Usted está aquí: jueves 15 de noviembre de 2007 Opinión Nuevo rector

Octavio Rodríguez Araujo

Nuevo rector

La Universidad Nacional Autónoma de México tendrá ya un nuevo rector: José Narro Robles.

Escribí en estas páginas, recién iniciado el proceso de sucesión, que todos los candidatos mencionados podrían ser buenos rectores y que a la mayoría les tenía aprecio, tanto personal como académico. José Narro no es una excepción. Desde hace muchos años he tenido una buena y respetuosa relación con él y puedo afirmar, desde mi modesta posición de viejo profesor, que es un universitario de tiempo completo, aunque por breves periodos se haya desempeñado en puestos públicos en el gobierno federal.

Narro ha señalado que será un defensor de la autonomía universitaria, de su carácter público, nacional, gratuito y laico. Esto último no hubiera formado parte de las declaraciones explícitas de un rector hace algunos años, pero en estos tiempos que corren, en los que algunos gobernantes panistas han querido mezclar su religiosidad (asunto privado) con sus funciones públicas, una declaración de este tipo cobra singular importancia.

La UNAM, como todo mundo sabe, es por definición plural en todos los aspectos y respetuosa de la libertad de pensamiento y de ideología (la religión como parte de ésta). Quienes formamos parte de la Universidad Nacional sabemos la importancia de principios como los enunciados, pues dos de los pilares fundamentales de su autonomía son precisamente la libertad de cátedra y la de investigación.

La autonomía, por cierto, significa también gobierno propio de los universitarios para los universitarios. No siempre fue así. Al principio el presidente de la República proponía una terna y el Consejo Universitario escogía a uno de ellos para dirigir los destinos de la Máxima Casa de Estudios. Ahora es la Junta de Gobierno la que lo elige y, deberá recordarse, sus miembros son electos por el Consejo Universitario, no por instancias ajenas al medio.

Hay quienes critican el papel de la Junta de Gobierno y tachan el proceso de elección de sus rectores y directores de facultades e institutos de antidemocrático. Quienes así piensan pasan por alto dos cosas: que así ha funcionado bien la UNAM y que una elección por voto universal, directo y secreto se prestaría a una fuerte intervención de grupos políticos, partidos y gobiernos en los asuntos que competen, en principio y finalmente, a los universitarios. Convertir una universidad de la importancia, trascendencia y tamaño de la UNAM en una arena política de los muy diversos grupos de interés y de poder que hay en México sería contrario a la esencia de la universidad y se correría el riesgo de que fuera vulnerada. Véase si no es el caso de varias (no todas) las universidades estatales también autónomas y públicas: en ellas el gobierno local en turno y hasta grupos empresariales hacen dudar por momentos que sean realmente autónomas y que sus autoridades sean respetuosas de las libertades (de pensamiento, de cátedra, de investigación y hasta de la militancia, si acaso, de los propios universitarios). En la UNAM cada uno de los universitarios podemos militar o no en cualquier partido, podemos ser de derecha o de izquierda, ser religiosos o ateos, vivir en pecado o aspirar a la santidad, etcétera. Y así todos convivimos y nos respetamos, con las excepciones de siempre (que confirman la regla).

Si algo podría cambiarse sin reformar sustancialmente la Ley Orgánica de la UNAM, sería que los directores de escuelas, facultades e institutos, dejaran de ser parte del Consejo Universitario. Legalmente son, en la actualidad, consejeros ex oficio, pues no fueron votados por la comunidad de sus respectivos institutos o facultades. Pero ésta es una idea que sólo deslizo para ejemplificar un aspecto de democratización de la UNAM sin necesidad de reformar a fondo su legislación (asunto largo de explicar para este espacio).

En el pasado, según supe en su momento, era común que algún alto funcionario del gobierno federal (el secretario de Gobernación, por ejemplo) hablara con algunos miembros de la Junta de Gobierno y que éstos fueran presionados de algún modo a votar por A en lugar de B para la rectoría de la UNAM. Esto ya no existe en la actualidad y no podría imaginar a los actuales miembros de la Junta de Gobierno actuando como emisarios o empleados de gobierno alguno fuera del ámbito universitario. El sistema político mexicano, aunque todavía no sea muy democrático, ha cambiado; y la pluralidad que antes difícilmente existía es ahora un hecho. Y, espero, no habrá regreso al pasado aunque algunos lo deseen.

El proceso que hemos vivido para la sucesión de Juan Ramón de la Fuente (a quien tenemos mucho que agradecerle en su paso por la rectoría) ha sido transparente, plural y democrático. Mi amigo Luis Javier Garrido, por ejemplo, no hubiera sido candidato si se hubiera presentado como tal hace 30 años. La Junta de Gobierno lo trató igual que a los demás, pese a que él y quienes lo apoyaron cuestionaron de entrada el proceso. Así es la UNAM que estamos viviendo y por esto, además de otras muchas razones, es que nos sentimos orgullosos de estar en ella, y con ella.

Mis mejores deseos para José Narro.

 
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