Número 136 | Jueves 1 de noviembre de 2007
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Directora general: CARMEN LIRA SAADE
Director: Alejandro Brito Lemus



Decorar el cuerpo, liberar la mente
El cuerpo es un amplio lienzo para soltar la rienda a la imaginación. Decorarlo, marcarlo o perforarlo son algunas de las opciones. Los atuendos permanentes son vastos, pero la libertad de elegir se enfrenta a la discriminación de los que consideran las modificaciones corporales como asunto de “malvivientes”.

Por Christian Rea Tizcareño

Colorear la apariencia es adueñarse de ella. Reconstruir la imagen y construir la identidad. Tatuarse o perforarse, elegir un fragmento de cuerpo y hacerlo símbolo de lo que se es, se quiere ser o del lugar al que se pertenece. A la decisión libertaria —como toda acción reflexionada y asumida— se opone la discriminación hacia lo que la sociedad considera diferente. Marcar el cuerpo es señalarlo, físicamente, con un estigma. Una huella visible que da a sus portadores múltiples adjetivos: delincuentes, marginados, convictos. Malvivientes, según el vago concepto que flota sobre todo aquel cuya apariencia choca con lo establecido.

Pero el arte de decorar el cuerpo en forma indeleble ha salido del gueto y se ha popularizado entre los jóvenes, datos de encuestas realizadas en universidades estadounidenses revelan que alrededor de la mitad de los estudiantes tienen alguna perforación y cerca de una cuarta parte están tatuados.

Piercings prehistóricos
El cuerpo decorado con tatuajes y perforaciones es un fenómeno ancestral. Los pueblos egipcio, griego, romano y precolombino decoraban su anatomía con fines cosméticos, bélicos, mágicos, eróticos o religiosos. El tatuaje más antiguo data de la era neolítica. La evidencia más remota de un cuerpo femenino tatuado se encuentra en la momia de la sacerdotisa egipcia Amunet, adoradora de Hathor —diosa del amor y la fertilidad. En México, una investigación de 1899 da cuenta de la práctica del tatuaje en dos sectores específicos: militares y delincuentes.

Piercing o perforar consiste en atravesar la epidermis o la mucosa con un instrumento punzo cortante para implantar un aro, pendiente u objeto decorativo hipoalergénico. Tatuaje originalmente significa golpear, pues antiguamente se impactaba un hueso contra otro para estampar en la piel un dibujo. Existía la creencia de que los tatuajes protegían contra la mala suerte y las enfermedades. También se utilizaban como identificadores del prestigio social, de jerarquía o de pertenencia a un grupo determinado.

“En el lienzo del cuerpo se van pigmentando las ensoñaciones, se van escribiendo biografías individuales y colectivas, se van tejiendo lazos afectivos, se da vida y voz a los antiguos, se rememoran contextos y personas vivas o muertas, se resignifican prácticas sexuales y el cuerpo se consagra en ritos y rituales como un templo”, señala Cupatitzio Piña Mendoza, psicólogo social especialista en culturas juveniles, en su libro Cuerpos posibles. Cuerpos modificados. Tatuajes y perforaciones en jóvenes urbanos —texto ganador del Premio Nacional de la Juventud en 2003.

Para el investigador Alfredo Nateras, académico de la Universidad Autónoma Metropolitana, alterar y decorar el cuerpo implica que los jóvenes han decidido ser dueños de sí mismos. Han construido su estética, su identidad. Han hecho de los tatuajes y las perforaciones una forma más de vida que, incluso, aleja la diferencia de género. Basta ver los espacios corporales intergenéricos —labios, cejas, lengua y lóbulos de las orejas— comúnmente horadados por mujeres y varones.

Aunque los motivos tatuados sí responden, en muchos casos, a los estereotipos de género: delicadeza y seducción para lo femenino; rudeza y fuerza física para lo masculino. En México, explica Dante Salomo, tatuador y activista, los tatuajes más solicitados por los varones son cráneos, flamas, demonios, dragones, figuras llamativas en tamaños grandes, las cuales se graban comúnmente en brazos, pecho y espalda. “Los cholos se dibujan alambres de púas, Cristos o Vírgenes, y la Santa Muerte ha escalado preferencias”, dice. Mientras, los tatuajes más pedidos por mujeres son imágenes pequeñas, mariposas, corazones, flores, soles, lunas, hadas o cadenitas, que generalmente decoran la espalda baja, ingles, tobillos y coxis.

Si bien las representaciones de la juventud —en el cine y la televisión, por ejemplo— comienzan a abrir paso a la decoración corporal como algo “normal”, el cuerpo publicitario dominante —esbelto, atlético, blanco, joven y liso— se une al discurso pecaminoso de las religiones judeocristianas, que condenan todo “atentado contra el propio cuerpo”, cualquier cosa que esto signifique. La discriminación hacia las personas tatuadas y con perforaciones, dice Nateras en el prólogo del libro de Piña Mendoza, es comandada por dos instituciones disímbolas pero complementarias: la familia, en el ámbito privado, y la policía, en las calles.

