Usted está aquí: sábado 1 de diciembre de 2007 Opinión Del mundo prostituto, ¿podrán surgir compromisos?

Gustavo Gordillo

Del mundo prostituto, ¿podrán surgir compromisos?

La parálisis. Se requiere analizar esta coyuntura con otra visión, alejada de crispamiento personalizado y de la sed de venganza. O ambas coaliciones establecen por sí mismas puentes abiertos y transparentes para negociar un pacto histórico que permita gobernar al país por seis años y al mismo tiempo otear el futuro más allá del sexenio, o algunas de sus fracciones van a negociar pactos oportunistas en lo oscurito que seguirán desprestigiando a la política y los políticos, a los ojos de los ciudadanos. Pero además serán pactos condenados a profundizar la parálisis o, de plano, a llevarnos a la ingobernabilidad. ¿La consolidación democrática o el retroceso a un gobierno de facciones, prisionero de lo peor de las viejas clases políticas y de lo más depredador y cortoplacista de las elites económicas? Así comencé planteando lo que a mi juicio era el dilema central del gobierno de Felipe Calderón poco antes de que tomara posesión. A un año, aunque se ha avanzado un poco en los ámbitos de la seguridad pública, fiscal y electoral, el problema central sigue sin resolverse. La necesidad de un acuerdo de largo plazo para gobernar, en un contexto inédito de pluralidad social y política, requiere visión estratégica y generosidad; ambos, valores que escasean gravemente entre las elites mexicanas.

Polémica sí, sombrerazos no. Para corregir la política como mercado –sobre todo como mercado imperfecto y no competitivo–, lo primero es oponer otra concepción y otra práctica. La política como un conjunto de bienes públicos que sufre sistemáticos bloqueos cuando se convierte en patrimonio de monopolios autodesignados. En regímenes políticos con débil institucionalidad, la dialéctica entre el establecimento y la disolución de barreras de acceso es consustancial a la actividad política. La política como actividad ciudadana busca regresar a los orígenes, como una acción cooperativa para resolver problemas comunes de convivencia ejerciéndola como una combinación entre sutileza en el planteamiento y sentido de la oportunidad. Pero el discurso político también requiere cambios. Se debe buscar deliberadamente la polémica para marcar diferencias pero, sobre todo, para construir consensos basados en la deliberación y no en el acomodo. Los temas más polémicos deben ser asumidos, no eludidos. Se trata de una pedagogía para la construcción de ciudadanía, no de un manual de artimañas para forjar nuevos simuladores. El discurso político se transforma en organizador de redes e individuos, precisamente porque no está separado de la vida cotidiana ni del debate.

La coyuntura impone un reto central. Las fortalezas del autoritarismo político sobreviven a la alternancia. No bastan reglas electorales transparentes cuando en los sindicatos, entre los empresarios, en los medios y en los partidos anidan las prácticas del viejo régimen. Desmontarlas es crucial porque su permanencia daña a las instituciones republicanas y es el sustento material de la restauración conservadora. Este reto tiene como horizonte a las instituciones. Es decir, reglas del juego aceptadas socialmente. Unas instituciones se expresan en leyes y códigos. Otras, en normas y acuerdos informales repetitivos. Por esto mismo las instituciones no son inmutables. Cambian y se transforman. El acuerdo central tiene que ver con esto último. Para esto se requiere una base de común entendimiento.

Con todos los guiños del mundo y los juegos pirotécnicos, el hecho es que a medida que la vieja clase política –sobre todo del PRI, pero también del PAN y del PRD– se apodera o reconquista espacios locales o sectoriales, la parálisis política cunde, el status quo se impone y la decadencia administrada se convierte en el único horizonte previsible.

Pactar no es transar. La coalición de izquierdas vertebrada alrededor del PRD, así como la de derechas alrededor del PAN, tendrán que decidir si, contra los pronósticos, deciden saltar las barreras del conservadurismo político y pactan un acuerdo de largo alcance centrado en la decisión de desmontar los núcleos estatales del autoritarismo –que es el verdadero y fundamental bloqueo para romper la parálisis– o dejan que las distintas corrientes –parlamentarias o no– que habitan y fragmentan a todos los partidos definan el ritmo político de la nación, a partir de un juego ya de por sí inverosímil –por grotesco– de toma y daca, de acuerdos en lo oscurito y de extrema cortedad de miras.

Una pachorra decadente. El PRD ha estado al borde de desgajamientos mayores desde las elecciones de 2006. La estrategia de AMLO perturba a la burocracia partidista, más orientada a los pactos pequeños, pero también daña la capacidad de la izquierda para atraer a sectores claves del electorado, si se trata de construir ua mayoría para gobernar. El PAN, quizás a partir de la asunción de su nueva dirección política, se asumirá como partido en el gobierno. Sin embargo, sus alianzas históricas están debilitadas y sus compromisos con algunos poderes fácticos restringen su capacidad de acción, y es claro que el gobierno del presidente Calderón carece de sentido estratégico.

A ambas formaciones les conviene un compromiso histórico que establezca las reglas para discrepar y las formas para dirimir conflictos entre las elites. No es la reforma del Estado; no es el gobierno patriótico o de la unidad nacional. No es la grandilocuencia o la pose para la foto. Es acordar una lista de dos o tres problemas centrales del país y la manera de dirimir en el Congreso –desde los partidos y en la sociedad– los distintos enfoques para acometer su solución de manera conjunta. Es acción concreta, más que discurso largo. Pasos pequeños, construcción paciente de confianza sin grandes pretensiones y expectativas acotadas.

La catástrofe en que nos encontramos inmersos –que no es de ruptura violenta, aunque haya esas fracturas en muchas partes del país– es, más bien, la catástrofe de la lenta pero inexorable erosión de esas mismas formaciones políticas. Tal vez el temor a la decadencia mueva más resortes que cualquier discurso. Entonces quizás del fondo del mundo prostituto surja un acuerdo pragmático. Un compromiso histórico porque así lo juzguen los ciudadanos, no porque asi lo califiquen los políticos.

 
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