Usted está aquí: martes 18 de diciembre de 2007 Opinión El nuevo nadir zapatista

Luis Hernández Navarro

El nuevo nadir zapatista

Desde hace 13 años una moda recurrente entre diversos analistas políticos es proclamar la debilidad y el agotamiento del zapatismo. Los últimos meses de 2007 no son la excepción. Académicos, periodistas y distintos medios de comunicación escritos anuncian, ahora sí, el declive inevitable de la rebelión del sureste mexicano.

Curiosamente, cada vez que se profetiza el nadir del EZLN, éste rebrota con particular empuje en terrenos insospechados de la escena pública nacional o internacional. Incapaces de comprender la naturaleza, el vigor y las raíces de la revuelta indígena, los detractores confunden a menudo su despecho, sus rencores, sus deseos y la opinión publicada con lo que verdaderamente está sucediendo. El mundo de la política es mucho más amplio que lo que acontece en el campo institucional y difunden los medios de comunicación.

Es indudable que el rompimiento del zapatismo con el conjunto de la clase política, el Partido de la Revolución Democrática (PRD) y el lopezobradorismo incluidos, le ha restado el apoyo de antiguos aliados. Intelectuales y activistas de la izquierda institucional lo critican acremente. Su inserción en los medios de comunicación ha disminuido sensiblemente. El discreto encanto del que disfrutaba entre sectores de las clases medias se ha esfumado. Sin embargo, estas bajas reales no implican que no cuente con aliento, municiones y capacidad de convocatoria.

A lo largo de 13 años, más allá de sus sectarismos, errores y descalabros políticos, los rebeldes han sabido reinventarse genuinamente una y otra vez. Y han conservado vivo su principal capital: su fuerza ética.

La última demostración de este ímpetu es la realización del coloquio Planeta Tierra, en homenaje a Andrés Aubry. En él participan algunos de los intelectuales antisistémicos más importantes del movimiento contra la globalización neoliberal, al lado de pensadores nacionales de talla internacional y asesores de la Vía Campesina. Todos comparten una mezcla muy original de heterodoxia teórica con la búsqueda de alternativas al capitalismo.

El acto es un momento privilegiado para el diálogo entre quienes nadan a contracorriente de las tendencias dominantes. Un lugar de encuentro entre fuerzas políticas de izquierda de “carne y hueso” y pensadores críticos que no han sucumbido al canto de los cisnes del poder.

A diferencia de otros seminarios académicos, quienes asisten a éste deben pagar sus gastos para llegar hasta San Cristóbal de las Casas. Los participantes, intelectuales que brillan con luz propia en el mundo de las ciencias sociales y las artes, lo hacen gustosos de asociar su nombre con el de la causa zapatista.

Pero el coloquio no es un hecho aislado. Apenas en octubre de este mismo año se efectuó, con gran éxito, en Vícam, Sonora, el Encuentro de Pueblos Indígenas de América. La reunión, convocada por el EZLN, marcó el punto de arranque de un proceso de organización continental de las etnias de gran calado en el continente. Tan sólo a su inauguración asistieron 537 delegados indígenas (el número creció con el paso de los días) procedentes de 12 países americanos, pertenecientes a 54 pueblos.

Sin becas ni viáticos, los representantes indígenas viajaron miles de kilómetros para darse cita en medio del desierto. Con una logística precaria y el hostigamiento gubernamental en su contra; con sobriedad, envueltos por un fuerte sentido anticapitalista, resolvieron parte de sus diferencias ancestrales y avanzaron en la unidad.

El zapatismo ha avanzado también, significativamente, en el tejido de una alianza de largo aliento con Vía Campesina, la más importante y combativa organización internacional de agricultores del planeta. Con ella, los rebeldes mexicanos ampliaron su tradicional campo de relaciones, concentradas en el altermundismo europeo. Se trata de una convergencia anunciada públicamente en marzo de este año, durante el inicio de las actividades de la segunda etapa de la otra campaña en San Cristóbal de las Casas, cuando Joao Pedro Stedile, dirigente del Movimiento de los Sin Tierra de Brasil, y Rafael Alegría, de la Campaña por la Reforma Agraria, mandaron mensajes videograbados al EZLN.

La confluencia entre Vía Campesina y el zapatismo tiene como telón de fondo el regreso de la reforma agraria en Asia, África y América Latina o, más adecuadamente, de la intensificación de la resistencia campesina (e indígena) contra el despojo de sus tierras, territorios y recursos naturales. Florece al margen –y en ocasiones en contra– de las contrapartes de la internacional campesina en México.

Ninguna de estas iniciativas internacionales sería posible de no haberse consolidado y extendido la construcción de la autonomía de hecho en las comunidades zapatistas, materializada en las juntas de buen gobierno y los municipios rebeldes.

Algunos trabajos académicos antizapatistas recientes han querido documentar una supuesta deserción de las bases de apoyo rebeldes, argumentando la lealtad intermitente del mundo indio hacia distintos proyectos políticos (PRI, diócesis de San Cristóbal, organizaciones productivas, EZLN) y su reciente adscripción a un liderazgo no rebelde. Lo cierto es que la realidad es mucho más compleja de lo que estos estudios concluyen y el zapatismo sigue gozando de cabal salud e implantación entre los indígenas chiapanecos.

Caminando en sentido contrario a la dinámica nacional hegemónica, desafiando al conjunto de la clase política, el zapatismo mantuvo durante 2007 una iniciativa de hacer otra política que le ha permitido hacer crecer su proyecto autonómico en un amplio territorio, resistir el acoso gubernamental en su zona de influencia, trabar nuevas alianzas internacionales sólidas con fuerzas subalternas y dialogar con un abanico de relevantes intelectuales altermundistas europeos y latinoamericanos. Nada que ver con el apocalíptico anuncio de su nadir que sus detractores difunden.

 
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