Acá no hay gente como ustedes Para Dalia, quien tiene el cuerpo ornamentado, la discriminación no es ajena. Cuenta a Letra S que ella y un amigo, quien tiene el brazo tatuado y posee expansiones —perforaciones amplias que moldean y expanden la piel—, fueron objeto de discriminación mientras descansaban en una calle de Ciudad Guzmán, Jalisco. De pronto, cuatro patrullas los cercaron. Los uniformados salieron de los vehículos e interpelaron a los visitantes: “¿Qué hacen ahí?, ¿de dónde vienen?, ¿qué hacen aquí? Sus identificaciones”. Los dos jóvenes se desconcertaron porque los policías argumentaron que los vecinos hicieron una denuncia, “pues no están acostumbrados a ver gente como ustedes”.

Dalia narra que, en otra ocasión, un intenso dolor de estómago le permitió experimentar la discriminación en una clínica. La médica exploró su cuerpo y encontró un cuerpo “extraño” en el ombligo, una perforación. El diagnóstico fue ése: “Es una herida. Te tienes que quitar la argolla”. Tras una prolongada discusión, el dictamen médico cambió, la joven padecía colitis.

A Belem le pasó algo similar. Su madre estaba hospitalizada. Necesitaban donadores de sangre. Ella se ofreció, pero la enfermera se lo impidió, diciendo que su sangre no servía. “Tienes una perforación, ¿para qué te haces eso? Tienes hepatitis”, le dijo, sin ninguna prueba clínica de por medio. La chica desistió. La discriminación hacia las personas con tatuajes y perforaciones también se encuentra en las aulas. Adriana, una estudiante de negocios internacionales en el Instituto Politécnico Nacional relata a Letra S que una maestra le dijo “¿cómo una futura licenciada puede tener eso en la cara? Me da asco verte, jamás en la vida trabajaría con una persona como tú”.

Contra la discriminación
El tatuador Dante Salomo es impulsor de una campaña en pro de los derechos de las personas con tatuajes y perforaciones. La discriminación, dice, es mucho más que las miradas de desaprobación o de miedo de algunos frente a personas con alguna modificación corporal. Hoy día, empresas multinacionales como Bimbo, Coca Cola o Sabritas niegan empleo a quienes portan tatuajes o perforaciones. “Eso viola la Constitución”. Más aún, cuando una persona sin recursos económicos decide borrarse el tatuaje para conseguir un puesto laboral, recurre a métodos riesgosos, como quemarse con ácido, con cigarros o rasparlo con navajas. “Eso es inhumano. Tus capacidades, estudios y conocimientos no cambiaron ni cuando te hiciste, ni cuando te quitaste un tatuaje”, señala Salomo.

En 2006, el activista logró reunir dos mil 681 firmas en contra de la exclusión de las personas tatuadas y perforadas, que envió al Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación. A finales del año pasado se llevó a cabo una protesta pública en la glorieta de Insurgentes en la ciudad de México, en donde dos de sus compañeros fueron suspendidos por ganchos de acero insertados en la piel. Tras ambas crucifixiones, realizó un sondeo, que arrojó que 90 por ciento de tatuados y perforados ha sufrido distinción, restricción, exclusión, represión y violencia verbal o física.

El trabajo, la escuela, la calle, el hogar, la oficina de gobierno y el centro de salud son los ámbitos en que se ha manifestado discriminación. La mayor parte de los entrevistados reconoció que ha sido revisado, detenido u hostigado por cuerpos policíacos al menos una vez en su vida. Cerca de 68 por ciento desistió de denunciar el hecho, principalmente porque “no sirve”.

Hace siete meses, Salomo recurrió a la Asamblea Legislativa del Distrito Federal. Entonces, fue el Partido Acción Nacional quien presentó una iniciativa para reformar el artículo cuatro de la Ley para Prevenir y Erradicar la Discriminación local, con la finalidad de incluir a las personas con tatuajes o perforaciones. La propuesta fue turnada a las comisiones correspondientes. Sin embargo, el diputado Miguel Ángel Errasti Arango “no ha movido un dedo. Le envíe mensajes a su abogado, quien me contestó ‘cuando haya algo te aviso’”.


Si quieres tatuarte o perforarte, debes:
Ser mayor de edad o hacerlo bajo el aval de alguno de tus padres o tutores, según dice la Ley General de Salud.
Acudir a un lugar higiénico. Siempre existe un riesgo de transmisión de infecciones como la hepatitis, el papiloma o el VIH si los instrumentos contaminados con sangre no son esterilizados o no se desinfectan.
Cerciorarte de que el tatuador o perforador utilice guantes, tapabocas y agujas desechables, y que cuente con el aval de la Secretaría de Salud.
En caso de ser una perforación en pene o vagina, cerciorarte de que no se corres el riesgo de romper un condón al tener sexo.