Usted está aquí: domingo 23 de diciembre de 2007 Opinión Sicko

Carlos Bonfil
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Sicko

Ampliar la imagen Michael Moore, director de Sicko, documental con su característico estilo sobre la salud pública en Estados Unidos Michael Moore, director de Sicko, documental con su característico estilo sobre la salud pública en Estados Unidos Foto: Archivo

Estados Unidos: población, 300 millones. 50 millones carecen por completo de seguro social médico, y las cinco partes restantes que sí lo poseen pueden perderlo en cualquier momento si se descubre que padecen alguna de las docenas de enfermedades que dicho seguro no cubre, y que pueden ser prexistentes, ignoradas por completo por el paciente o erróneamente detectadas por médicos al servicio de las aseguradoras privadas.

Esta realidad la expone de manera contundente Sicko, el documental más reciente de Michael Moore (Masacre en Columbine, Fahrenheit 11/9), mediante una serie de testimonios centrados en personas supuestamente beneficiadas por las aseguradoras en Estados Unidos, que relatan las tácticas de obstrucción y negación de servicios que han padecido en carne propia o al perder familiares, debido a un estado de corrupción generalizada, donde farmacéuticas y hospitales privados anteponen las ganancias económicas a la vocación de servicio social.

En una comparecencia frente al Congreso estadunidense, la doctora Linda Pino admite arrepentida su responsabilidad en la muerte de personas que pudieron haber salvado la vida de no haber ella cooperado con las compañías aseguradoras para minimizar el estado de gravedad de sus pacientes.

Michael Moore señala la gran paradoja: la nación más poderosa del planeta posee un sistema de salud inoperante e injusto, al borde de la quiebra, que la Organización Mundial de la Salud clasifica en el lugar 37, justo después de Eslovenia. En contraste, la mayor parte de los países desarrollados, muchos con gobiernos conservadores, Canadá, Francia y Gran Bretaña, pero también Cuba, garantizan la salud de su población al aplicar una cobertura médica universal, según el principio social de que las personas sanas o con mayores ingresos económicos deben cubrir, mediante los impuestos, las necesidades de los enfermos o de los más desfavorecidos.

En Masacre en Columbine, al documentalista le basta cruzar la frontera norte para encontrar en Canadá un clima social sin paranoia y sin un culto desmedido a la violencia. La libre posesión de armas en Estados Unidos, impulsada desde el discurso oficial, lejos de proteger a los ciudadanos los coloca en una situación de vulnerabilidad extrema. En Sicko la estrategia es similar: Michael Moore viaja a Canadá para mostrar una población más saludable, más protegida, con mayor esperanza de vida, que juzga inconcebible que un gobierno no garantice por completo la salud de sus gobernados. Otro tanto sucede en Inglaterra y Francia. Y si las visiones parecen idílicas, casi inverosímiles, la situación real es en cambio verificable: nadie en esos países es expulsado de un hospital por no tener dinero, nadie muere en la calle por carecer de seguro social y los enfermos reciben en sus casas la visita de un trabajador social que les ayuda en sus faenas, todo a cargo del gobierno, con dinero del contribuyente.

Una secuencia humorística, con el estilo de Moore en su mejor momento, ilustra la embestida mediática conservadora en contra de la medicina socializada. Surgen como jinetes del Apocalipsis los demonios del comunismo y el ajusticiamiento de la libre empresa. “¿Se imagina una sociedad en la que no podrá usted elegir su propio médico ni el hospital de su preferencia?” Preferible un sistema como el que prevalece hoy en Estados Unidos, donde una elite administra y controla el bienestar de una mayoría que sobrevive como puede, una población “desmoralizada, pesimista y asustada”, pero que conserva la ilusión de poder elegir el mejor tratamiento, siempre inalcanzable.

En Sicko, Michael Moore ofrece evidencias irrebatibles del fracaso moral de una medicina al servicio de la eficacia empresarial. Recuerda el aplauso de Nixon, en 1971, a la ecuación medicina igual a negocio, y también los bonos que ofrecen las aseguradoras a los empleados que exitosamente justifican le negación de los servicios a sus asegurados, incrementando así sus ganancias. Tampoco olvida el impulso que pretendía dar Hillary Clinton a la medicina social, para luego aceptar ser retribuida y silenciada por las mismas compañías médicas cuyo poder había impugnado.

Moore maneja los datos y las imágenes con precisión y sin estridencias, no necesita manipular una realidad muy conocida ni tampoco justificar una objetividad en este caso ilusoria. A diferencia de los temas de sus películas anteriores, el asunto de la salud compete esta vez a todos, y en esa medida cada espectador puede juzgar por sí mismo la pertinencia y la oportunidad de cada señalamiento. Un documental sobresaliente. Se exhibe en la Cineteca Nacional.

 
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