Usted está aquí: martes 4 de diciembre de 2007 Capital La pista de hielo, nueva sede de las pintas de los estudiantes capitalinos

Vigilantes ignoran si deben permitir el paso a los alumnos uniformados

La pista de hielo, nueva sede de las pintas de los estudiantes capitalinos

Varios jóvenes de suéter verde y pantalón a cuadros “mataron clases” en la fría superficie

“Yo soy skato, le hago a la patineta; seguro los patines me hacen los mandados”, dijo uno

Mirna Servín Vega

Ampliar la imagen Las caídas en la pista de hielo continúan, sin que se registren percances mayores Las caídas en la pista de hielo continúan, sin que se registren percances mayores Foto: Jesús Villaseca

Llegaron desde el Metro Pantitlán y transbordaron hasta el centro de la ciudad. Con suéter verde y pantalón de cuadros, Marcos y sus amigos esperaron a que abriera la pista de patinaje instalada en la plancha del Zócalo capitalino.

Las mochilas estaban tiradas en montaña a su lado, mientras –visionarios– hablaban de las piruetas que iban a llevar a cabo en cuanto pudieran pasar.

Marcos no tiene miedo de los patines de hielo, aun cuando nunca ha visto un par “en vivo y en directo”, como dice él. Pero es skato, “…bueno, tengo tabla”, abunda para que se entienda el termino. “Le hago a la patineta, pues”, insiste. “Así que seguro los patines me hacen los mandados”.

Sus promesas tardan en caerse al piso, literalmente, alrededor de 15 minutos de entrar a la plancha de hielo.

Es el primer día laboral en que abre la pista de hielo luego de su inauguración. Ya no hay familias enteras como en día de asueto. Los uniformes y las mochilas son el común denominador.

Los monitores que supervisan la operación y seguridad de la pista permiten el paso de todos los estudiantes que, aún con uniforme, llegan en la mañana a probar suerte con el equilibrio.

–¿No importa que vengan a matar clases aquí?– se les pregunta.

–No hemos recibido instrucciones al respecto, pero vamos a preguntar– contesta.

Con un poco más de confianza, Marcos y sus amigos empiezan a patinar, entre traspies y empujones que se dan ellos mismos. Un elemento con playera y gorra blanca les llama la atención.

Al lado de ellos, una señora lleva de la mano a sus dos hijas pequeñas, de alrededor de 8 y 10 años. Forman una pequeña cadena humana cuyo centro se inclina para delante y para atrás, hasta que las niñas caen con su mamá. Personal de atención médica se acerca para preguntar si están bien.

Nada que lamentar, más allá de un par de lentes intactos en la plancha de hielo. Sin embargo, la madre pide ayuda para salir de la pista. Sus hijas protestan, pero no hay vuelta atrás.

Conforme pasa la mañana, las filas continúan creciendo, pero en ninguna de las tres taquillas se registró la afluencia de miles y miles que llegaron el domingo desde la mañana.

“Venimos a probar lo de la famosa pista de hielo y luego regresamos a la escuela para las últimas clases. Si no es hoy, ¿cuándo?”, se pregunta él mismo en tono de justificación.

Armando vino con su novia desde la estación del Metro Balderas, luego de escapar por unas horas de las clases que toman en la Vocacional 5, a unas cuadras del lugar.

Ella pierde la timidez que mostró fuera de la pista, mientras a cada paso se cuelga del cuello de Armando para no caer. Los dos terminan en el piso.

Sin embargo, no todos son caídas, entremezcladas generalmente con risas, La pista es ocupada por al menos una docena de buenos patinadores, que se animan a tomar cierta velocidad y hacer círculos con las manos en el aire. Ellos prefieren deslizarse por en medio de la plancha, donde el número de personas es menor.

A Marcos, se le acaba el tiempo y sale a buscar su mochila. La encuentra y la recoge, sólo para ir en busca de otro lugar para dejarla, porque el que se quedó afuera con las cosas, ya se quiere ir. Él, dice, se va a volver a formar.

 
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