Usted está aquí: domingo 4 de noviembre de 2007 Política Una elección académica

Néstor de Buen

Una elección académica

A la UNAM le toca ahora enfrentar el problema de la elección del nuevo rector. Me da la impresión de que pocas veces ha llamado tanto la atención la determinación de quien habrá de encargarse, por cuatro años, quizá ocho, de dirigir a ese organismo multitudinario, académico y político, que representa la cumbre del conocimiento científico en nuestro país y que ha sido reconocido ya en el mundo como uno de los centros de estudio de mayor relieve.

Los candidatos, al menos los que conozco personalmente, son hombres de experiencia académica notable, sólidamente preparados y con amor comprobado por la institución. Tienen enfrente una enorme responsabilidad, porque les tocará suceder a Juan Ramón de la Fuente, que superó problemas muy serios y deslizó a la UNAM por un camino de desarrollo espléndido. Nada fácil si se advierte la pobreza de recursos que la Universidad Nacional padece.

Si no estoy equivocado, los doscientos pesos anuales que yo habría tenido que pagar en 1943 –afortunadamente fui becado por algún organismo benéfico del exilio– hoy representarían menos de veinte centavos, costo muy inferior al de la organización administrativa que se encarga de las finanzas universitarias. Y los tamaños universitarios son infinitamente mayores con una carga laboral considerable, independientemente del costo de bibliotecas y laboratorios que exigen actualizaciones permanentes.

Varios de los candidatos son mis amigos. No hace falta que los identifique. Con el que tengo trato más frecuente es con Fernando Serrano Migallón, actual director de la Facultad de Derecho e hijo de un amigo de mi padre, que fue fiscal general en España, posición equivalente a la de procurador general de la República, en la época en que mi padre era presidente de sala de lo civil en el Tribunal Supremo. Las referencias hacia el padre de Fernando fueron de absoluto reconocimiento y se me quedaron grabadas.

Si no me equivoco, Fernando cuenta con la licenciatura en derecho y el doctorado en historia. De este último tengo recuerdos precisos porque tuve la oportunidad de integrar el jurado que le otorgó mención honorífica. Quizá esa síntesis de jurista e historiador, allá en el fondo de mi alma, me acerque más a su espíritu. Cuando mi padre, en 1940, me preguntó qué es lo que más me gustaba estudiar y le contesté que la historia, simplemente me dijo: “vas a ser abogado”, y como siempre he sido un niño obediente, le hice caso.

Los méritos académicos de Fernando Serrano son, además, relevantes. Miembro de número de la Academia de la Lengua y de la Academia Nacional de Jurisprudencia, autor de múltiples obras de derecho y de política, es un orador excelente y ejerce un poder de mando eficaz y tolerante. Inspira la disciplina, pero no a través de la dictadura.

Su relación con los estudiantes es excelente. Organizador permanente de eventos académicos –a veces con su tono político– llena el aula Pallares con enorme facilidad.

Por otra parte, padezco sus exigencias de director que ha ampliado programas y duración de las clases, con algunas protestas mías, por supuesto, y mantiene una relación muy cordial con los profesores que ciertamente no lo somos por ambiciones económicas. Cuando veo el importe de mis alcances quincenales, si es que me acuerdo de ir a cobrarlos a la ventanilla, pienso si no estaré equivocado por valuarme de manera tan discreta o si en realidad lo que hago mal es cobrar.

Fernando Serrano tiene una gran experiencia en el servicio del Estado. Ha sido, entre otras cosas, director de Profesiones y me parece que abogado general de la UNAM. De esa manera el complejo manejo administrativo de las cuentas oficiales y, en su caso, la pulcritud absoluta con que lo ha hecho, abonan de manera especial sus cualidades para esa gran administración que implica la rectoría de nuestra Universidad.

Autor de libros importantes; orador claro y preciso, siempre ordenado; hombre cercano en todos los casos; cumplidor estricto de sus deberes académicos y administrativos, y generador de una relación estrecha y respetuosa con sus colaboradores, conjunta cualidades que justificarían de sobra su ascenso a la rectoría.

Soy de los que piensan que Fernando y la Universidad lo merecen.

 
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