Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 11 de noviembre de 2007 Num: 662

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Una polémica con
Ortega y Gasset

ARTURO SOUTO ALABARCE

Sánchez Mejías: las tablas, el ruedo y la vida
OCTAVIO OLVERA

Mujeres poetas del ’27:
un olvido que no cesa

CARLOS PINEDA

Breve antología

La danza de los quarks
NORMA ÁVILA

Leer

Columnas:
Jornada de Poesía
JUAN DOMINGO ARGUELLES

Paso a Retirarme
ANA GARCÍA BERGUA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

La Jornada Virtual
NAIEF YEHYA

A Lápiz
ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR

Artes Visuales
GERMAINE GÓMEZ HARO

Cabezalcubo
JORGE MOCH


Directorio
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Hugo Gutiérrez Vega

PUERTO RICO Y SU LITERATURA (III Y ÚLTIMA)

José Luis González, novelista, ensayista, cuentista, maestro y luchador que tanto reflexionó sobre la cultura y el porvenir de Puerto Rico, nos entregó en su País de cuatro pisos un testimonio lúcido y un conjunto de actualísimas observaciones sobre el ser insular. Su crónica novelada sobre el desembarco estadunidense en Guánica es uno de los textos más hermosos, irónicos y compasivos sobre el llamado “cambio de soberanía”.

Edgardo Rodríguez Juliá, educado en colegios católicos que le enseñaron el pecado y su correspondiente sentimiento de culpa, es un narrador de pulso seguro, sarcástico y arriesgado en sus muy personales estructuras novelísticas. Su Niño Avilés , los personajes que giran en su ronda de Cartagena y sus crónicas sobre la cultura popular con sus boleros, salsas, bailes de estirpe africana, refinamientos incomprensibles para las clases medias y vulgaridades influidas por la zafia sociedad consumista de la metrópoli son algunos de sus principales temas.

Díaz Valcárcel, en sus últimos trabajos, describe al Puerto Rico financiero, diseñado por las compañías multinacionales y americanizado, en algunos casos a regañadientes y por razones de sobrevivencia y, en otro, con la obsequiosidad de los capataces que suelen ser más fríos e implacables que los mismos propietarios. Así como los “ilegales” mexicanos huyen despavoridos del “migra” chicano y prefieren entregarse a un despectivo wasp, los “puertorricans” procuran tener pocos tratos con los burócratas federales de su propia raza, color y cultura.

Mayra Montero, Ana Lydia Vega, Magali García Ramis, Rosario Ferré y Olga Nolla son las narradoras más notables de la más femenina de todas las islas. Mayra, desenfadada y rigurosa, escribe con un humor inteligente y sin impostaciones; Ana Lydia ha venido construyendo su novela-río con audacia formal e imaginación “bien temperada”, y Magali nos entrega testimonios en los que brilla un estilo puesto al servicio de las fantasmagorías de la memoria.

La crítica de las literaturas puertorriqueña y neorrican (la que se hace en el barrio de “Loisaida”) tiene en Carmen Dolores Hernández a su afectuosa, insobornable e inteligente ordenadora. Desde siempre, las mujeres de Puerto Rico han sido brillantísimas críticas y animadoras culturales. Pienso en Concha Meléndez, Nilita Vientós, Luce López Baralt, notable arabista y sanjuanista, tanto por su ciudad como por San Juan de la Cruz ; Mercedes López Baralt, palesiana, arguediana y perezgaldosina, y María Vaquero, vigilante de la salud del idioma. Arturo Echevarría, borgiano integral, Juan Gelpí, Rodríguez Vechini, Julio Marzán y, fundamentalmente, Arcadio Díaz Quiñones, han sabido armonizar las cualidades de lo puertorriqueño con lo mejor de los métodos de la cultura académica de Estados Unidos.

Luis Trelles, por su parte, cubre con talento y erudición inagotables todos los aspectos de la historia del cine.

La rica tradición teatral de la isla tiene en René Marqués y Luis Rafael Sánchez sus mejores dramaturgos, mientras que la antropología cultural ha encontrado en Ricardo Alegría, sabio animador de la cultura, al defensor incansable del patrimonio espiritual de la nación puertorriqueña.

Las casas editoras de la Universidad de Puerto Rico, el Instituto de Cultura Puertorriqueña y el Ateneo, junto con algunas y muy heroicas empresas privadas, como Huracán Cultural, y las que anima Patricia Gutiérrez Menoyo, mantienen, contra viento y marea, la llama de los libros de una manera casi apostólica. Pienso, además, en la revista universitaria La Torre, emblema de la literatura insular.

José Luis Vega, Hjalmar Flax y Edwin Reyes me enseñaron que el poeta debe mantener abiertas las preguntas sobre la razón de su quehacer. Esta actitud representa el espíritu literario de una nación de personalidad inconfundible, por más que algunos de fuera y dentro se esfuercen en confundirla, o que ella misma, en momentos depresivos, piense que se confunde.

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