Usted está aquí: jueves 1 de noviembre de 2007 Opinión I love this Nation

Soledad Loaeza

I love this Nation

Si usted está dispuesto a vivir 10 minutos de incomodidad y algo mucho más angustioso que la pena ajena, puede recuperar en youtube.com el video de la entrevista que Bill O’Reilly le hizo al ex presidente Vicente Fox hace tres semanas.

El periodista –conocido por su conservadurismo y un estilo estridente y agresivo– inició el programa con una belicosa introducción en la que subrayó los problemas de pobreza y de corrupción en México, a partir de la pregunta de por qué si tenemos tanto petróleo y playas magníficas no somos un país de primer mundo. (Y uno se pregunta ¿cuántos países del primer mundo se han construido sólo con petróleo abundante y bellas playas? Ninguno. La combinación de ese tipo de recursos se encuentra mayormente en países del tercer mundo. Pero a Vicente Fox sólo se le ocurrió responder con el lugar común de que es la culpa del PRI.)

Luego, O’Reilly habló del porcentaje de inmigrantes mexicanos en las cárceles de Estados Unidos (17 por ciento) para sembrar en la mente de su audiencia la equivalencia entre trabajador ilegal y criminal, y no nada más el que viola las leyes migratorias, sino el que viola todas las leyes. El propósito era generar una imagen difusa del mexicano indocumentado como narcotraficante y justificar el principal propósito de O’Reilly: promover la idea de que es indispensable que el gobierno mexicano detenga el flujo de inmigrantes a Estados Unidos, país libre de culpa y de responsabilidad de ningún tipo.

Para nadie es un secreto la debilidad de carácter del ex presidente Fox, que también explica la influencia dominante de Marta Sahagún sobre la imagen que tiene de sí mismo y sobre sus decisiones. No obstante, verlo tragar gordo en la pantalla ante la inhóspita recepción de O’Reilly, causa una desazón enorme, porque uno no acaba de acostumbrarse a la extraordinaria falta de juicio que caracteriza al ex presidente, y uno se pregunta qué crueldad de baja intensidad lleva a su señora esposa a impulsarlo a la televisión americana, precisamente al Canal Fox, cuya xenofobia antimexicana ha sido clave de éxito.

¿Por qué se somete el ex presidente mexicano –o se deja someter– a semejante martirio? Todas sus expresiones faciales y su lenguaje corporal demuestran en el video que la dicha entrevista fue para Vicente Fox el suplicio de Tántalo. Risitas nerviosas, movimientos incontrolables de una lengua de estopa como la que sólo producen los antidepresivos, palabras que no vienen a la mente, repetición sin más de la frasecilla, “That is not true”, para responder a las afirmaciones tan contundentes como insidiosas del periodista a propósito de la pobreza en México, del porcentaje de mexicanos sin educación secundaria, de los inmigrantes centroamericanos que ingresan a México ilegalmente (tan fácil que hubiera sido desmentir la afirmación de O’Reilly de que el Ejército mexicano controla firmemente la frontera sur), de la supuesta falta de voluntad del gobierno mexicano para detener a los mexicanos que quieren cruzar la línea, a lo que hubiera podido responder que la Constitución garantiza el derecho al libre tránsito, y no puede hacer de la migración un delito que se persigue de oficio.

Vicente Fox en pantalla dio prueba de lo que nosotros conocemos bien: la lentitud de los procesos mentales, la pobreza argumentativa, el desconocimiento de las estadísticas, una susceptibilidad a flor de piel que no se corresponde con la pesadez de las reacciones. Pero lo peor de todo es que en la entrevista aflora nuevamente la imagen del vencido, de quien piensa –porque así lo dijo alguna vez– que los mexicanos tenemos que prepararnos para ser excelentes jardineros en Los Ángeles.

Debajo de toda la retórica de la Revolución de la esperanza, de las palabras huecas que le fascinan al ex presidente porque son ligeras –aunque en este caso se le enredan en una lengua que no acaba de despertarse– y le pesan menos que la esposa, de la supuesta admiración por su abuelo que nació en Cincinnati en 1865 –el mismo año que mataron a Lincoln, ¡imagínese usted!– y que vino a México a “construir el American dream”, dijo Vicente. Debajo de todo eso aparece la íntima convicción de Vicente Fox que –como lo cree O’Reilly y otros como él– los mexicanos somos intrínsecamente inferiores a los estadunidenses. Por esa razón, para defenderse de la andanada de O’Reilly, lo único que se le ocurrió fue decir: “I love this Nation” (Estados Unidos, desde luego), como quien clama misericordia; más doloroso todavía es escucharlo decir: “I am part of this Nation”, con el tono del boxeador en la lona que pide “Time”.

Los presidentes del PRI tenían muchos defectos, pero todos estaban muy orgullosos de haber llegado a ser presidentes de México. Todos creían que el nuestro era un gran país y que era un honor y un don inmerecido estar al frente de la Nación mexicana, a la que querían y de la cual se sentían parte, y todos lograron transmitir ese sentimiento. Todos entendían que es parte de la estrategia de los poderosos convencer a los demás de su propia inferioridad, por eso –salvo algún extraviado– miraban con recelo los juicios que en Estados Unidos se hacían –y se hacen– de México, y por eso a ninguno se le ocurrió defenderse abrazando la bandera americana. Vicente Fox tiene una deuda de silencio con la nación mexicana.

 
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