Usted está aquí: martes 11 de diciembre de 2007 Opinión Volaron las palomas, de Ruth Davidoff

Elena Poniatowska/ III y última

Volaron las palomas, de Ruth Davidoff

Los viajes a lo largo de los años son esenciales en la vida de los Davidoff, y Ruth Misrachi recuerda que se hospedaron en el hotel Crillon de la Place de la Concorde: “Para cualquiera debe ser inolvidable amanecer en esa plaza y verla por primera vez, y así fue para mí”. Nos da una imagen poética al hablar del “olor de las castañas en invierno y hasta el sonido de los coches cuando circulan por las calles empedradas”. Le impresionó que al venir de Rusia, el joven León desarmara una plancha para meter adentro los anillos de su madre, el único valor de la familia Davidoff. Nos hace vivir el viaje del joven León Davidoff en el Paul Lemerle, barco en el que los pasajeros eran André Breton, Wifredo Lam y André Masson, Víctor Serge y Claude Levi Strauss, a quienes volvería a ver más tarde.

En París, en una galería, los Davidoff hallaron dos pinturas no firmadas de Wifredo Lam. Al saber que León había viajado con él, el galerista les dijo que llamaran al pintor para que las firmara. Por teléfono, León contó a Lam que habían sido pasajeros en el mismo barco. “En este momento tomen un taxi y vengan a verme”, pidió Lam. “Entramos a su casa por una larga galería pintada con escenas de sus junglas en cada muro y nos sentamos a platicar. Nos dijo que para él este encuentro era muy importante, porque había llegado a pensar que ese viaje en el Paul Lemerle no había sido real. Por supuesto, nos firmó los cuadros y uno de ellos se lo dedicó a León: ‘A mi compañero de viaje’.

“Alguna vez Octavio Paz le contó a André Breton que conocía a otro pasajero del Paul Lemerle. Breton, entonces, nos invitó a su famosa mesa en la que se reunían sus seguidores en un café por el rumbo de la Bolsa de París. Llegamos con Octavio, nos saludó, habló con León un momento sobre aquel viaje y después se dedicó a regañar a uno de los asistentes, porque se había atrevido a ir a una exposición de un ex surrealista, inaugurada por Malraux. Breton sentía que se había convertido en un pintor oficial y traicionado a la causa.”

Ruti y León Davidoff le escribieron a Levi Strauss. A quien no conocieron fue a Víctor Serge, pero pudieron adentrarse en su obra a través de Vlady, su hijo, quien también viajó en el Paul Lemerle.

“Las palomas del recuerdo vuelan para todos. Me doy cuenta que en París no sólo vuelan sino persiguen a León.

“(…) De Rusia, los Davidoff emigraron a Francia cuando León tenía ocho años, pero el antisemitismo llegó a Francia y en la escuela los francesitos molestaban a los niños judíos a la hora del recreo. A León un día lo metieron de cabeza a un tanque de agua para ahogarlo.

Quizá por ello, León y Ruti se dedicaron a Israel y promovieron instituciones culturales como el México-Israel: “En ese instituto se daban conferencias, mesas redondas, exposiciones”.

Los programas fueron impresionantes y podrían rivalizar con los centros culturales de hoy. El México-Israel, en Mariano Escobedo, fue excepcional. Los Davidoff enviaban mexicanos a Israel y se traían israelíes a México, que hablaban del funcionamiento de los kibutz, la avanzada tecnología y sus posibles aplicaciones en México.

Ruth Davidoff recuerda con emoción “los ocho días que pasamos con Marie José y Octavio Paz, cuando recibió el Premio Jerusalén, y el país que vio a través de los ojos del poeta”. De esos días también recuerda una pifia debida a su poco hebreo al ver la larga fila en el supermercado:

–Déjenme pasar, por favor, voy a comprar sólo una cosa.

Un alma caritativa le tradujo su petición: “Sólo voy a comprar un hombre”.

Ruti confiesa que uno de los móviles que la llevan a escribir un diario es la costumbre y el respeto que sus padres le inculcaron por los libros, a los cuales ve como “la creación más admirable del hombre”.

En Volaron las palomas aparece un hecho que enorgullece a Ruti: la defensa de su padre. Resulta que un primo quiso pasarse de listo y se atribuyó los logros de don Alberto, y Ruti escribió una carta al periódico Excélsior aclarando las cosas. “Por supuesto que al ver mi carta publicada me puse feliz. Me pareció clara, precisa y en el estilo de papá cuando escribía sobre asuntos serios”.

La carta que llevó la China Mendoza a Excélsior advertía que Alberto J. Misrachi (traído de Europa en 1933, a los 18 años) no era el mismo que Alberto Misrachi, fundador de Central de Publicaciones y de la Galería Misrachi, muerto en 1963. “Hasta ese momento se distinguían claramente los dos Albertos y no había confusión posible. A uno se le decía siempre Alberto el chico y al otro don Alberto. Por escrito tampoco había confusión, porque el chico se llamaba Alberto Jacques Misrachi, pero empezó a firmar Alberto J. Misrachi”.

Don Alberto llegó a México en 1917 y, después de vender revistas francesas de puerta en puerta, se dedicó a lo que sería su vida: el arte y los libros. La Galería Misrachi rivalizó con la Galería de Arte Mexicano. Ruti habla con mucho orgullo de las cartas que Frida y Diego Rivera le dirigieron a don Alberto. “En los días que siguieron a la publicación de la carta, las tres hermanas recibimos llamadas y visitas de muchísima gente” –se felicita Ruti.

Nada enorgullece más a una hija que defender a su padre, pero nada resulta más alentador y gratificante que recordar a una familia excepcional y unida. Tal es el significado del libro de portada rosa con fotografías y cuadros de Ruth Misrachi de Davidoff: Volaron las palomas.

 
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