Usted está aquí: domingo 16 de diciembre de 2007 Cultura Escalera al vacío

Bárbara Jacobs

Escalera al vacío

Y a todo esto, ¿de qué están hechos los sueños? Porque Shakespeare dice que estamos hechos del material del que están hechos los sueños y lo único que se me ocurre replicar es que entonces somos equivocación, absurdo, humo y miedo, que es la sensación con la que suelo despertar. Para que me entiendan, visualicen una escalera de concreto que arranca de la acera en la esquina de una calle y que termina en lo alto en una rampa o descanso que, del otro lado de un frágil cordón deshilachado sujeto a cada extremo de un muro bajo que encajona la rampa o descanso, da a la nada. Escalera al vacío, podría llamarse, aunque con buena voluntad puedes deducir que es la escalera sur de un puente, sólo que sin el puente y sin su contraparte, la escalera norte, por diferenciarlas, en la que en todo caso remataría el puente si hubiera sido terminado. Quiero decir que a veces amanezco escalera sur al vacío, escultura escalera. A veces, por otra parte, soy rama, como cuando mi gatita no quiere quedarse quieta sobre mis piernas y en su inquietud escala mi pecho y busca acurrucarse entre mi pelo y el cuello interior de mi saco. No soy rama, le digo para que distinga entre mi cuerpo y la enredadera contra el muro este en el jardín en el que hizo o ha hecho su nido, porque ella, a su vez, suele amanecer pájaro, águila tierna, paloma, avestruz o pata. En la carretera sigo una larga y curva flecha roja pintada a lo largo del pavimento y leo una señal que indica que únicamente sigas la flecha si al vehículo en el que viajas se le han gastado los frenos. ¿La flecha te conduce a una bolsa de aire enorme y resistente que te detiene, que te envuelve y que te impide caer de frente al barranco? Hay momentos en que soy el autobús, el tren, la motocicleta, el coche, el camión de carga sin frenos que se dirige al despeñadero como si no tuviera cosa mejor que hacer. Y el conductor canta alegremente, como si no se diera cuenta de la orientación que indica la brújula y no supiera para nada a dónde va. Amaneció loco, pienso, si lo veo correr desenfrenado, y qué contento se dirige hacia el barranco. Se desbarranca, y entonces soy el humo del incendio, ha estallado un motor y ha reducido su ímpetu a humo, confundible con nube cargada de tormenta. Qué quiero ser. Un remolino, me contesto frente al espejo pero ya he advertido que en ocasiones como ésta fijo la vista y no veo nada. Un arcoiris. La cubeta sin fondo dentro de la que cae el arcoiris a chorros de color, soy la cubeta y los colores que se desbordan, soy el cielo después de la lluvia, limpio vacío, desinflado destemplado. El yo eres también tú, o de quién es la voz que me dice que somos iguales porque somos hermanos, tú, yo, él. Eres yo. No cierres los ojos porque no quiero perderme. Tienes ojos de gato. Y los ojos de gato ven la oscuridad y a través de la oscuridad. Eres lo que soy y eres quien he sido. Te veo al borde del borde en el que amanezco cuando despierto letrero. En letras verdes a lo largo de mi cuerpo de camioneta que circula noche oeste lees Atención altruista. Respiro distendida porque existe la Atención altruista y entonces sí voy a llegar sana y salva al final. Amaneces sobre sin carta, amaneces llave sin cerrojo. Leí “Trampa de Fernando” en lugar de “Rampa de Frenado” en un trabalenguas de mayúsculas, la lengua materna de fuera. ¿Por qué hacer un rótulo con la leyenda “Precaución: Coladera abierta” en lugar de mandar hacer la tapa de la coladera? No entiendo, pero veo al caminante caer en la coladera abierta. A lo largo del costado de la camioneta leo bien la leyenda que había leído mal. En letras verdes había leído “Atención Altruista” en donde decía “Atención Al Turista”. El caminante no era turista, había salido de la librería sin ver la coladera abierta. Cayó al fondo. Volaron los libros que cargaba en la bolsa de lona azul, se doblaron las hojas y las tapas y se empaparon de lodo. De las profundidades los camilleros extrajeron un cuerpo distraído y fracturado, magullado como los libros desparramados alrededor de la boca abierta de la coladera con las solapas del saco dobladas. Amaneces tapete a la entrada del consultorio. Sacudes las suelas de tus zapatos. Es hora de entrar sin frenos. Amaneciste duda cuando giras la perilla de la puerta. El picaporte de la puerta es de bronce cuando lo tocas timbre y aldaba. Turista no soy ni tú tampoco. Somos el uno para el otro, hechos del material del que están hechos los sueños, somos humo, uno, y no sabemos de oscuridad.

 
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