Usted está aquí: domingo 28 de octubre de 2007 Cultura Ámbar Past y el Taller Leñateros

Elena Poniatowska/ I

Ámbar Past y el Taller Leñateros

Ampliar la imagen Ejemplo del trabajo del Taller Leñateros Ejemplo del trabajo del Taller Leñateros

Hace 32 años, Ámbar Past, poeta, fundó en San Cristóbal el Taller Leñateros. Los leñadores cortan los árboles, los leñateros jamás talan el bosque. Los leñateros suben a la montaña con su mecapal a recoger la leña que cae de los árboles, ramitas de ocote y encino que traen en su espalda de regreso a su casa para hacer lumbre y calentar sus tortillas en el comal. Los leñateros se aparecen en San Cristóbal entre la niebla, algunos tienen burros cargados de leña que venden de casa en casa. Ofrecen hoja de pino para el piso, flor de bromelia, musgo y orquídeas para el nacimiento navideño.

Además de poeta, Ámbar es una mujer extraordinaria que llegó a San Cristóbal como una pariente pobre y vivió de arrimada en la casa de una anciana y luego otra y se escandalizó con la miseria de los campesinos tzotziles. Familias de más de siete vivían en un solo cuarto que compartían con perros, puercos, borregos y guajolotes. Fuera de unos cuantos guajes, una o dos ollas de barro, una cubeta, un metate, a veces un molcajete, un radio de baterías, el telar de cintura con el que tejían su ropa, no había nada en la única pieza oscurecida por el humo salvo las tres piedras en medio del piso de tierra para calentar la comida. A veces, un altarcito se erguía en un rincón, una cruz de juncia y eso era todo. Ámbar, poeta, veía a las mujeres moler maíz y palmear tortillas en medio del frío, la falta de agua, el hambre, la incomodidad, pero así descubrió los conjuros, las encantaciones, las ebriedades, los prodigios y sortilegios, la poesía con la que se rodean los mayas, la poesía que surge de sus manos y su bocas, la poesía esencial en su vida diaria, la poesía y el respeto a la costumbre que los saca adelante.

Nada fue fácil; a Ámbar sólo la aceptaron cuando enfermó gravemente de apendicitis. Entonces hombres y mujeres se dieron cuenta de que era un ser humano a pesar de su altura, sus ojos claros, la cauda dorada de su cabello rubio. Al verla enferma, le contaron después, sintieron miedo. Si la alta güera blanca se moría, vendría el ejército. Por lo tanto la curaron con hierbas y rezos. Sólo cuando se dieron cuenta que era mortal, la aceptaron.

A partir de entonces Ámbar se volvió una presencia indispensable en San Cristóbal. La saludaban en la calle, le abrían la puerta, la llamaban, la requerían, María Tzu se hizo su amiga y la acompañaba entre risas y bromas al igual que María Komes, María Kartones a quien se encontró en la calle y todos consideraban loca porque se inclinaba sobre los charcos y se embarraba el rostro y el pelo con lodo y gritaba frente a la puerta de las casas, o de plano la apedreaba. Parecía llevar una máscara y un casco de barro. Quizá era su protección contra el calor del sol. O quizá era su manera de aprender a vivir en las entrañas de su propio infierno.

Ámbar aprendió a hablar tzotzil muy pronto. Otras amigas también caminaron a su lado, como Pasakwala, que sabe guiar las almas al cielo. Le compraban velitas de a 25 centavos para que Ámbar las prendiera, le hicieron limpias, la vistieron con hojas de árbol, le dieron remedios, conjuros y encantaciones.

