Usted está aquí: martes 13 de noviembre de 2007 Opinión El cristal con que se mira

José Blanco

El cristal con que se mira

Un muy penoso incidente disminuyó el alcance y la importancia de los acuerdos de la 17 Cumbre Iberoamericana celebrada en Santiago: ¿eran nuevamente palabras y sólo palabras?, ¿era acaso la posibilidad de un cambio? Hubo en esa lamentable reunión de todo, como en botica, pero la sustancia contenida en la Declaración de Santiago de Chile, plasmada en 24 puntos en los que se establecen los compromisos para asegurar un crecimiento perdurable y de inclusión social en la región, quedó gravemente opacada.

Quien haya visto los videos del incidente aludido pudo ver y oír cómo el camorrero venezolano interrumpía una y otra vez a Rodríguez Zapatero, quien intentaba con talante civilizado atemperar los modos de Chávez; ello permite entender, no justificar, la explosión del rey Juan Carlos que le espetó, en el nivel del camorrero, la “pregunta” imperativa que quedará como la noticia principal de esa cumbre: “¿por qué no te callas?” Juan Carlos había perdido la cabeza frente a los navajazos verbales que Chávez propinaba con vileza a un Rodríguez Zapatero que permanecía sereno hasta que Chávez le permitió terminar su frase: “hay una esencia en el diálogo, presidente Chávez, que es el respeto; se puede discrepar y discrepar radicalmente, denunciar las ideas, pero sin caer en la descalificación” (reproducción de memoria). El ruidoso aplauso que rubricó las palabras serenas y firmes del presidente español expresaban al tiempo la reprobación de los modos de callejón de Chávez.

Algunos medios de prensa erraron en la crónica. Juan Carlos no se levantó de su silla al cabo de un exabrupto absolutamente esperable en Chávez, pero no en el jefe de Estado español, sino que lo hizo al oír la andanada del presidente Daniel Ortega en contra de las empresas españolas. Michelle Bachelet falló como chairman al no pedir al venezolano que interviniera en su turno pidiendo la palabra –asunto elemental en cualquier reunión regida por normas parlamentarias democráticas–, sino que dejó al camorrero lanzar sus aguijonazos libremente con su estilete envenenado. En algo corrigió su desempeño Bachelet al frente de esa difícil asamblea, logrando que el jefe del Estado español regresara a su asiento.

Como Chávez, Daniel Ortega y Evo Morales, mucho antes de la 17 Cumbre Iberoamericana el presidente Kirchner había no sólo emitido quejas acerca del actuar de las empresas españolas en Argentina, sino que había tomado medidas concretas de orden legal y político frente a las mismas.

Es claro que compañías españolas que han comprado los derechos de distribuir el agua, el servicio eléctrico y otros servicios urbanos, lo han hecho mal, han abusado, así como los bancos españoles que operan en América Latina obtienen ganancias muy superiores que las que obtienen en la propia España por cada euro invertido. Pero lo lloriqueos de los presidentes latinoamericanos frente a esos comportamientos resultan pueriles, cuando no vergonzosos, y rebelan a las claras una enorme falta de entendimiento del funcionamiento de las empresas y del mercado.

Desde el ángulo español, las empresas de ese origen traen a América Latina tecnologías de servicio y de mercadeo, empleo, modernización. Según las quejas latinoamericanas son empresas depredadoras, buitres hambrientos de ganancias.

Como con frecuencia ocurre en Latinoamérica, se espera que los olmos den peras. Y no, no dan tales frutos. Las empresas, todas, en cualquier parte y de cualquier origen, buscarán en el medio social e institucional en el que su ubiquen las máximas ganancias y la mayor protección para las mismas. No son damas de la caridad: se crean para eso: para obtener las máximas ganancias. Fueron los gobiernos latinoamericanos los que no sólo admitieron a esas empresas, sino que viajaron con frecuencia a la península ibérica a ofrecer facilidades sinfín para su instalación en estas tierras. Hoy muchos de ellos se lamentan de sus propias decisiones. Estados débiles con frágiles instituciones y gobiernos corruptos explican en gran medida un comportamiento de las empresas extranjeras, que no exhiben en sus países de origen. La responsabilidad de fondo está en esos estados que no son de derecho pleno, y en unas instituciones endebles que permiten hacer y deshacer a las empresas extranjeras y también a las “nacionales”.

Semiestados con gobiernos deshilachados, surgidos de partidos comediantes y corruptos, conformados en el espacio de una ciudadanía de muy baja intensidad, arrojan a menudo frutos agrios e inservibles como se vio en la 17 Cumbre Iberoamericana.

Si en la base de este punto de vista está una ciudadanía de baja intensidad incapaz de poner en orden a los partidos, como ocurre en México, ello tiene todavía un fondo más profundo: la inigualable desigualdad social, cuya salida no está a la vista: es imposible crear una ciudadanía digna de ese nombre con un Estado que es presionado desde todos los puntos cardinales a asumir instituciones democrático liberales “puras”. Ello no va a ocurrir.

Necesitamos alcanzar como meta instituciones capaces de defender a la sociedad de la selva de la globalización, pero antes, indefectiblemente antes, requerimos construir un piso mínimo de igualación social, sin la que será imposible crear una ciudadanía capaz de crear partidos en serio, de los cuales surjan instituciones y un Estado de derecho en serio. Este piso social mínimo no puede crearlo, por definición, un Estado liberal sin adjetivos. Paradójicamente, al camorrero le asiste la razón en este punto, aunque lo formule a trompicones: no podemos hablar de “cohesión social”, como querían España y Chile, en un espacio de polarización social, sino de transformación de la sociedad; la transformación consiste en crear una ciudadanía real y ésta implica la creación de un piso mínimo de igualación de los potenciales ciudadanos. El instrumento fundamental de esa operación se llama educación.

 
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