Usted está aquí: domingo 16 de diciembre de 2007 Política Bajo la Lupa

Bajo la Lupa

Alfredo Jalife-Rahme

Rusia: hacia la Gazpromcracia

Ampliar la imagen Dmitri Medvedev el martes pasado en Moscú Dmitri Medvedev el martes pasado en Moscú Foto: Ap

Tenía que ser: el zar geoenergético global Vlamidir Putin, apuntalado por su aplastante triunfo electoral en la Duma, ungió a Dmitri Anatolyevich Medvedev (abogado de San Petersburgo, viceprimerministro y más que nada diseñador de la exitosa política gasera de Gazprom), como su sucesor.

Dicho sea con humildad de rigor, ya habíamos previsto que el abogado Medvedev sería el probable delfín del zar geoenergético (“El rublo ruso da inicio a la competencia con el dólar”; Bajo la Lupa, 5/07/06), quien fungirá como primer ministro a partir de la primavera de 2008, cuando se celebren las elecciones presidenciales, cuyo resultado es más que conocido debido a la apabullante aprobación del zar Putin.

La suerte popular de Baby Bush es inversamente proporcional a la de su contrincante global, Putin: el primero se hunde en el abismo de la reprobación ignominiosa, mientras el segundo destaca con más de 85 por ciento de aceptación, lo cual refleja en última instancia el destino de las dos grandes potencias en los recientes siete años, cuando Rusia resucitó de los cementerios neoliberales y Estados Unidos feneció militarmente en la antigua Mesopotamia.

No se trata de tropicales caprichos foxianos, sino de una elaborada geoestrategia de la potencia nuclear rusa (primer productor de gas mundial) que mueve estupendamente sus hidrocarburos en el tablero del ajedrez mundial. El genio geopolítico de Putin entendió perfectamente los tiempos y los alcances del control de los recursos de los hidrocarburos; todo lo contrario de los mediocres talibanes neoliberales “mexicanos”, quienes no alcanzan a vislumbrar el horizonte geoenergético y han sucumbido en una disfuncional vulgaridad fiscalista que solamente sirve para nutrir parasitariamente a una corte cleptocrática y a una cohorte de piratas, que solamente buscan enriquecerse en detrimento del bien común poniendo en riesgo la integridad, la seguridad y la viabilidad de la nación.

Este comentario sobre los fiscalistas talibanes neoliberales “mexicanos” (en realidad se trata de piratas entreguistas apátridas) no es ocioso, porque emulan la conducta de los mafiosos “oligarcas” rusos durante la fracasada privatización energética que estuvo a punto de desaparecer a la antigua URSS de la faz de la Tierra en la fase aciaga del cándido Boris Nikolayevich Yeltsin.

En contraste a los multimedia de Israel (donde reside más de un millón de personas de origen ruso) que se han visto muy precavidos, la mendaz prensa anglosajona ha despotricado contra el “simulacro” electoral del aplastante triunfo del partido Rusia Unida, de Putin, cuando en México cerraron los ojos en forma hipócrita a la imposición de un tecnócrata de quinta, el cordobista Zedillo, quien llegó al poder gracias al asesinato de Luis Donaldo Colosio: tales son las dos pesas y mil medidas de Washington y Londres sobre los asuntos “democráticos” cuando brotan sus intereses geoenergéticos.

Con el apátrida fiscalista Zedillo a las trasnacionales anglosajonas se les facilitaba la entrega del petróleo mexicano, mientras que con el tecnócrata abogado, por cierto muy talentoso y exitoso, Medvedev, se les obstaculiza la captura de los energéticos rusos. Así que no es lo mismo ser un tecnócrata bendito que uno maldito cuando se trata de quién entrega los energéticos a las trasnacionales anglosajonas.

Putin lanza una señal combinada: por un lado, entroniza como su sucesor a Medvedev, un abogado de empresas privadas y estatales, además de ser un renombrado académico de la Universidad Estatal de San Petersburgo (la más occidental de las ciudades rusas) quien mantiene estupendas relaciones con Europa del Norte y favorece lo que pudiéramos llamar una “social democracia de libre mercado” con regulación estatal; y dos, al quedarse con el puesto de primer ministro, Putin marca la sana distancia con el eje Washington-Londres, al poner en tela de juicio varios tratados militares que ya había pisoteado el régimen torturador bushiano.

