Usted está aquí: miércoles 24 de octubre de 2007 Opinión Tiempo de blues

Tiempo de blues

Raúl de la Rosa
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Expone Fernando Robles en el Franz Mayer

Pulquerías del siglo XIX, el título de la muestra que se inaugurará mañana

Ampliar la imagen Detalle del mural de Fernando Robles Detalle del mural de Fernando Robles

Podría comenzar la nota con un blues por las pulquerías, pero dejemos la nostalgia y empecemos con una pregunta: ¿Cuántas pulquerías quedan en la ciudad de México? Se menciona que no pasan de una veintena, de las más de mil quinientas que expendían el tonificante neutli a principios del siglo XX.

Tradición a punto de extinguirse. De las que quedan, pocas conservan de ese colorido que Antonio García Cubas menciona en su Libro de mis recuerdos: “Lavados estaban el mostrador y los aparadores, en los que lucían vasos enormes de vidrio, manojos de apio y cerros de tuna colorada, para curar el pulque, las paredes enfloradas con picados papeles de colores y las puertas con enramadas de saúz”.

Los músicos populares eran parte de esos expendios; arpa, salterio, guitarrón, violín y bandolón amenizaban esas tertulias del pueblo, en las que se bailaban jarabes y sonecitos, y en las que de repente surgía el grito a todo pulmón: “Ay, pulque de las verdes matas, tú me tumbas, tú me matas, tú me haces andar a gatas”.

Catrinas, chivos, macetas de dos litros, bolas, cañones de a litro y los tornillos, estos últimos servidos en una bisagra (tabla perforada en la que cabían seis tornillos), nombres que poco se conocen ya. En las pulquerías había espacio para la rayuela (nada que ver con ese juego milenario que conocíamos como teja). También se jugaba el Rentoy, para mentes de agilidad asombrosa inventado en Europa, en el siglo XVI, perteneciente al Renacimiento, pues se juega con baraja española y se vale hacer señas, según la carta que le toca a cada participante. Era cómico ver como cerraban un ojo o ponían la boca de lado y de repente gritar: “envido pichón de nido” y se golpeaban el pecho.

Degusté los ricos curados de apio o de guayaba en Las Licuadoras o en La hija del Apache y en la Haz por Venir. Recuerdo también la famosa anécdota del pulquero que bautizó a su negocio con el nombre de Los Caballeros de Colón y ante la protesta de la Mitra sencillamente se lo cambió por el de Las Mulas de Don Cristóbal.

Por eso nos da un enorme gusto que en el Museo Franz Mayer se haya montado la exposición titulada Pulquerías del siglo XIX, cuyo autor es un pintor fuera de serie, Fernando Robles, que nació entre pisos de tierra, vigas retorcidas de mezquite y muros de adobe, en medio del candente desierto sonorense: Etchojoa, para ser exactos.

“Pueblo con ocho cantinas alrededor de la iglesia, de la cual salían cantos desgarradores de los indios”, recordó Fernando de su niñez. A la pregunta del porqué hacer una obra descomunal sobre las pulquerías y de la bebida desconocida por esas latitudes, respondió: “Es una recreación teatral, los personajes populares de una pulquería son como sacados de una ópera, catarsis, derrota-triunfo, la misma pulquería es un escenario”.

El oficio de Fernando Robles está plasmado en ese gran mural de 24 metros de largo, en el que predominan los sepias y negros sobre papel de algodón, con la ductilidad del papel de china. En 1979 el Festival Internacional de Pintura de Cagnes-sur-Mer, Francia, convocó a más de 300 participantes de 30 países, y Robles obtuvo el primer premio de este renombrado certamen. Su obra ha sido expuesta en Londres, Lyon, París, Burdeos, Luxemburgo, Chicago y Sao Paulo.

“Con su obra, Fernando Robles nos recuerda que en la pulquería todos tenemos cabida, todos tenemos pertenencia, porque en este mundo matraca de morir nadie se escapa”, escribió Claudia Burr en la invitación de la exposición. Los personajes de este mural son todas calacas, pelonas que nos pelan los dientes, porque a las pulquerías se va a olvidar, a compartir los olvidos.

La exposición será inaugurada el jueves 25 de octubre en el Museo Franz Mayer para recordarnos a lo largo de esa larga historia en papel que aún subsistimos, porque “quien toma pulque y come nopal, vive al fin un montonal”. Mientras voy a echarme un curado en La Conquista de Roma por los Aztecas. Aí’nos vemos.

“Pulque bendito, dulce

tormento. ¡Qué haces ahí

afuera, vente pa’dentro!”

 
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