Usted está aquí: domingo 4 de noviembre de 2007 Opinión La Revolución

Ángeles González Gamio
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La Revolución

A unos días de que se conmemore el llamamiento que hizo Francisco I. Madero a la lucha armada, fijando el 20 de noviembre de 1910 como fecha de iniciación de la resistencia en contra de la dictadura de Porfirio Díaz, nos parece un buen momento para volver a recordar la historia del Centro Escolar Revolución, que se edificó en la década de los 30 del siglo XX, en el predio en donde estuvo la tristemente célebre cárcel de Belén, misma que fue destruida para erigir en su lugar este símbolo del triunfo revolucionario, que permitiría cristalizar el sueño de la educación socialista. Esto sucedió en 1933, cuando el país entraba en una época de estabilidad, tras el azaroso periodo posrevolucionario. Ello dió lugar, entre otros, a que se realizara un ambicioso proyecto de urbanización en la ciudad de México, que desgraciadamente arrasó con importantes construcciones virreinales y decimonónicas.

En el caso particular de la escuela Revolución, el proyecto cobró enorme importancia, porque coincidió con la reforma al artículo 3o. Constitucional, por lo que el entonces presidente Abelardo L. Rodríguez mandó edificar una imponente construcción. Los objetivos alcanzaron plena realización en el gobierno del general Lázaro Cárdenas, quien propició que fuera un centro educativo de avanzada, en donde los alumnos recibieran una educación integral, que contribuyera a modificar la ideología, las costumbres y el modo de vida, para crear una nueva sociedad justa e igualitaria. Para lograrlo se le dotó de las instalaciones más modernas: gimnasio, alberca, pista atlética, canchas deportivas, biblioteca y talleres.

Como complemento, se invitó a varios pintores integrantes de la Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios (LEAR) para que plasmasen las ideas revolucionarias en los muros y vidrieras. Así, Raúl Anguiano, Fermín Revueltas, Aurora Reyes, Gonzalo de la Paz, Ignacio Gómez Jaramillo, Antonio Gutiérrez y Everardo Ramírez, pintaron paredes y diseñaron bellos vitrales.

En este marco se impartiría la mejor educación del país, complementada con talleres en los que se les enseñaba a los alumnos pintura y dibujo, y otros en los que se les preparaba como técnicos, propiciando su organización en sindicatos y cooperativas, inclusive llevándolos a huelgas y manifestaciones sindicales. Con todo ello la Revolución se volvió la escuela modelo del país.

La monumental edificación que diseñó el arquitecto Antonio Muñoz aún funciona. A pesar de su deterioro, destaca su impresionante vestíbulo, decorado con murales, y el interior, con un carácter como de escuela soviética de la era stalinista: construcciones macizas de concreto gris, espacios muy amplios y abundancia de enormes patios para que los estudiantes corran, jueguen, hagan deporte y naden en la piscina, que da servicio también a la gente del barrio.

En general, los murales se encuentran en bastante mal estado, pero los vitrales, afortunadamente protegidos con una cerrada malla, están prácticamente intactos. Ahora que se están proyectando obras para festejar el bicentenario de la Independencia y el centenario de la Revolución, algunas faraónicas como la famosa Torre Bicentenario, que con buen tino se suspendió, sería más conveniente abocarse a restaurar edificaciones como la escuela Revolución, que tanto en su arquitectura, como en su ornamentación y antecedentes, es un símbolo de los mejores frutos que dio el movimiento armado, que buscó la transformación profunda de nuestro país y vio en la educación el mejor camino.

La escuela Revolución se encuentra en Niños Héroes y Arcos de Belén. A unos pasos, en la esquina de esta última avenida con Luis Moya, esta situada la cantina-restaurante El Rincón de Castilla, que desde hace décadas ofrece buen cabrito, acompañado de su caldito de camarón, guacamole y frijoles de la olla, con sus tortillas calientitas, manjar ideal para estos fríos. En el aperitivo previo, para acompañar el tequilita, puede compartir una suculenta cazuela de pulpo, camarones y setas al ajillo, y ya emboletados con el oloroso tubérculo, si prefiere pescado, le sugiero la lonja de salmón a la andaluza, que es ¡al ajo!, con su guarnición elegantísima de corazones de alcachofa y palmito. El imprecindible postre puede ser unos duraznos flameados al rompope. Creo que después de este festín se impone un digestivo con el café y como remate de lujo, lo ideal es una siestecita.

 
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