Usted está aquí: jueves 22 de noviembre de 2007 Opinión Antrobiótica

Antrobiótica

Alonso Ruvalcaba
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Vuelta a la tortilla/ II

Ampliar la imagen "Y las echan [las tortillas] á cocer en un plato grande de barro, de hechura de una rodela, que se llama comale, que ponen sobre el fuego", se escribió en 1581. La imagen, una tortillería actual del Centro Histórico de la ciudad de México “Y las echan [las tortillas] á cocer en un plato grande de barro, de hechura de una rodela, que se llama comale, que ponen sobre el fuego”, se escribió en 1581. La imagen, una tortillería actual del Centro Histórico de la ciudad de México Foto: Yazmín Ortega Cortés

Qué cosa rara que la palabra tortilla haya llegado al inglés primero por el camino mexicano que por el español. Según el Oxford ya hay tortilla mexicana en los viajes de Dampier de 1699: “Tartilloes are small Cakes made of the Flower of Indian Corn”, pero la española apenas en una página del Atlantic Monthly de julio de 1884: “I here [en España, pues] first made acquaintance with tortillas, or eggs scrambled with tomatoes, a very nice breakfast dish”, y la locución ‘tortilla española’ sólo en 1927, en una receta del Helena Daily Independent. (Frittata, la tortilla italiana, había llegado en 1877.) Las propias Autoridades (1739) desconocen que haya tortilla en México; su definición va así: “Llaman la fritada, hecha de huevos batidos en azeite, ò manteca, hecha en figura redonda à modo de torta, por lo que se llama assi”. Dan la traducción al latín: ovorum torta, y citan la barroca autoridad de la República literaria de Saavedra Fajardo: “Alli habia Encidas estofadas, cocidas, empanadas, y en gigote: Fastos, y Metamorpheos assados, en tortilla, fritos y pasados por agua”. El urólogo Julián Gutiérrez de Toledo, en su Cura de la piedra y dolor de la yjada oly cólica renal, de 1498, incluye esta lamentable admonición: “los hueuos fritos son peores que todos: y muncho mas peores los que tienen mezcla de queso com en los de tortilla se faze al gunas vezes: lo blanco de los hueuos es malo”.

Hay un ensayo muy divertido de Antonio Alatorre, Fortuna varia de un chiste gongorino, que alude al “chiste de los huevos –aplicado unas veces, como en Góngora, a la historia de Hero y Leandro, y relaborado otras veces en contextos diferentes–”. Ahí hay muchas tortillas. El chiste, en el primer romance gongorino sobre el amor de Hero y Leandro, va así: “El Amor, como dos huevos,/ quebrantó nuestras saludes:/ él fue pasado por agua,/ yo estrellada mi fin tuve...” (Ya se sabe: Leandro se ahogó en el Helesponto, su vieja Hero se lanzó de la torre donde lo esperaba.) No costaba trabajo agregar tortilla a la combinación; por ejemplo, para describir el cielo en un romance editado en Lisboa en 1593: “De haberse Albano mudado/ no te has de espantar, Belilla;/ pues el cielo, si has mirado,/ a la noche está estrellado/ y a la mañana en tortilla”. Y claro, para la historia de Hero y Leandro, como en estos versos de Mateo Vázquez de Leca, que se dirige al amante y viene en la querida Flor de poetas ilustres de España: “¡Buen aliño tuvieron tus amores:/ tú pasado por agua, Hero en tortilla,/ y cenóse el dïablo el par de huevos!”; o en éstos, “exuberantes”, de Quevedo: “Los amores, madre,/ son como huevos:/ los pasados por agua/ son los más tiernos./ Leandro en tortilla,/ estrellada Ero;/ los pobres, perdidos;/ los ricos, revueltos;/ los celosos, fritos;/ asados los necios;/ los pagados, dulces;/ los sin blanca, güeros.”

Ésas, claro, son tortillas españolas. Las mexicanas aparecen por la misma época. En el capítulo Semillas y hortalitas, párrafo sobre maíz, de la Crónica de la Nueva España, de Francisco Cervantes de Salazar, hay estas líneas: “Para hacer el pan, que es en tortillas, se cuece con cal y, molido y hecho masa, se pone a cocer en unos comales de barro, como se tuestan las castañas en Castilla, y de su harina se hacen muchas cosas, como atole, que es como poleadas de Castilla, y en lugar de arroz se hace del manjar blanco, buñuelos y otras cosas muchas, no menos que de trigo”; en la Descripción de Cholula, 1581, éstas: “Y las echan [las tortillas] á cocer en un plato grande de barro, de hechura de una rodela, que se llama comale, que ponen sobre el fuego” (por cierto: “Ninguno hay en España, que de tan poca hacienda pague tributo, que no tienen ordinariamente sino un pañete y un comal”: Cód. Mend. tomo I, página 3; ambos citados por Icazbalceta en 1899); en la Historia general, de Bernardino, éstas, en que conviven sorprendentemente tortillas y tacos mexicanos con una tortilla española: “El que vende solamente las tortillas à las vezes vende las que son gordas, y otras las que son delgadas, unas redondas y otras prolongadas, y otras enrolladas, y las que tienen dentro masa de frixoles cozidos, y las que tienen dentro axí molido y carne, y las que tienen untado axí y hechas entre las manos, las que son amarillas y también blancas. Vende también tortas anchas y muy delgadas, y otras que son anchas y groseras, y las tortillas de huevos...” Comentario: !!!. Pero la más bella, delicada aparición de una tortilla mexicana no está ahí, sino en el poema Autogol, de Ricardo Castillo: “Nací en Guadalajara./ Mis primeros padres fueron Mamá Lupe y Papá Guille./ Crecí como un trébol de jardín,/ como moneda de cinco centavos, como tortilla./ Crecí con la realidad desmentida en los riñones,/ con cursilerías en el camarote del amor./ Mi mamá lloraba en los resquicios/ con el encabronamiento a oscuras, con la violencia a tientas./ Mi papá se moría mirándome a los ojos,/ muriéndose en la cama lenta de los años”. Minuciosa tortilla del pasado, todo se muere poco a poco: ojalá yo también hubiera crecido como tú.

 
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