Usted está aquí: lunes 24 de diciembre de 2007 Opinión ¿La fiesta en paz?

¿La fiesta en paz?

Leonardo Páez
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¿Morir, aburrir o “decir”?

Por lo general los toreros lo ignoran pero la gran mayoría –supuestas figuras o aparentes desconocidos– suele aburrir, en parte por su ánimo desmotivado y en parte, claro, por los toros desbravados que enfrentan y un mínimo de corridas toreadas.

Salir a decir –a explicar, a exponer y sobre todo a reflejar– ya con el corazón, con el cerebro o con una mezcla de ambos, es compromiso de todo artista ante su público, sea éste conocedor o ignorante, ocasional o asiduo, comprometido o frívolo. “Los públicos no saben, pero sienten”, dejó dicho el maestro Paco Gorráez, pero nadie tomó nota.

“Salir a morirse” es una de las numerosas frases hechas que día a día se gastan en la afanosa conservación de un mito-rito-tradición-liturgia laica que aún pervive en contados países extraños, entendiendo por éstos los que a pesar de todo conservan ceremonias supuestamente primitivas, extemporáneas, crueles, sanguinarias y otras lindezas, a partir de una sobrevaloración por parte de las naciones “avanzadas”.

El arte del toreo, como el resto de las artes, es fundamentalmente un asunto de decir, de reflejar, de emocionar, de tocar “las telillas de corazón”, como decía Miguel de Cervantes, en todos y cada uno de cuantos contemplan escenas entre toro y torero, sea en un coso monumental o en una plaza de trancas, vaya, de quienes se atreven a asistir, en pleno siglo XXI, ¡a una plaza de toros! (habiendo tantos canales de televisión, ¡carajo!).

Hace ocho días, en la Plaza México, Uriel Moreno El Zapata, oriundo de la población tlaxcalteca de Españita, demostró que luego de una década de afanar y triunfar por los ruedos latinoamericanos, había por fin alcanzado el suficiente grado de madurez para reflejar su propio espíritu y el espíritu de otros.

El Zapata entendió que entre “salirse a morir” y salir a aburrir –involuntariamente, desde luego–, había un dorado término medio –“aurea mediocritas”– que obligaba a salir a decir, concepto poco desarrollado en la actual tauromaquia, monótona y predecible más que intemporal, que impone lucirse a costa de lo que sea, vaya, con el toro bueno, regular, malo, pésimo o soso.

Y sucedió lo imposible: El Zapata imaginó, previó, fluyó, expresó y conmovió con la embestida del bravo toro de Santa María de Xalpa, al que bordó imposibles muletazos y entregado trasteo, luego de adornar con líricos viajes banderilleros el morrillo del astado. ¡Ah, qué buen torero!

En la octava corrida de la temporada grande en la México, otros tres toreros lograron decir, luego de dudar entre morirse o aburrir: los mexicanos Alberto Huerta y Xavier Ocampo y el español Manuel Ruiz, quienes frente a un interesante encierro del actor y ganadero Gonzalo Vega, tuvieron la gallardía de ponerle el pecho a unos pitones “poco propicios para el lucimiento”, como dicen los imbéciles. Mi emocionada enhorabuena a los tres diestros porque, además de salirse a morir, supieron decir. Gracias.

 
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