Usted está aquí: martes 30 de octubre de 2007 Opinión Colección Blaisten en vivo

Teresa del Conde/ I

Colección Blaisten en vivo

El Centro Cultural Tlaltelolco se ubica en el edificio de la antigua Secretaría de Relaciones Exteriores; arquitectónicamente está entre los aciertos de don Pedro Ramírez Vázquez. Casi abandonado por años, fue radicalmente remozado (más que restaurado) y es ahora dependencia de la Universidad Nacional Autónoma de México, su inauguración, el 21 de octubre, trajo consigo un aluvión de invitados, pero gracias a Sergio Raúl Arroyo y a Andrés Blaisten, fue posible visitarlo casi a solas al día siguiente.

Son varias las dependencias que alberga. Entre ellas está El Memorial del 2 de octubre, desde donde se advierte el panorama de la Plaza de las Tres Culturas, tiene carácter histórico-documental y rescata aquel tramo doloroso e indispensable de la historia mexicana del siglo XX, con sus antecedentes y sus repercusiones en el XXI.

En el segundo registro del edificio, amplias y bien acondicionadas galerías albergan un conjunto de 138 piezas de las más de 600 que conforman la colección Blaisten, que es de lo que voy a ocuparme ahora. La lectura arranca con las que corresponden a finales del siglo XIX y principios del XX: Saturnino Herrán; un Alfredo Ramos Martínez muy peculiar, que a simple vista pareciera realizado por el posimpresionista estadunidense Maurice Prendergast; dos o tres pinturas simbolistas; una escultura de Jesús F. Contreras; La domadora, de Julio Ruelas, y un gran cuadro de Alberto Fuster, acorde con los parnasianos en cuanto a estilo.

De allí en adelante siguen los rubros que obedecen a la Escuela Mexicana, aunque en realidad no se trate de “escuela” alguna, sino de los diferentes y a veces contrastantes procesos identitarios que en pintura y escultura trajeron consigo no sólo el muralismo, sino un contingente importantísimo de pintura de caballete. Salta a la vista el buen ojo de este coleccionista, así como su pasión por manifestaciones pictóricas y volumétricas que supo calibrar aunque no correspondieran con sus propios tiempos, dado que Blaisten, egresado de la Escuela Nacional de Artes Plásticas, pero por años dedicado a otros menesteres, aunque siempre sin abandonar sus pasiones artísticas, debe haber nacido hará algo más de medio siglo en Argentina y está naturalizado mexicano desde hace décadas.

A su buen ojo, suma conocimientos más que consistentes, aparte de las capacidades persuasivas que le han permitido elegir obras de envidiable nivel, pues es cierto que a lo largo de lustros integran un abanico de opciones indispensables de analizar por los conocedores, estudiosos o simplemente degustadores del arte.

Al rubro “simbolista” antes mencionado, el conjunto sigue un orden cronológico, empezando con un apartado de vanguardias mexicanas encabezadas por el acueducto precubista de Diego Rivera (1913) y por la conocida naturaleza muerta con libros, de Angel Zárraga (1919).

La mayor sorpresa en esa sección se la lleva un cuadro poco o nada conocido de Carlos Mérida, Alcalde de Almolonga, de 1919, año en que llegó a México después de estancias en Europa y en Estados Unidos, de donde regresó un tiempo a su país. El “alcalde” resulta inusual en aquel momento, ya fuere en Guatemala que aquí (no tanto si tenemos en cuenta la trayectoria de su autor en cuadros como La muchacha del perico de 1917), sigue a esto un conjunto de máscaras de Germán Cueto, otro representante mexicano dentro del concierto europeo de las vanguardias.

Van desfilando después los nacionalismos de los años 20, con Alberto Garduño, Jean Charlot antes de que adoptara de una vez y por todas su peculiar estilo de configurar, ejemplificado en otra sección, Fermín Revueltas, Agustín Lazo y Gabriel Fernández Ledesma con dos pinturas que se hacen guiños: la que representa un ebanista en su taller y la del político orador, todo un dandy de pueblo con ímpetus modernistas.

Son varias las ocasiones en que las piezas dialogan o se complementan entre sí, gracias a la museografía y eso es algo especialmente interesante de observar. Hay que adjudicar este acierto a la convivencia perenne de este coleccionista con sus piezas, previo a la elección de las que habrían de exhibirse en vecindad, y también al curador: James Oles, que supo captar convergencias y disidencias en las expresiones de los artistas representados.

Dos pinturas de escenas industriales reflejan el movimiento de representaciones fabriles paralelo a las Escuelas al Aire Libre (en el que también incursionó Rufino Tamayo). Me refiero a Jesús Escobedo con un paisaje industrial (1927) y a Carlos Orozco Romero, un pintor disparejo que en sus mejores momentos resulta ser de primera línea, como se constata en el recorrido al observar su pintura titulada Sueños, de tinte surrealista, emparentada con personajes como Kati Horna en su propio quehacer fotográfico; más adelante, su autorretrato ante el caballete de 1948 corresponde a tónica distinta.

 
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