Usted está aquí: jueves 8 de noviembre de 2007 Opinión La Muestra

La Muestra

Carlos Bonfil
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Bella de día

La 49 edición de la Muestra Internacional de Cine inicia hoy en la Cineteca Nacional con la proyección de Bella de día (Belle de jour), 24 largometraje de Luis Buñuel. Filmada en 1967, este primer éxito de taquilla rodado en Francia con la participación de Catherine Deneuve como Severine Sérizy, caracterización emblemática de una esposa insatisfecha y masoquista, cumple 40 años, y es de suponer que por dicha razón la Cineteca vuelve a proyectarla, acompañada, en el programa de la Muestra, de Bella todos los días (Belle toujours, 2006) tributo que le rinde el nonagenario Manoel de Oliveira.

Parte del encanto de Bella de día es que mantiene todos sus secretos y sus enigmas, aun cuando su capacidad de escándalo haya menguado considerablemente. En dos años más se cumplirán 80 años de la publicación de la novela homónima de Joseph Kessel, de la que Buñuel toma la anécdota central de una mujer burguesa que sin el menor apremio económico engaña a su marido en una casa de citas, de dos a cinco de la tarde, con lo que se gana el apodo de Bella de día. El director satura la cinta con acertijos y planteamientos morales deliberadamente ambiguos, y escenas en las que con malicia confunde realidad y sueño. Un cliente asiático muestra a la nueva pupila de Madame Anaïs una caja misteriosa de la que brota un zumbido; el resto de las prostitutas huyen atemorizadas de este personaje, mientras Séverine se abandona sensualmente a extravagancias hasta hoy indescifrables. Buñuel siempre se negó a revelar el contenido de la caja, pero éste tuvo tal poder evocador que De Oliveira la retoma en su homenaje al cineasta.

Entre lo más memorable de Bella de día figuran las interpretaciones de Deneuve, Michel Piccoli y el desaparecido Pierre Clementi, actor también de Bertolucci (Partner, El conformista), Pasolini (Porcile) y Liliana Cavani (Los caníbales). Severine ofrece el retrato de una mujer que elige el sometimiento al capricho sexual ajeno, como vía idónea para recobrar cierta armonía doméstica y reavivar el interés por su marido (Jean Sorel). El matrimonio burgués, piedra angular de una sociedad conservadora y detentora de privilegios, es una vez más el objeto de la ironía de Buñuel, quien se deleita exhibiendo su fragilidad y sus contradicciones, transformando a su heroína en un gozoso receptáculo de humillaciones, lodo y escupitajos en secuencias oníricas en las que Deneuve se muestra imperiosa. Este muestrario de la abyección masoquista tiene como contrapartida un elogio del goce sexual femenino que desentendiéndose momentáneamente de los preceptos de la moral cristiana, presenta las posibles virtudes del adulterio para reanimar la vida conyugal. Henri Husson (Piccoli), el mejor amigo de Pierre, el marido de Séverine, es el perfecto cínico mundano que sugerirá y afianzará en la joven esposa el deseo de trascender la rutina doméstica mediante la exploración de goces novedosos. De algún modo alter ego del cineasta, o en todo caso portavoz de sus heterodoxias morales, Husson es el personaje que Oliveira retomará para prolongar en Bella todos los días –cinta que se exhibe mañana– una reflexión que fue provocadora en su momento y que aún conserva el discreto encanto de su irreverencia.

 
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