Usted está aquí: miércoles 21 de noviembre de 2007 Opinión La muestra

La muestra

Carlos Bonfil
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Media Luna/ Telón de azúcar

El realizador kurdo iraní Bahman Ghobadi conserva de su primer trabajo como asistente de dirección de Abbas Kiarostami (¿Dónde está la casa de mi amigo?, El viento nos llevará) el gusto por la descripción de paisajes áridos como contrapunto estético de una intensidad emocional, ya sea la que se apodera de un grupo de contrabandistas que desafían las inclemencias del desierto en su cruce de la frontera iraní en Epoca de los caballos borrachos, su debut formidable en 2000, o más aún, la que priva en los terrenos minados donde arriesgan la vida un grupo de niños en Las tortugas pueden volar (2004).

En Media luna (Niwemang), su cuarto largometraje, el director relata el viaje de un grupo de músicos, el anciano Mamo (Ismael Ghaffari) y sus hijos, deseosos de llegar hasta el Irak post-Hussein, para celebrar con un concierto el fin de las prohibiciones impuestas a la comunidad kurda y a su música. En cada cinta de Ghobadi la frontera ha funcionado no sólo como delimitación territorial, sino como línea divisoria entre las culturas y, metafóricamente, en diversos niveles de espiritualidad y arraigo a la tierra. Media luna despliega, a diferencia de sus películas anteriores, el espíritu festivo de una road movie cargado de peripecias y peligros, donde lo mismo se transporta cargamento prohibido en un autobús desvencijado –en este caso una mujer escondida, la cantante que no puede atravesar un Irán donde se penaliza el canto femenino–, que los malos augurios sobre la fortuna final del viaje.

En una escena formidable, los viajeros atraviesan un pueblo habitado por miles de mujeres cantantes, todas ellas exiliadas. Súbitamente aparecen las mujeres lujosamente ataviadas en lo alto de las casas, por todas partes, entonando su canto de manera jubilosa. Esta imagen contiene por sí sola la intención e inspiración central de toda la película. Lo que sigue es la concentración de este matriarcado musical en un solo personaje femenino, Niwemang (Media Luna), la cantante cuya aparición providencial –deus ex machina– marcará el fin de las tribulaciones de los viajeros. Música y libertad en una sola fábula narrada en la aridez del territorio montañoso. Un cambio de tono radical en la filmografía de Ghobadi, un júbilo musical inesperado.

Lejos del paraíso

En su documental de 2005 El telón de azúcar, la realizadora chilena Camila Guzmán Urzúa, hija del estupendo documentalista Patricio Guzmán (La batalla de Chile, Salvador Allende), elabora una crónica sentimental de sus años de infancia y juventud en Cuba. En 1973, luego del golpe militar contra Allende, su padre se asila en La Habana. Su hija de dos años permanece en la isla hasta 1990, cuando a su vez emigra a Europa.

El documental se refiere, en lo que asemeja un álbum de recuerdos, a los años que la realizadora contempla la época luminosa de la revolución cubana, los años 70 y 80, cuando las metas del movimiento armado parecen a punto de ser alcanzadas, con una relativa bonanza económica fruto de la cercanía del país con la Unión Soviética, y logros sustanciales en la lucha contra el analfabetismo y el desempleo.

La visión idílica de la cineasta, con imágenes de niños pioneros llenos de vigor revolucionario, da paso en pocos minutos a una visión abiertamente desencantada. Camila Guzmán habla, a través de los testimonios de amigos y conocidos que aún viven en Cuba, de los años grises del llamado “periodo especial”, años de desabasto y penuria que suceden al derrumbe de la Unión Soviética, a la pérdida del gran apoyo de los países del antiguo bloque socialista europeo.

La cineasta habla precisamente del tiempo en que ella no vivió en Cuba, y su película apunta más a una reflexión sobre el exilio elegido y la nostalgia por un paraíso perdido, que al análisis de situaciones tan concretas como la persistencia de una crisis agudizada por la súbita orfandad política de la isla y el mantenimiento del bloqueo económico impuesto por Washington.

Es interesante la manera en que la documentalista refiere la polarización ideológica en la isla y el hartazgo de sectores cada vez más cercanos a Miami, enfrentados en todo momento a quienes desde Cuba resisten a una coyuntura adversa. La visión crítica de El telón de azúcar se nutre de escepticismo y de nostalgia, pero no hay energía alguna en su memorioso recuento del exilio para una mínima nota de entusiasmo.

 
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