Usted está aquí: miércoles 14 de noviembre de 2007 Opinión El lector, el cuento del libro

Javier Aranda Luna

El lector, el cuento del libro

Desde la época de José Vasconcelos como secretario de Educación, hace más de 70 años, no ha habido ningún plan de gran envergadura en materia de libros y fomento a la lectura. Ni la Internet ni el teléfono móvil ni el fax ni la fotocopiadora ni las computadoras y ni la tan famosa Enciclomedia han servido para que en la pasada década nuestros gobernantes hayan hecho algo medianamente parecido en importancia a la cruzada emprendida por Vasconcelos. Tan es así que ese escritor funcionario sigue siendo en la historia de México la imagen más fuerte de lo que significa apostar por la cultura.

¿Por qué no han funcionado los planes de fomento a la lectura? Nuestros funcionarios de educación y cultura tienen más presupuesto, más infraestructura, más trabajadores. Y cada sexenio nos enfrentamos a la realidad del parto de los montes.

Tal vez no funcionan porque al hacerlos se consideran varios elementos del proceso del libro, pero no se piensa en el lector. Se apoya a escritores, editores, vendedores de software, pero no a los lectores.

Eso hizo Fox con sus famosas bibliotecas de aula, adonde llevó entre algunos buenos libros, basura literaria. Eso hizo también con la tan promocionada Enciclomedia, cuyos resultados pírricos han hecho decir a nuestros legisladores que se trata de un programa inútil y gravoso. La Universidad de Harvard, según información publicada ayer en este diario, no ha encontrado “evidencia empírica contundente que demuestre que el uso del programa en las aulas impacte en el aprendizaje”. Yo podría agregar que inclusive en Estados Unidos están muy preocupados porque el abuso de las nuevas tecnologías está alejando a los niños de los libros, causando graves consecuencias en el aprendizaje. Lo que sí es evidente en el caso de Enciclomedia es que la administración Fox compró, según la Comisión de Educación de la Cámara de Diputados, con un sobreprecio, los tutoriales de fase software.

Apoyar a los lectores no significa que las distintas instituciones de gobierno coediten los libros que los editores privados no se arriesgan a publicar de manera independiente. Tampoco que publiquen libros como una extensión de las relaciones públicas ni que mantengan una inmensa estructura burocrática para publicar al año un libro, pues sería el más caro del mundo por los costos directos e indirectos que deberían incluírsele.

La diferencia entre la campaña de Vasconcelos y las instrumentadas en los pasados 10 años es que el primero quería que los libros se leyeran, que llegaran a todos, y los promotores de la lectura de nuestros días parecen más preocupados porque sean negocio que, a final de cuentas, termina no siéndolo.

A la muerte de Carlos Castillo Peraza, el ahora tan laureado intelectual panista, su partido desmanteló, faltaba más, el centro de estudios que había formado. Posteriormente un subproducto del marketing que confundió el deseo del cambio de los mexicanos con su propia imagen y sus campañas mediáticas construyó una biblioteca que día con día hace agua. Ojalá que los cuadros panistas en el poder no continúen con esa oscura tradición tan reacia a los productos culturales.

Para fomentar la lectura se tiene que pensar en lo lectores, en ofrecerles obras de calidad y ponérselas al alcance de la mano.

Cuando se instrumentó el rescate bancario mediante el Fobaproa, un intelectual de renombre sugirió que en lugar de rescatar a los bancos con dinero público, se rescatara con dinero público a los deudores. Con préstamos menos gravosos podrían pagar más fácilmente y conservar su patrimonio. Conocemos la historia que terminó beneficiando a lo famosos hermanos Bribiesca.

En materia de libros y lectura se podría apoyar al lector por encima de creadores, editores y libreros. Es el elemento más importante de toda la industria del libro. Inoculados por la imaginación libresca, los lectores se multiplicarían con más facilidad y beneficiarían a mediano plazo a editores, libreros y autores. La idea no sólo es comprar, vender, publicitar y publicar libros para justificar presupuestos sino facilitar a los lectores las mejores condiciones para que lo sean. Una ley del libro que fomente el precio único beneficiaría a todos. Las librerías pequeñas podrían renacer compitiendo con servicio frente a los monstruos libreros.

La política del precio único es fundamental para países con larga tradición libresca, como Alemania. A México, por las grandes diferencias económicas entre editores, libreros y lectores, le resultaría benéfico. Lograrlo sería un motivo real de orgullo de cualquier gobierno.

Acostumbrados a la inercia foxista de una especie de rey Midas al revés en materia de libros, sólo nos faltaría que para apoyar a la lectura se compraran diccionarios de español hechos en Argentina, Ecuador, Chile, Colombia o España cuando tenemos, desde hace tiempo, los de El Colegio de México.

Fomentar la lectura no siempre es un buen negocio a corto plazo para editores, autores y libreros. No lo fue en la época de Lutero, el principal promotor de la lectura de todos los tiempos; no lo fue con Vasconcelos, cuya secretaría absorbió los gastos de llevar los libros a lomo de mula a casi cualquier región del país. Fomentar la lectura en serio, con los clásicos por delante, siempre es una estupenda inversión a mediano y largo plazos.

 
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