Ámbar Past sabe ganarse los corazones y teñirlos de colores. Así lo hizo cuando les ofreció a sus huéspedes y a los amigos de sus huéspedes un curso de tintes naturales en San Cristóbal de las Casas. Todo lo que Ámbar encontraba tirado en el camino a su choza lo recogía y así les enseñó a las mujeres cómo sus abuelas utilizaban ciertas plantas para teñir ropa y textiles. Ámbar rescató la memoria de ancianas mayas. De esa experiencia hizo una película de 16 mm. en lengua tzotzil que se proyectó en los muros de la iglesia de San Cristóbal. A partir de 1984, concentró sus esfuerzos en confeccionar papel con rastrojo de milpa, flores, pasto, hojas de plátano, concha de coco, bagazo de caña y hasta desechos industriales. Los leñateros traían madroño para alimentar al fuego y las flores marchitas de la iglesia; la juncia zapateada en alguna fiesta, bejucos, liquen, velo de novia, mahagua, vaina de frijol, pencas de maguey, juncos, tallos de gladiolas, frondas de palmera, pasto, papiro, sacatón y bambú, junto con papel y ropa vieja. “La materia prima de los sueños es casi siempre algo que no sirve” dice Ámbar. Su ingenio es infinito y logró que los artesanos se volvieran expertos en técnicas para lograr volumen en el papel.

En 1975, Ámbar conoció a las mujeres conjuradoras que se ocupaban de hacer felices a los indios. En Cotzilnab, a 40 kilómetros al norte de San Cristóbal de las Casas, Markarita Váskes Kómes y María Álvarez Jiménes, Me’Avrila, le enseñaron entre risas un canto:

Nichimajuk tal yo’onton ti snupe...

Que llegue con flores en su corazón el hombre.

Que llegue con todo su corazón.

Que hable con mi carne.

Que le duela su sangre por mí

cuando me vea en el camino al mercado.

Yu’un me ta jk’an ti chinupije...

Quiero juntarme con él.

Quiero que el hombre complete mi cuerpo.

Me’Avrila le dijo a Ámbar que era un conjuro para cantar mirando el camino que habían tocado los pies del hombre deseado.

Los maestros de los talleres, dirigidos por Ámbar Past, son tzotziles, tzeltales y chamulas. Pedro Álvarez, originario de Huixtan, es tipógrafo e impresor, Antonia Moshán Culej de Chilil, es encuadernadora.

Taller Leñateros es la única editorial maya en México. Durante más de 400 años, no se habían producido libros escritos, ilustrados, impresos, encuadernados por el pueblo maya. La jícara, de la que tengo un ejemplar con una jicarita que le cuelga, ha sido llamada “la revista más bella del mundo” por críticos de arte de la Jack Magazine.

Habla Ámbar Past

“Hace años rentamos una casa de adobe en San Cristóbal y sembramos en el patio un árbol de aguacate. El palo creció, se hizo tan alto como el árbol donde la Luna enseñó a tejer a las Primeras Madrespadres y la casa se achicó bajo la sombra de las hojas y se llenó de sueños y lo llamaron ‘Taller’, primero de Sueños y luego Leñateros.

“En las hogueras del traspatio hierven enormes ollas de totomoste, pita de maguey, tallos de gladiola, hojas de palma, trapos, enaguas viejas, huipiles reciclados, cepa de plátano para hacer papel. Hay canastas llenas de papiro, lianas, líquenes y musgo. Trituramos las fibras en un molino que gira gracias a la fuerza de una bicicleta. Tendemos el papel al sol y, mientras se seca, imprimimos poemas en hojas de roble y pétalos de pensamiento. Los alquimistas de la serigrafía trabajan de sol a sol, de luna a luna, transformando la luz natural en imágenes de color bugambilia. Cortamos, doblamos, costuramos, pegamos, prensamos, envolvemos. Publicamos una revista literaria, un códice rupestre conocido como La jícara, en la que aparecen traducciones de lenguas indias, testimonios, diarios de forasteros, xilografías, petroglifos y cosas raras. Y un libro de hechizos incluyendo uno para vivir muchos años, Conjuros y ebriedades, cantos de mujeres mayas. Las conjuradoras cantan al pie del palo de aguacate. Loxa Jiménes Lópes, Xunka’ Utz’ Utz’ Ni’y María Tzu pintan entre el aroma de la madreselva.

“Entre sueños nos llegan ideas y diseños. Así es con los Leñateros: la Luna y las hijas del Rayo nos regalan sueños para alumbrar el camino. Reciclamos nuestras visiones para convertirlas en arte; también reproducimos los sueños de otros: imágenes de los códices, de los sellos de barro prehispánicos, motivos de los tejidos y de la cerámica maya.”

 
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