Usted está aquí: sábado 20 de octubre de 2007 Opinión Confianza, reputación y reciprocidad

Gustavo Gordillo
http://gustavogordillo.blogspot.com/

Confianza, reputación y reciprocidad

Dilemas sociales. En un contexto donde las decisiones que toman un grupo de actores están interconectadas, puede haber un resultado benéfico para todos pero que no se produce porque se encuentran atrapados en una situación que, aunque no los beneficia, contiene un cierto grado de equilibrio y, por tanto, de certidumbre. Cambiarla requiere construir confianza entre los actores lo que está estrechamente vinculado a la reputación que tienen sobre el cumplimiento de compromisos acordados conjuntamente. La confianza también se construye a partir de la probabilidad de que los compromisos acordados generen conductas de reciprocidad. Hay un número importante de factores externos que influyen sobre esta dinámica de confianza, reputación y reciprocidad, pero quizás de los más importantes tienen que ver con la frecuencia de interacciones directas, el contar con información confiable sobre las acciones pasadas de los demás actores, la forma en que los principales actores están vinculados y la posibilidad de entrar o salir de esas interacciones.

Romper la inercia. En el actual contexto político hay tres grandes conglomerados decisivos. Hay además una situación de parálisis que he llamado de equilibrio catastrófico porque la continuidad de esta situación acelera los síntomas visibles de fragmentación social, la proliferación de franjas territoriales con problemas de gobernabilidad y la agudización de la conflictividad política y social. Los acuerdos que llevaron a la aprobación de la reforma electoral quizás abren las posibilidades de romper paulatinamente esa parálisis. Por eso adquiere importancia el estado actual de los principales partidos políticos.

El PAN. En el PAN la disputa entre la corriente del Yunque y la corriente del Presidente de la república ha protagonizado confrontaciones de las cuales el activismo del ex presidente Fox es uno de sus síntomas. Como lo atestiguará seguramente su elección interna un dilema de mayor envergadura que arrastra desde hace mucho, pero que ha sido más evidente ahora que detenta la Presidencia de la república es que no se asume como partido en el gobierno. Su alma de oposición de derecha conservadora sigue muy viva e incluso genera fenómenos como el aparente resurgimiento del sinarquismo.

El PRI. Después de haber perdido dos veces la presidencia de la república y sin haber asumido aun en sus planteos programáticos y orgánicos las consecuencias del desplome del sistema de partido hegemónico ha llegado a un punto de equilibrio interno a través de una dirección colegiada de facto entre los líderes de las cámaras, la presidencia del partido y algunos poderosos gobernadores. La eficacia con la han conducido desde la Cámara de Senadores la propuesta de reforma del Estado –es decir incluyendo a todos los actores relevantes e incorporando las más importantes iniciativas en esa materia– podría estar señalando su propósito de transformar el sistema político hacia un régimen semi-parlamentario. El dilema es si el PRI puede evolucionar hacia un partido parlamentario.

El PRD. Después de su congreso en agosto quedaron definidas las coordenadas en las cuales se desarrollarán su elección interna. Una es el peso insustituible de López Obrador y su capacidad de convocatoria y de veto. Otra es la mayoría en términos de delegados, de puestos de dirección y de representantes legislativos, de la corriente de Nueva Izquierda. Con todo lo errático que ha sido la doble condición del PRD como el principal partido de oposición y como partido de gobierno a través de su representación legislativa y ejecutiva en varias entidades, sus últimas expresiones en esto ámbitos implican acuerdos con las otras formaciones políticas que no chocan directamente con los vetos puestos por la corriente de López Obrador. Pero se trata también de un equilibrio transitorio.

Las tres formaciones principales enfrentan en consecuencia dilemas cuya solución no pueden posponerse indefinidamente. En el PAN, cómo ser partido de gobierno sin perder autonomía. En el PRI, cómo transformar un partido presidencialista en uno parlamentario sin fragmentarse políticamente. En el PRD, cómo ejercer una oposición real, es decir con responsabilidad en la gobernabilidad del país sin perder su convocatoria popular. Para que la solución de estos dilemas no sea catastrófica se requiere la intervención de factores externos. El principal está a la mano, es la continuación de la reforma electoral. Tiene que ver con la regulación de los partidos. Pero, sobre todo, con una especie de garantía cruzada respecto de las intervenciones de instancias eternas a los partidos no serán usadas eventualmente contra alguno en particular.

¿Cómo fortalecer el sistema de partidos políticos? Desde luego que no restringiendo su número cuyo efecto sería consolidar una incipiente oligarquía partidista. En cambio condicionar el acceso a recursos públicos y privados a una determinada validación de nuevas opciones por los ciudadanos mismos en las elecciones. La presencia de partidos menores o periféricos contribuye a captar dentro del marco institucional, demandas e insatisfacciones ciudadanas. Su presencia puede contribuir a airear discursos y programas políticos de las formaciones dominantes.

En segundo lugar consolidando en las leyes secundarias una distinta y más sana relación entre las competencias electorales y los medios de comunicación y estableciendo una mejor proporción en el uso de los recursos públicos entre gasto corriente y gasto en inversión de recursos humanos. En tercer lugar, estableciendo facultades tanto al IFE como al Trife para regular algunos aspectos de la vida interna de los partidos respecto al uso de sus recursos públicos y privados y a las garantías de militantes y dirigencias.

En cuarto lugar promoviendo la proliferación de asociaciones ciudadanas fuertemente cargadas al ámbito de la fiscalización ciudadana de candidaturas, compromisos de candidatos, propuestas programáticas y desempeño público. Una quinta iniciativa sería el establecimiento consensuado entre partidos, autoridades electorales y medios de comunicación de un código de ética política.

Hay empero inercias que van contra de acuerdos de largo plazo. Una particularmente grave es la tentación restauradora.

 
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