Usted está aquí: jueves 13 de diciembre de 2007 Opinión The Pillowman

Olga Harmony

The Pillowman

La ferocidad del dramaturgo y cineasta Martin McDonagh parece no tener límites. De su obra ya conocíamos en México La reina de Leenane, El oeste solitario y El teniente... y lo que el gato se llevó nombre con el que se escenificó El teniente de Inishowre, y en todas el talento del autor permitió que la violencia y el horror tratados con lo que se podría llamar humor negro pudieran ser aceptados. Ahora, con The Pillowman –que en español sería el hombre almohada, pero el título en inglés nos remite a los héroes de cómic por lo que funciona de manera irónica– la brutalidad de los sucesos no impiden que se transparenten algunos temas igualmente importantes, como el amor fraternal, la posibilidad de que la literatura incida en la vida real y la sordidez de un estado totalitario. A la manera de una increíble indagación policiaca, con todas las señas de golpizas y tortura, la trama se va desarrollando con la escenificación de algunos de los cuentos inéditos de Katurian, uno autobiográfico y que devela el origen de la relación de ambos hermanos, todos de una gran crueldad, además del absurdo y muy gracioso Cuento del niñito sordo en las vías del tren, que narra el policía Tupolski. En las historias que son la base de la detención de Katurian y Michal –acusados de los homicidios seriales de varios niños pequeños–, los padres, sobre todo la madre ya sea biológica o adoptiva, son mostrados como monstruos de gran sadismo. Decir más del asunto sería impedir que el lector que desee acudir a alguna función tenga el placer de ir develando la trama.

En un espacio del Foro Scotiabank, ubicado en lo que fuera el cine Polanco, que consiste en un amplio sótano rodeado en lo alto por tres gradas de butacas –a la manera de un foro isabelino un tanto sui generis– la escenógrafa Gloria Carrasco ubica tanto la oficina policial como la mazmorra, además de que, al abrirse el portón que hace las veces de pared trasera, aparecen las casitas de algunos cuentos, todas como de libro infantil que contrasta con el horror de lo narrado, y otros objetos como la gran cruz en el de la niña Jesús. La iluminación de Ángel Ancona ayuda también a delimitar algunos espacios. Es en este escenario, que cuenta con muy pocos muebles, que Mario Espinosa dirige a sus actores, con grandes desplazamientos en el caso de la oficina, con muy pocos, casi ninguno, en la escena de la mazmorra, con lo que da los contrastes entre la acción inicial y la muy contenida de los hermanos estrechamente unidos en el catre a que han sido confinados, además del gran cuadrángulo de luz en el que grita Katurian.

El vestuario de Sergio Ruiz se hace más notable en las escenas de cuento en que aparecen los padres, muy ricamente vestidos y con evidentes pelucas –que la madre en algún momento se cambia. La música original y el diseño sonoro debido a Eduardo Piastro, el diseño de imagen y maquillaje de Pilar Boliver y los efectos especiales de Alejandro Jara ayudan en gran medida a crear el ambiente requerido en cada momento y complementan la escenificación.

La muy buena dirección de Mario Espinosa no se limita al trazo escénico, sino que pone énfasis en la actoralidad de su elenco. Erwin Veytia encarna al escritor frustrado Katurian de excelente manera, presente en toda la obra y con el gran peso que esto supone junto a actores mucho más fogueados. El ya internacionalmente conocido por sus papeles en producciones cinematográficas, Kuno Becker, retorna a México para hacer teatro y producirlo –por medio de su compañía Doberman Producciones, como en este caso– y logra un muy convicente Michal sin caer en excesos al interpretar a un retrasado mental, lo que se acredita al actor y a quien lo dirige. Alejandro Calva transita de la seriedad brutal a la comiquísima narración de su cuento como el detective Tupolksi. Jorge Zárate –en un papel pequeño dada su trayectoria– es el sádico policía Ariel, deseoso, en contraste con su idílico nombre, de ejercer la picana eléctrica en el cuerpo de su prisionero. Lorena Glintz, también asistente de dirección y a quien desearíamos ver en roles más complejos, y José Carlos Montes son Madre y Padre con estilizadas actuaciones en los cuentos de Katurian que contrastan con los realistas de los otros personajes, sobre todo de los dos hermanos, lo que también debe acreditarse a la propuesta de Espinosa. Las encantadoras niñas Nycole González y Alejandra Zapién alternan funciones como las pequeñas del cuento y de la vida real.

 
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