Usted está aquí: jueves 6 de diciembre de 2007 Opinión Jorge Castañeda + 10

Miguel Marín Bosch

Jorge Castañeda + 10

No sé si haya sido el más notable de los secretarios de relaciones exteriores de México del siglo XX. Pero sin duda Jorge Castañeda estuvo entre los dos o tres mejores. El próximo 11 de diciembre se cumplen 10 años de su muerte.

A Jorge Castañeda y Álvarez de la Rosa lo conocí en Nueva York a principios de la década de los años 50. Poco después se casó con Neoma Gutman y luego, todavía de adolescente, traté a sus hijos Jorge y Marina, así como al hijo de Oma, Andrés Rozental. A Castañeda lo vi esporádicamente hasta que ingresé al servicio exterior en 1970. Al año siguiente fui adscrito a Ginebra, donde él encabezó nuestra misión permanente. Ahí fue cuando lo empecé a tratar y ahí fue también donde en 1973 el personal tuvimos un enfrentamiento con él. Dejó de hablarme durante años.

En 1976, siendo subsecretario, tuvo que platicar conmigo, ya que yo era el secretario privado del entonces canciller Alfonso García Robles. En 1977 nuevamente dejó de hablarme. De ahí mi sorpresa cuando en 1979, recién nombrado secretario, Castañeda me llamó por teléfono para preguntarme si aceptaría ser su secretario particular. A partir de entonces cambió nuestra relación y acabamos siendo buenos amigos.

El 15 de mayo de 1979 Castañeda estaba en su casa preparándose para salir al aeropuerto. Iba a viajar a Ginebra para asistir a la comisión de derecho internacional de Naciones Unidas. Sonó el teléfono y un miembro del Estado Mayor Presidencial le anunció que el presidente José López Portillo lo quería ver esa misma tarde. Se resistió, aduciendo su viaje inminente, pero acabó acudiendo a la cita.

En Los Pinos coincidió con tres miembros del gabinete: su buen amigo Jesús Reyes Heroles, Ricardo García Sáinz y Santiago Roel. También se encontraban Enrique Olivares Santana y Miguel de la Madrid. Estos dos últimos, junto con Castañeda, estaban a punto de ser nombrados en lugar de los primeros tres: en Gobernación, Programación y Presupuesto y Relaciones Exteriores, respectivamente.

Castañeda desarrolló buena relación con López Portillo. Se estrenó con la visita de Fidel Castro a Cozumel el 17 de mayo y del presidente costarricense Rodrigo Carazo a Cancún el 20 de ese mes. Ahí se anunció el rompimiento de relaciones con el régimen de Anastasio Somoza. Así empezó el involucramiento activo de México en la búsqueda de soluciones pacíficas a los distintos conflictos centroamericanos, especialmente en Nicaragua y El Salvador. Con Francia se suscribió un comunicado sobre la guerra civil salvadoreña.

La suerte de los refugiados guatemaltecos en la frontera fue motivo de consternación para el canciller. Logró un acuerdo con el secretario de Gobernación para instaurar un trato más humano a esos refugiados. Aquí los subsecretarios Alfonso de Rosenzweig y Rodolfo González Guevara jugaron un papel clave.

En septiembre de 1979 Castañeda acudió a la Cumbre de los Países No Alineados en Cuba. Ahí anunció que México había reconocido a la República Árabe Saharauí.

Con Castañeda México volvió a ocupar un asiento en el Consejo de Seguridad. La decisión de participar nuevamente en el consejo la tomó López Portillo, pero después de una reunión insólita que retrata el profesionalismo de Castañeda. Al debatirse el tema, llevó a Los Pinos a su subsecretario encargado de la ONU, Manuel Tello Macías, quien nunca estuvo de acuerdo con el reingreso de nuestro país al consejo. Ante el presidente expuso sus razones. Luego López Portillo confesaría que pensó estar en un gobierno sueco. ¿Cuándo un miembro de su gabinete hubiera hecho algo semejante?

Con Castañeda México también regresó a la comisión de derechos humanos (CDH) de la ONU. Nombró a su mentor Luis Padilla Nervo nuestro representante ante la CDH y a Antonio González de León su alterno. Ahí empezó una actividad en este campo que no ha cejado.

López Portillo le fue encomendando a Castañeda tareas que no suelen recaer en los cancilleres. Por ejemplo, le pidió que mediara entre el director de Pemex, Jorge Díaz Serrano, y el secretario de Patrimonio, José Andrés de Oteyza, acerca de las exportaciones de petróleo.

En la SRE trató de recuperar el papel que en materia de relaciones económicas internacionales había perdido la cancillería tras la gestión de Antonio Carrillo Flores, el último secretario que presidió el consejo de comercio exterior. López Portillo le encargó los trabajos preparatorios de la cumbre de Cancún de 1981 que México organizó junto con el gobierno austriaco sobre las relaciones norte/sur. La lista de los países invitados tuvo que ser elaborada con mucho cuidado. Y habría ausencias notables. Ahí fue donde el canciller Castañeda tuvo que valerse de sus dotes diplomáticas para no enajenar demasiado a Fidel Castro, a la sazón presidente del movimiento de los países no alineados. Recuerdo las reuniones maratónicas con el comandante en La Habana. Tras sus tres años y medio de secretario pasó un sexenio como embajador en Francia y luego se jubiló. Tras la muerte de Oma, Castañeda se casó con Alicia Cabrera. Su última década de vida hubiera sido muy distinta sin ella. En esos años nos veíamos en París y Ginebra.

Al final de su vida sufrió varios desencantos familiares. A raíz de su participación un tanto crítica de la administración de Carlos Salinas en el coloquio de invierno en 1992, el subsecretario Andrés Rozental se ofreció para contestarle públicamente. Ahí terminó su relación con su hijastro. Peor fue la actitud asumida por su hijo Jorge, quien dejó de verlo los últimos años de su vida, escondiéndole inclusive a su único nieto.

La gestión de Jorge Castañeda como secretario de Relaciones Exteriores duró relativamente poco, pero sus éxitos fueron muchos. Hacia dentro fortaleció al servicio exterior de carrera y el papel de la cancillería en el gobierno. Hacia fuera mejoró la imagen de nuestro país.

 
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