Usted está aquí: viernes 14 de diciembre de 2007 Opinión La magia de las peregrinaciones

José Cueli

La magia de las peregrinaciones

Como todos los años, la magia de las peregrinaciones a la Basílica de Guadalupe. Una de las peregrinaciones que compite con la de la Guadalupana, es al Santo Señor de Chalma. Tiempos y espacios mágicos chalmenses, fantásticos, que no son tangibles ni concretos, sino los del triángulo mágico de Malinalco, Tepozteco y Xochicalco, en que se vive en otra distancia de la lógica mediterránea, presente de los que luchan por desasirse del fuego y yugo que representa la “otra cultura”, ignorante de que los ritos y voces silenciosos de hondo y rancio sabor campero, que comunican, transmiten el dolor pesado que se sintió, se sentía, en la mañana tarde de hechizo mágico, entre gritos y ayes.

Búsqueda de un cambio de camino en el peregrinar a partir de la arena peñosa malinalca, la de los caballeros águila y los caballeros tigre, en la distancia de un tiempo y espacio diferentes, singulares.

Peregrinos chalmenses sabedores que en este mundo todos somos peregrinos de un viaje sin regreso a un más allá armónico, voluptuoso y pleno, que implica simplemente ser, perderse, como cuando uno mira al mar, al fuego o a un árbol y se desprende de sí, y se va… nos aleja de lo sensible, del mundo interno, dar vueltas en dirección contraria para descubrir otros mundos, otras formas de vivir, donde peregrinos sólo significan un camino diferente en el viajar.

Peregrinaciones al santuario del Santo Señor de Chalma que compiten con las de la Guadalupana, bajan por la carretera que viene de Santiago Tianguistengo, con las pirámides monumentales de Malinalco como marco, asomándose a ver a las muchedumbres que vienen de toda la República en busca de resignación ante las penas, vestidos con sus coronas de flores en la cabeza, cual coronas de espinas, acompañadas por la charanga pueblerina con su metal agrio y agudo, mexicano y bravío, expresión del hambre indígena de siglos y, que este año, en medio de la aglomeración, las apreturas y la confusión, ofrecieron su ofrenda como sacrificio indígena que se repite una y otra vez.

Peregrinaciones en la auténtica fiesta mexicana, de religión y muerte, trotando por los caminos entre las peñas mágicas, esperando la muerte en los fulgores de la carretera, en un caminar triste y cansado, en que el trotecillo se vuelve imperceptible y sale de la espesura y busca la muerte de feria en feria, de jaripeo en jaripeo.

Chalma triste y callado como si sus familiares magueyes, que con su brava silueta cortan y se asoman al santuario, cuando los peregrinos de la muerte, trota que trota, trotando, buscan con desesperación, el polvo de la tristeza, viento de cansancio, botín de las hojas en los árboles, sombra esclava de la amargura de la raza.

Peregrinos que llenos de fe buscan emociones interiores en estos viajes que son preparación interior para que florezca lentamente la ascesis que busca la libertad, que anula el tiempo cronométrico, y reduzca el espacio mesurable, para encontrar en el interior un tiempo y un espacio que dure y dure, misticismo de lo primitivo no influido por la razón, en donde no existen días y noches sucesivos, ni personas ni lugares, y se anula la presencia del cuerpo para entablar comunicación con seres que son prolongación del pasado, del presente y del futuro y son lo opuesto a lo sistematizado, a la electrónica, a la lógica, a la omnipotencia y al delirio de grandeza.

Raza malinalca, perdida en el laberinto de la fantasía de sus peñas y antiguos templos ceremoniales pletóricos de fantasmas y sombras evocadoras, y leyendas que ignoran de dónde viene y a dónde va, sin pasado ni porvenir, pero que sabe qué hay más allá de esas piedras imantadas y mágicas que limitan el horizonte de su espacio cargado de perfumes y notas de armonías lejanas.

 
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