Usted está aquí: miércoles 7 de noviembre de 2007 Opinión Isocronías

Isocronías

Ricardo Yáñez

Oír

Suele menospreciarse el oír frente al escuchar. A mí me gusta oír. Claro, no siempre lo que uno oye es grato, pero oír tiene más que ver con sonidos que con significados. Y bueno, todo mundo sabemos que para los poetas los sonidos significan tanto como (y en cierto modo a veces hasta más que) los significados. Oye qué te dice quien algo te dice en su sonido, no sólo en lo que quiere que escuches que te dice, me adoctrino con más o menos relativa frecuencia.

Por supuesto, ello no quiere decir que en una plática o conversación, o ante algún medio masivo que transmita voces (quedémonos por ahora en las voces), nada más atendamos los sonidos, pero preferenciarlos como otra –y clave– fuente emisora del mensaje, acaso más cercana a la auténtica raíz del mismo, es un gusto (digámoslo así) del que en modo alguno gusto de privarme.

El sonido vocal, gesto y textura –si se quiere subtexto– resulta estimulante como lenguaje a descifrar, a interpretar, a (seamos sencillos) sentir desde la sensibilidad.

Tocar el sonido de lo que se te habla en literatura constituye una ya no demasiado observada exigencia, pero ahí sigue, ahí está, o como se diría popularmente, de ahí es.

Tendemos a olvidar que la letra es representación de sonido y que así sea mentalmente siempre suena, y que ese volverse nuevamente sonido (pero no, que una nota en el pentagrama no se vuelve nuevamente sonido; eso, representado, es) tiende a su vez a provocar, provoca, una respuesta sensible porque una sensible información emite.

Dijimos letra, no lo tomemos tan al pie. Pensemos en palabra, frase, oración, periodo, discurso… en información que cuando mejor suena resuena, reverbera –y reaparece. Se repite, no hay necesidad de repetirla. De ahí lo patético de no poco de lo publicitario y lo propagandístico frente a lo, qué digo literario, llanamente bien dicho.

¿Comunicar o ganar? En tales verbos estriba la diferencia.

Dressed to Kill, se llamó una película que no he visto. Publicidad y propaganda algo tienen que ver con eso. La poesía (bueno, es un ideal, alcanzado por los mejores) llegaría a comunicar(se) en desnudez.

En la poesía es donde mejor puede verificarse que –o cómo– sonido es sentido, según decíamos. Las “entradas” a Pedro Páramo y el Poema 20 pueden, en versiones que sin cambiar de léxico modifiquen la colocación de las palabras (y por ende el sonido original) “significar lo mismo”.

Mas, ¿significan lo mismo “Esta noche puedo escribir los más tristes versos” y “Porque me dijeron que vivía acá mi padre, un tal Pedro Páramo, a Comala vine” que los textos por sus autores firmados?

En el habla, claro, no sólo cuenta lo sintagmático. Cuentan el timbre, la intensidad (volumen), el ritmo, la velocidad… Pero, ¿no es verdad que en los modelos “intervenidos” puestos en el párrafo anterior cambia también la voz (dije la voz, pero aceptaría que las características de la voz) del emisor, y con ella(s) tal vez también el personaje, la situación, la persona?

Por eso, si alguien me dice: “Escucha”, me digo por lo bajo: “Y oigo”.

 
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