Usted está aquí: miércoles 14 de noviembre de 2007 Política Darfur

Arnoldo Kraus

Darfur

Confieso que hasta hace poco nada sabía sobre Darfur. Las recientes denuncias periodísticas, la publicación en 2006 de una novela What is the what. The autobiography of Valentino Achak Deng de Dave Eggers (McWeeneys’s, San Francisco, 2006) y el estreno del documental Darfur now. Six stories. One hope, escrito y dirigido por Ted Braun (2007), confluyeron en la nunca suficiente necesidad de reflexionar acerca de los genocidios. No soy experto ni en política ni en literatura ni en cine. Tampoco lo soy en matanzas raciales. Me interesa lo que es y lo que no es el ser humano, lo que hace y lo que no hace. Ésas son las razones de estas líneas.

Aunque los genocidios fueron frecuentes en el siglo pasado, creo que nunca se les llamó, mientras ocurrían, por su nombre. Ni con los armenios, ni con los judíos, ni con los gitanos, ni con los camboyanos ni con los ruandeses, ni con los musulmanes de la ex Yugoslavia, ni con las matanzas de indígenas en Latinoamérica se utilizó in vivo la palabra genocidio para denunciar la situación. Vericuetos sucios de la siempre inefable política, victorias jugosas de los intereses económicos, triunfos de las naciones poderosas, asociaciones delictuosas con otros países, y la siempre presente victoria de las complicidades sobre quienes bregan por la verdad son algunas de las razones por las cuales persisten los genocidios.

Da lo mismo cuál sea el fondo: victoria del silencio, derrota de la voz, triunfo de la crueldad, fracaso de la razón. Los genocidas buscan también, con denuedo, sepultar la dignidad y con ella la esperanza. Ése es el trasiego y la razón de los asesinos. Como parte de las matanzas raciales, se aniquila ad nauseam, pero también se deshumaniza a los vivos y se les mata sin matarlos. Para los genocidas es útil, para borrar todo rastro de dignidad, que algunas personas deambulen como cadáveres, como restos humanos. Las imágenes de quienes escaparon a los genocidas, independientemente del color de la piel, de la religión y de la nacionalidad son idénticas: vivos sin vida, sin presente. “Si nos dan alimento, comeremos; si no, moriremos. Eso es todo”, comenta una mujer vieja en el documental Darfur now.

En Darfur (Sudán del Sur) han sido masacradas en cuatro años 200 mil personas y 2 millones y medio han tenido que abandonar sus hogares, a lo que hay que agregar que entre 1983 y 2005 las huestes de Jartum (Sudán del Norte) pelearon contra los rebeldes del Movimiento Popular de Liberación de Sudán (Darfur), lo que ocasionó 2 millones de muertos y 5 millones de desplazados y refugiados.

El propósito del documental y de la novela es atraer la atención del mundo para frenar la carnicería que comete el gobierno del norte de Sudán, mayoritariamente árabe y musulmán, contra Darfur, cuyos habitantes son, en su mayoría, negros y cristianos. Atraer la atención de la opinión pública, y crear conciencia, son también metas del documental y de la novela. Generar una responsabilidad amplia, basada en conceptos morales para amortiguar un poco la locura de los genocidas, es otro propósito.

Aunque las razones originales sean distintas, como masacre Darfur difiere poco de otras matanzas salvo porque la Organización de las Naciones Unidas ha declarado que en esa región africana se lleva a cabo (hoy) un genocidio. Aunque sea evidente, ante la sordera y el poder ciego del gobierno de Jartum, que poco se puede hacer contra la brutalidad sistematizada y auspiciada por naciones como China, que tienen fuertes intereses en el petróleo de Sudán, bien vale la pena denunciar y exaltar el valor y el esfuerzo de las obras mencionadas. Las viejas consignas sartreanas, que nunca serán anacrónicas, lo dicen mejor: “Todos somos culpables” y “nadie es inocente”.

Entender la desgracia de los otros es sinónimo de responsabilidad absoluta y de moral. Es también parte del mundo contemporáneo, que, a diferencia de otras masacres, informa continuamente de lo que sucede en Darfur. Bucear en las razones de los genocidios y denunciarlos puede fomentar una cultura de la memoria, donde el peso y el valor de las víctimas impidan el triunfo sin coto de los asesinos. La barbarie adquiere dimensiones inmensurables cuando las razones humanas son sepultadas y cuando la indiferencia cabalga sin fronteras.

 
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