Usted está aquí: lunes 3 de diciembre de 2007 Espectáculos La leyenda del punk, Iggy Pop, convirtió el Azteca en hoyo fonqui

Cerró el maratónico Corona Music Fest, en el que participaron más de 30 bandas

La leyenda del punk, Iggy Pop, convirtió el Azteca en hoyo fonqui

El músico, por primera vez en México, invitó a decenas de sus seguidores a compartir el escenario

Acompañado de su banda, The Stooges, abrió con Loose

Vital e irreverente, se desdobló y agigantó al interpretar temas como 1969, I Wanna Be your Dog y TV Eye

Chava Rock

Ampliar la imagen Iggy, atleta y bestial Iggy, atleta y bestial Foto: Chava Rock

Bestial. En una palabra se puede resumir lo que genera y proyecta sobre un escenario el señor Iggy Pop, leyenda del rock, quien le dio una estocada al punk con dosis de blues, y que en una escasa hora demostró que ha ganado la batalla contra el tiempo para estacionarse en los gloriosos años 70. Lodos que se niegan a ser polvo, gracias a la vitalidad que mantiene el líder de The Stooges.

Iggy cerró el maratónico Corona Music Fest, en el que participaron más de 30 bandas, y para el cual se montaron tres escenarios en las explanadas que rodean al Estadio Azteca.

Desde el mediodía del pasado sábado se iniciaron las actividades, en las que destacaron las participaciones de The Stupids, Lucybell, Los Odio, Ely Guerra y Six Million Dollar Weirdo.

El escenario rojo, el más pequeño de todos, fue el menos concurrido. No obstante, el grupo neoyorquino The Walkmen tuvo una afortunada participación con su música más cercana a The Cure, que a la escena indie de la que brotaron. El cierre en este espacio fue con Dildo y San Pascualito Rey, parte del mejor rock de manufactura mexicana.

En el segundo escenario también hubo momentos relevantes, con la energética presencia de Plastilina Mosh, que dejó los ánimos prendidos para la llegada de !!! (signos de admiración que se suelen pronunciar: Chk Chk Chk), un combo sonoro que causó euforia, de la mano de su frenético vocalista. No Somos Machos y Muggs cerraron la parte electrónica de la noche.

Un retorno especial

Frente al escenario principal se dividió la explanada en dos partes: la primera correspondió a lo que nombraron zona preferencial, y varios metros atrás se colocó una valla para separar el área definida como general. Desde allí se atestiguó uno de los regresos especiales pactados para el Corona Fest, la reunión de la alineación original de Azul Violeta: Vampiro (que sigue con Jaguares), Hugo (uno de los mejores vocalistas de rock), Iván en los teclados; Alejandro en la bataca y Yuri en el bajo. La última banda latina de este lado fue Aterciopelados.

La actuación de Iggy fue sublime. Animal del entarimado que en unos cuantos minutos demostró lo que es el punk, y que las nuevas camadas Greendayianas están a años luz del verdadero sonido punki. El yonqui más respetado del mundo del rock salió con sus 60 años tatuados en la piel, se arrastró con el dorso desnudo sobre el escenario y abajo de éste se acercó a la gente para cantar prácticamente frente a sus rostros, escupir esas añejas canciones, que no han perdido fuerza.

Desde el principio salió a comerse el concierto: corrió y corrió, y no paró. Abrió con Loose. Al ejecutar Down on the Street ya tenía al público en el bolsillo; trepó por los baffles y, ya arriba del cerebro de la lira, simuló una copulación, lo cual anunció el espectáculo sensual que descarga en sus conciertos este sobreviviente de la heroína y la cocaína. Lo mismo se toca los genitales, que se coloca el micrófono en medio de las nalgas o utiliza el atril del micrófono para colocarlo sobre su espalda y simular una crucifixión. Se desdobló y agigantó en canciones como 1969, I Wanna Be Your Dog y TV Eye.

Camaleónica presencia la de Iggy, que mostró cierta analogía con el viejo Van Morrison, pero es más punk, más sucio, más erótico, más cachondo. Al igual que El Rey Lagarto, se arrastró por el suelo, pero con elasticidad envidiable se levantó en un instante para correr de un extremo a otro del escenario, que le resultó insuficiente; entonces cambió el salto hacia el público, que esa noche estaba bastante lejos, para correr por los pasillos y detenerse solamente para prestar el micrófono a los enloquecidos fanáticos que coreaban las rolas de los Stooges.

El slam se dio en pequeños espacios. Brincadores y brincadoras descargaron su fuerza cuerpo contra cuerpo. Los de la zona general empezaron a brincar la valla para acceder a la zona preferencial.

Iggy convirtió a la explanada del Estadio Azteca en un hoyo fonqui, donde se desmenuzaron temas como No Fun; previamente, invitó al escenario a una veintena de chavos, quienes bailaron y brincaron alrededor del reptil, que abrazaba a sus seguidores y, al mismo tiempo, con una sonrisa triunfante les mentaba la madre.

Ambiente de libertad

Roció varias botellas de agua sobre su lujurioso cuerpo, y simultáneamente empujaba su pecho al frente para disfrutar la cascada del líquido. La libertad que se vivió en todo el festival contrastaba con la siempre amenazante presencia de los policías dentro del foro, en el que, a pesar de que acudieron alrededor de 15 mil personas, se respiró un buen ambiente.

Iggy cerró como al principio, con las pilas bien puestas, intentaba bajarse los pantalones, pero sólo mostraba parte de su cadera. Al final, después de una hora, el único que seguía brincando y corriendo era el Señor Pop. El punk, el garage y el grunge no se entenderían sin The Stooges, banda que dejó Iggy en 1974 para emprender la carrera en solitario. Hace cuatro años se reagruparon y ofrecieron una gira mundial; este año fueron al Lollapalooza y ahora pisaron suelo mexicano por primera vez.

Iggy, el atleta, el correoso, es el hombre espectáculo que a cada movimiento de sus músculos enciende la mecha para que el público grite y salte hasta tocar el cielo. Movimientos de cadera que ondulaban su figura, cada vez más parecido a una serpiente que se escurría al compás del rocanrol, que la noche del sábado se vistió de seda con uno de sus mejores exponentes. El rock sea.

 
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