Usted está aquí: sábado 24 de noviembre de 2007 Opinión Regresar a Génova

Ángel Luis Lara

Regresar a Génova

Sábado 17 de noviembre de 2007. Los movimientos sociales italianos vuelven a la ciudad de Génova. Llegan en trenes ocupados desde todo el país. Son jóvenes de los centros sociales, cristianos de parroquias rebeldes, estudiantes, activistas de la comunicación, sindicalistas de base, vecinos y vecinas de los comités de barrio. Más de 100 mil personas caminando las calles. La galaxia de la autoorganización social. Desde el camión que dispara la música y calienta el ambiente, los beats serenos de Linton Kwesi Jonhson rebotan por las esquinas y ponen ritmo al encuentro multitudinario de los de abajo: we’re making history. Nosotros hacemos la historia.

En julio de 2001 un enorme movimiento inundó las calles de Génova para desnudar a la Organización Mundial de Comercio (OMC) y al Grupo de los Ocho (G-8), que se reunían en la ciudad italiana para acordar sus próximos estragos. Entonces, cientos de miles de personas de todas las edades sufrieron el brutal ataque de cuatro cuerpos de policía empeñados en una guerra dictada por los poderosos del planeta. Atacaron, torturaron y mataron. Mientras que el caso por el asesinato de Carlo Giuliani ha sido archivado y no hay ni un solo político o policía imputado por aquellos sucesos, 25 activistas de los movimientos sociales se enfrentan a la petición de más de dos siglos de cárcel que pide la fiscalía. Han sido elegidos como chivos expiatorios de entre los cientos de miles que se opusieron a la ilegitimidad del G-8 y pusieron el cuerpo para hacer fracasar la reunión de la OMC en aquel mes de julio. Los poderosos no sólo no responden por su violencia y sus crímenes, sino que además pretenden rescribir la historia. Se borran como culpables y se visten de jueces y acusadores.

Génova fue para muchos de nosotros la entrada directa a la guerra global permanente. También fue la última batalla de un movimiento rebelde y planetario capaz de agitar a la izquierda y sacudir a los de arriba, dando savia nueva a la radicalidad democrática, a la creatividad política, al derecho de resistencia y a la construcción del conflicto por un mundo mejor, más justo y más humano.

Mucho ha llovido en estos años desde aquella Génova. Algunos de los que entonces pasearon por sus calles presiden hoy el Parlamento italiano y se han convertido decididamente en piezas de un gobierno que manda tropas a Afganistán, decreta la ilegalidad de las personas sin papeles o hace de la seguridad y el orden la piedra angular de sus políticas. También por eso marcharon tantísimos de los miles que llenaron las calles de Génova el pasado sábado, para decir alto, y claro que las multitudes que dan cuerpo a los movimientos son muy otras, definitivamente irrepresentables, insumisas, tan diferentes y tan radicalmente desobedientes que no cejan en su empeño de cambiar el mundo y construir nuevas dinámicas democráticas para la política. Siempre se dice que la historia pone a cada uno en su lugar, por ese motivo los de arriba pretenden siempre rescribirla.

Sábado 17 de noviembre de 2007. Las multitudes que han acudido a Génova caminan con un doble paso: el cierre definitivo de un ciclo y el inicio de un nuevo impulso potente de creatividad y resistencia. Lejos de evocar el pasado, declaran su determinación colectiva de cambiar el presente. Son más de 100 mil. Muchos regresan a Génova. Otros, los más jóvenes, pasean por primera vez las calles repletas que vieron por televisión un mes de julio, cuando todavía eran niños o adolescentes. Sobre el escenario improvisado que preside el final de la manifestación, la rabia rimada de Assalti Frontali ahuyenta el frío con su hip hop flotante: somos tantos, somos de todas partes, en marcha en el mundo sembrando grano fecundo. Como si la ciudad hablara, las esquinas responden con la firmeza del dub de Linton Kwesi Jonhson que vomitaba el camión que abría la marcha kilométrica: It is no mistery, we’re making history. Nosotros hacemos la historia.

 
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