Usted está aquí: viernes 23 de noviembre de 2007 Opinión Fox y la destrucción de la esperanza

Jaime Martínez Veloz

Fox y la destrucción de la esperanza

Luego de leer el “libro” escrito por el gringo Rob Allyn (Revolution of Hope, título, por cierto, plagiado de una obra de Erich Fromm) para el competidor de Luis Pazos (de quien se dice que ha publicado más libros de los que ha leído), Vicente Fox, es casi imposible defender a éste, visto el entreguismo silvestre hacia Estados Unidos. Aun cuando aseguran que el librillo en español se empezaría a vender este mes, yo estaría seguro de que el contrahecho “libro” no será traducido a nuestro idioma, pues es tal la lambisconería foxista para con el imperio que aun sus patiños se avergonzarían del cúmulo de fabricaciones, mentiras e ignorancia que rezuma el panfleto. Al comprensible desconocimiento del estadunidense Allyn sobre la historia y cultura mexicanas se añade la intrínseca silvestrez de fox, quien le rebuznó a su amanuense una sarta de cretineces, identificables sin necesidad de mucho esfuerzo. Pero los errores y tonterías contenidas en el “libro” no pueden condonarse por la ignorancia de Allyn sobre México. Fox debió revisar lo que escribían en su nombre. Pero si es incapaz de medio leer en español, mucho menos lo hará en inglés.

Fox demuestra un denodado amor a los gringos, propio de la mente del colonizado (“The world doesn’t hate América. We love America”, p. xviii; “at Coca-Cola, I was corporate America’s most fervent ally”, p. 64). Al escribir que la primera gira “internacional” del recién ascendido Bush fue a su rancho, Fox pretende hacer pasar ese ejercicio de entrenamiento para el estadunidense como “un inmenso honor para México” (p. 196), cuando la realidad es que los asesores de Bush le armaron a su jefe un paquete “facilito”, con un mandatario igual de rupestre que el texano, antes de foguearlo con auténticos estadistas.

Lo que Fox le rebuznó al real escritor del libro demuestra su ignorancia sobre aspectos medulares de la cultura e historia mexicanas (por ejemplo, dice que su cocinera le hacía tortillas en el ¡molcajete!, p. 30; sitúa la nacionalización bancaria con López Portillo en ¡1976!, p. 82; afirma que la rebelión zapatista en Chiapas ocurrió con ¡Zedillo!, p. 138; adjudica a “generales revolucionarios” el asesinato de Madero, p. 15, y asegura que la famosa frase de Madero fue “voto efectivo, no reelección”, p. 12).

Asegura (p. 164) que Clinton convenció a la Cámara de Representantes de otorgar una línea de crédito emergente a México en 1995, cuando en realidad el estadunidense decidió no arriesgarse a que le rechazaran la petición y ejerció su facultad presidencial para hacerlo. El ex presidente se adjudica el fin del proceso de certificación a la lucha contra las drogas (p.323), cuando en realidad el esquema estaba agotado y fueron los mismos estadunidenses quienes le dieron fin. Presume (p. 343) que damnificados gringos por el huracán Katrina abrazaban a marinos mexicanos llegados en su auxilio, pero ninguna crónica periodística narra algo parecido; por el contrario, los gringos usaban de cargadores a los soldados mexicanos; eso sí lo describen los diarios.

Fox desconoce también particularidades de conflictos mexicanos: sobre los enfrentamientos de Atenco, en mayo de 2006, afirma (p. 341) que el “adolescente muerto” fue golpeado en el pecho (Fox confunde al niño Javier Cortés, muerto por herida de bala, con el universitario Alexis Benhumea, fallecido semanas después de recibir un golpe de gas lacrimógeno en la cabeza). La megalomanía de Fox abarca todos los ámbitos: asegura que dotó a aulas escolares con Internet (p. xiii; por cierto, no dice ni pío de la fraudulenta Enciclomedia); miente al decir que le dolía ver a sus compañeritos de primaria marchar a las grandes ciudades a trabajar como limpiaparabrisas (p. 47; este fenómeno sociológico de la marginación no se había generalizado en la época en que Fox era un borriquillo). Tiene tiempo para descargar sus agravios contra la competencia de Coca-Cola: afirma (p. 58) que los trabajadores de Pepsi orinaban en el producto (¿lo hacía él en los envases de Coca-Cola?).

Ya encarrerado, Fox y su amanuense gringo inventan el cuento de que previo a votarse en la ONU la invasión a Irak, Vicente andaba muy cotizado, recibiendo llamadas de mandatarios extranjeros (Schröeder, Putin) para reclutarlo de su lado, como si no tuvieran asuntos en qué ocuparse. Fox dice que siempre discrepó de Bush en las razones para invadir el país asiático, lo cual es otra mentira, detectable con sólo revisar la hemeroteca de esos días, cuando Fox repetía como loro el libreto de su patrón gringo (“la última oportunidad para Hussein es que se desarme”); después, temeroso de acabar como el cohetero, Fox corrió a esconderse en las enaguas de su mujer, so pretexto de su lobotomía. 

Fox se da su tiempo para plasmar su malinchismo. Jura que en México, todo mundo se colude para corromperse (p. 200); o que el abrazo no es por afecto, sino para cachear al contrario (p.230); o que ningún mexicano devuelve una cartera ajena (p.60); atribuye los ataques a su first lady Marta al fin del chayote (p. 201), y revela que pensó nombrarla secretaria de Finanzas en Guanajuato (p. 172); amenaza, además, con extender las extorsiones de Vamos México, “worldwide” (p. 354). Habla del corrupto Zhenli Ye Gon (p. 348), pero se cuida de mencionar que le entregó de mano su certificado de nacionalidad.

De manera inconsciente, narra sus andanzas en África, donde encontró con quién perder, pues con ingenuidad describe (p. 267) cómo el presidente nigeriano le “agarró las nalgas” al saludarlo, aunque atribuye el manoseo a una razón cultural. Echa mano de la alquimia y, cual pitoniso, repite (p. 255) la vacilada de la consultora Goldman Sachs (pagada para decirlo) de que México será la quinta economía mundial ¡en 2040! (con esas proyecciones deberemos estar felices de que dentro de mil años sea México el nuevo imperio romano).

Darle un vistazo al “libro” de Fox es reiterar la naturaleza rupestre de este patético individuo que, como todo encantador de serpientes, engañó a México.

 
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