voto es profundamente subversivo, iguala a un campesino pobre con un miembro de la lista de Forbes, y contrasta agudamente con la lógica de los mercados en los que todos se expresan, pero cada quien de acuerdo con su poder adquisitivo: un voto ponderado.

Por ello, podemos interpretar los espots negros del Consejo Coordinador Empresarial y del PAN contra AMLO, así como la ira de Azcárraga, de Salinas Pliego y los demás súper ricos ante la reciente reforma electoral, como la defensa a ultranza del principio no escrito, pero vigente, de la democracia de mercado, que sostiene que si bien todos pueden votar, el voto es, como en el mercado y en las asambleas de accionistas, un voto ponderado. En el fondo, éste significa que quien vota no es la persona, sino su bolsillo o su participación en las acciones de la empresa o en la riqueza nacional. Que el poder político emana del poder económico y no del pueblo. Pero como las reglas electorales escritas establecen la otra democracia: la de cada ciudadano un voto, los dueños del país se arrogan el derecho de recurrir a todas las marrullerías posibles para hacer valer su mayoría ponderada: uso de sus medios para manipular a la población; guerra sucia electoral, incluyendo todo tipo de espots; compra del voto; presiones ante el IFE y el TEPJF; y si fuesen necesarias, acciones más radicales: es decir, no sólo el fraude patriótico, sino la violencia patriótica.

De lo dicho se deriva que las transformaciones económicas, sociales y ambientales posibles a través de la vía electoral y las modificaciones legislativas son, en general, limitadas. Entre quienes han llegado a conclusiones similares hay dos tipos de respuestas: la de quienes sostienen que los cambios sólo pueden alcanzarse mediante la toma violenta del poder, que son cada vez menos, y de quienes sostienen que hay que hacer las transformaciones desde abajo, desde lo local, que por la influencia paradójica del EZLN (que se dio a conocer con una insurrección armada) son cada vez más.

La tarea que tenemos que enfrentar como humanidad, y de la cual depende nuestra supervivencia como especie, es la transformación completa del capitalismo. Es indispensable sustituir la depredación de la naturaleza y del ser humano, inevitables en el capitalismo, que al ubicar como principio supremo la acumulación de valores mercantiles, de ganancias, sacrifica todo en su nombre, por un sistema social que ubique como principio supremo el desarrollo pleno de las potencialidades humanas en armonía con la naturaleza. Esta tarea rebasa las posibilidades de la transformación desde abajo, por lo cual esta vía, que debe impulsarse ampliamente, debe combinarse con acciones a escala nacional y global.

Hay dos razones por las cuales esta tarea tiene que hacerse pronto. Una es la destrucción del planeta. El capitalismo se resiste a adoptar las medidas que resultan indispensables para frenar el signo más dramático de destrucción planetaria: el cambio climático. La otra razón es que el capitalismo está llegando a su fase terminal. Sé que esta frase tiene poca credibilidad porque la han dicho los marxistas una y otra vez desde hace más de un siglo. La relación central del capitalismo, entre el capital y el trabajador asalariado, fuente única de la plusvalía y, por tanto de la acumulación de capital, está en vías de extinción porque la revolución científico-técnica de nuestro tiempo permite ya sustituir el trabajo humano por la robotización.

Aunque el capitalismo resiste la robotización plena porque presiente que cava su propia tumba, todos los días somos testigos de la robotización de los servicios (la de la industria no es tan visible). Por dar dos ejemplos, ahora los análisis clínicos están totalmente robotizados en al menos una empresa del ramo en México; los estacionamientos de centros comerciales y otros lugares muy concurridos han sido robotizados: uno le paga a un robot que incluso da cambio, mientras otro robot lee el ticket que el primero marcó y permite a los autos la salida, autos producidos total o casi totalmente por robots. Esto explica que ya no haya trabajo de tiempo completo y razonablemente bien pagado para todos los que quieren trabajar. La producción crece sin crear nuevos empleos. Los que no consiguen buenos empleos sobreviven en la economía informal. Sin embargo, su poder adquisitivo es muy bajo y no pueden adquirir los bienes y servicios que los robots pueden producir. Las economías tienden a la sobreproducción y a la crisis. El crédito y algunos instrumentos de la bolsa estimulan artificialmente la economía llevando el poder adquisitivo de los consumidores del sector formal más allá de su capacidad real, lo cual tiende a crear crisis periódicas como la actual del sector inmobiliario en EU. Estas contradicciones serán cada vez más agudas.

En este escenario, la tarea central parecería hacerse más fácil porque el capitalismo se debilitará, pero al mismo tiempo será cada vez más difícil porque en sus intentos de sobrevivencia se hará cada vez más violento. Otro mundo es posible, pero ese otro mundo no será capitalista. Este otro mundo es el único posible. El que conocemos ya no es posible.

 
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