Usted está aquí: jueves 25 de octubre de 2007 Opinión Homenaje a José Emilio Pacheco

Margo Glantz

Homenaje a José Emilio Pacheco

Escritor prolífico, ha publicado libros desde 1958. Me detengo en Aproximaciones: allí Pacheco exhibe otra de sus pasiones máximas, la interpretación o versión de los poemas que lo han formado, con los que ha constituido un vasto canon. Esta fase abarca un enorme repertorio de grandes poetas de varias nacionalidades y lenguas. Las distintas versiones han sido corregidas sin cesar, al grado de que a cada reimpresión los editores se enfrentan con un nuevo libro. Las malas lenguas cuentan que una de las versiones más revisadas es la de los Cuartetos de Eliot, aseguran que al publicarla será necesario traducirla al inglés porque habrá superado al original.

Transcribo un fragmento de su versión de un poema muy traducido en México, El desdichado, de Nerval:

Yo soy el tenebroso, el viudo inconsolado,/ A mi abolida torre la desdicha me guía./ Cargo una estrella muerta y un laúd constelado/ Son estos negros soles mi aciaga astronomía./ Bajo la áspera noche, tú que me has confortado/ devuélveme el oleaje y el mar al que cubría;/ la herida en que se ahonda mi grito desolado,/ el confín de la hiedra que a una rosa se alía...

Al final de Aproximaciones, Pacheco agrega notas sobre cada autor incluido en la compilación, casi epitafios, a la manera de Edgar Lee Masters en Spoon River, de 1915, obra “(...) que revolucionó la poesía en lengua inglesa y en los años transcurridos desde su aparición no ha dejado de ser uno de los escasos bestsellers poéticos”.

Una demostración de su necesidad de relatar; también de otra de sus facetas: la de profesor, crítico literario e historiador de la literatura: lo prueban sus peregrinaciones como profesor en distintas universidades extranjeras y el impulso que lo ha llevado a ordenar y antologar a poetas y narradores mexicanos y extranjeros.

Su narrativa se inicia con La sangre de Medusa, escrita asombrosamente en 1959, cuando apenas tenía 20 años; sigue El viento distante (1963), donde todos los cuentos tienen como protagonistas a unos niños, siguiendo una tradición que inicia, creo, con ciertas escritoras como Nellie Campobello, Rosario Castellanos, Elena Garro.

El principio del placer (1972) y dos novelas extraordinarias, Morirás lejos (1967) y Las batallas en el desierto (1981), ambas de temas y estructuras muy diferentes; de la primera diría que es quizá la única novela en México que haya tratado de manera tan eficaz y elegante el tema del nazismo y los campos de exterminio. Sobre la primera novela escribí alguna vez: “La fragmentación del texto es la fragmentación de la hipótesis. Su unidad, la polaridad de las miradas. Su ordenación es la incisión. Las hipótesis siempre sugieren una duda y el intento por descifrar el enigma exige la presencia de un perseguidor, corporificado aquí simultáneamente en el narrador omnividente y en el lector que organiza los enigmas...”

Las batallas en el desierto retoma el tono sencillo e ingenuo propio de un niño a punto de convertirse en adolescente, enamorado desesperadamente de la madre de un condiscípulo y el recuerdo de una ciudad desaparecida, como se lee en la contraportada: “Una ciudad y un niño crecen, se transforman y se deforman juntos, arrastrados sin posibilidad de resistencia inmediata por la fuerza de un proceso históricamente ciego y sin sentido: vidas individuales y existencia colectiva dominadas por la frustración y la impotencia (...) José Emilio Pacheco lleva a cabo un implacable y lúcido ajuste de cuentas con la realidad que le tocó vivir a su generación...”

En este libro regresa a un tema que desde joven le preocupaba, de manera más profunda y ajustada literariamente, las peripecias aparentemente banales de la vida de un adolescente y sus vivencias; al sesgo, es decir, a través de la mirada infantil, se muestran los cambios políticos fundamentales acaecidos en el país, cuando éste empezó a entrar imperceptiblemente en la etapa de modernización que desembocaría en lo que ahora llamamos la globalización, además, la política de la corrupción que imperó en el sexenio de Miguel Alemán, política que de alguna manera nos ha conducido al país en que vivimos hoy.

Termino con un verso suyo, de Los elementos de la noche:

Enciende el aire luces transparentes

y rompe el aire un sol ágil y oscuro.

La noche es oquedad, desierto muro

o llama/ detenida en sus vertientes...

Otro dolor regresa cuando sientes

que el árbol de ese tiempo en que no duro

se nutre de lo muerto y lo futuro,

de la tierra y la sangre incandescentes.

 
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