Con Medvedev se coquetea con Europa del norte (léase: los países germánicos y escandinavos) mediante la carta geoenergética que ha manejado magistralmente en los recientes siete años desde la dirección de Gazprom, mientras Putin se consagra, después de haber resucitado a su país de entre los muertos, a promover el incipiente orden multipolar y a establecer los nuevos equilibrios de poder global con Estados Unidos, China, la Unión Europea e India (en ese orden).

La mendaz prensa anglosajona, después de haber hecho el ridículo frente al aplastante triunfo parlamentario de Putin, ahora se va a la yugular del régimen para exhibirlo como un omnímodo poder autoritario unipersonal (The Financial Times, 14/12/07) y ve la paja en el ojo ajeno cuando tiene tremenda viga en sus propios globos oculares: la hilarante “democracia” estadunidense es de corte decimonónico, es decir, el voto popular no cuenta y la plutocracia mantiene el control del poder debido al voto indirecto del colegio electoral; después del infierno de Abu Ghraib, el régimen torturador bushiano haría mejor en no tocar el tema candente de los “derechos humanos”.

Más aún: en las fases anormales de los países, como fue el caso de Estados Unidos después de la Gran Depresión, uno de los mejores presidentes de toda su historia, Franklin D. Roosevelt (ya no se diga cuando se contrasta con el pueril Baby Bush), fue elegido tres veces consecutivas y pudo rescatar a su país del desastre financiero en que lo había sumido la parasitaria banca de J. P. Morgan, lo cual le prohijó la plataforma para su despegue como la superpotencia del siglo XX.

En términos de poder crudo y rudo, ¿dónde radica el problema de que en la fase exquisitamente delicada de Rusia, que requiere de intensos e intensivos cuidados después de su pulverización geopolítica en 1991, Putin consiga, lo cual no es el caso, tres mandatos sucesivos con el fin de consolidar sus logros apoteósicos de los pasados siete años? No son momentos de experimentos para complacer a sus rivales enemigos geopolíticos anglosajones.

Lo cierto es que Gazprom se convirtió en el pivote de la resurrección rusa y, a nuestro juicio, la unción de Medvedev consolida lo que pudiéramos denominar la Gazpromcracia. Se trata de un poder dual, el gas ruso, la primera reserva del planeta, bajo la cobertura nuclear del principal competidor geoestratégico militar de Estados Unidos. De ahí se deriva el genio geopolítico de Putin, quien no solamente restatizó la principal gasera rusa, después de habérsela arrebatado de las manos de sus peores enemigos (los piratas apátridas oligarcas), sino que la transformó en una de las principales empresas globales, hoy la tercera a escala planetaria en términos de “capitalización de mercado” (detrás de PetroChina y Exxon-Mobil, para que se enteren los ignorantes fiscalistas talibanes neoliberales “mexicanos”, quienes han descuartizado Pemex en similitud a los piratas oligarcas rusos), sino que también utilizó los colosales ingresos de la gasera para posicionar a su país con la tercera reserva de divisas del planeta, casi 450 mil millones de dólares, al haber desbancado a Taiwán y ubicarse detrás de China y Japón.

Nada menos que Medvedev, exitosamente fuerte con un valor de capitalización de mercado de Gazprom por 345 mil millones de dólares, prometió que en otros siete años hará que la empresa equivalga a más de un millón de millones (un trillón en anglosajón) de dólares. ¡Tal es la hazaña geoenergética global de la dupla Putin- Medvedev!

El vuelo del gas ruso apenas inicia su odisea planetaria, pues irá desplazando paulatinamente al petróleo como una de las principales fuentes geoenergéticas, debido a su mayor eficiencia y a su menor contaminación en igualdad de condiciones. Rusia entró de lleno en la Gazpromcracia.

 
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