Usted está aquí: sábado 20 de octubre de 2007 Ciencias Cuestionar la inteligencia genética no es racismo

Cuestionar la inteligencia genética no es racismo

La búsqueda del conocimiento a menudo es incómoda y desconcertante

James Watson

La ciencia no es ajena a la controversia. La búsqueda del descubrimiento, del conocimiento, es a menudo incómoda y desconcertante. Jamás he temido decir lo que me parece verdad, por difícil que resulte. En ocasiones eso me ha puesto en predicamentos, pero rara vez más que ahora, cuando me encuentro en medio de una tormenta de críticas.

Entiendo gran parte de esa reacción, porque si lo que dije es lo que se publicó, sólo puedo reconocer que estoy pasmado. A quienes han derivado de mis palabras la inferencia de que África, como continente, es en alguna forma genéticamente inferior, sólo puedo ofrecerles mis disculpas sin reservas.

No es eso lo que quise decir. Más importante, desde mi punto de vista, es que no hay base científica para semejante creencia.

Siempre he defendido con energía la postura de que nuestro punto de vista sobre el mundo debe estar basado en el estado de nuestro conocimiento; en los hechos, no en lo que nos gustaría que fueran. Por eso la genética es tan importante, porque nos llevará a encontrar respuestas a muchas de las grandes y difíciles preguntas que han perturbado a los seres humanos durante cientos, si no miles de años.

Sin embargo, puede que esas respuestas no sean fáciles porque, como demasiado bien lo sé, la genética llega a ser cruel. Tal vez mi propio hijo sea una de sus víctimas. Cálido y perceptivo a sus 37 años, Rufus no puede llevar una vida independiente a causa de la esquizofrenia, pues carece de la capacidad de participar en actividades cotidianas. Durante demasiado tiempo Ruth, mi esposa, y yo, albergamos la esperanza de que Rufus sólo necesitara un reto apropiado en el cual enfocarse. Pero cuando pasó a la adolescencia temí que el origen de su vida disminuida radicara en sus genes. Fue esa percepción la que me condujo a poner en marcha el proyecto del genoma humano.

Al hacerlo, supe que de allí surgirían muchos nuevos dilemas morales y que desde un principio se establecerían los componentes éticos, legales y sociales del proyecto. Desde 1978, cuando a mi amigo de Harvard E. O. Wilson le lanzaron una cubeta de agua por decir que los genes influyen en la conducta humana, el asalto contra la genética conductual por parte de quienes quisieran amoldar la realidad a sus ideas ha seguido siendo vigoroso.

Sin embargo, la irracionalidad debe ceder pronto. Dentro de poco tiempo será posible leer mensajes genéticos individuales a costos que no llevarán a la ruina nuestros sistemas de salud. Al hacerlo, espero que veamos si los cambios en la secuencia del ADN, no las influencias del medio, producen diferencias de conducta. Por último, estaremos en condiciones de determinar la importancia relativa de la naturaleza en oposición a la crianza.

Una de cada tres personas que buscan trabajo en la oficina de empleos temporales de Los Ángeles es sicópata o sociópata. ¿Es consecuencia del ambiente o de sus componentes genéticos? La secuencia del ADN debe darnos la respuesta. La idea de que algunas personas posean una maldad innata me perturba, pero la ciencia no está para hacernos sentir bien, sino para contestar preguntas al servicio del conocimiento, de un mayor entendimiento.

Al descubrir hasta qué punto los genes influyen en la conducta moral seremos también capaces de entender en qué forma afectan las capacidades intelectuales.

Por ahora, en mi instituto en Estados Unidos, nos ocupamos de las fallas del desarrollo cerebral causadas por los genes que con frecuencia conducen al autismo y a la esquizofrenia. Quizá también encontremos que las diferencias entre esos genes de desarrollo cerebral conduzcan también a diferencias en nuestras capacidades de realizar diversas tareas mentales.

En algunos casos, la forma en que esos genes funcionan podría ayudarnos a entender variaciones en el cociente intelectual, o por qué algunas personas sobresalen en poesía, pero son terribles en matemáticas. Con demasiada frecuencia, personas con grandes dotes para las matemáticas muestran rasgos autistas. Es posible que el mismo gen que da a algunas personas esas inmensas capacidades matemáticas sea la causa del comportamiento autista. Por eso, al estudiar el autismo y la esquizofrenia, creemos que nos acercaremos mucho a entender mejor la inteligencia y, por consiguiente, las diferencias en la inteligencia.

Aún no entendemos en forma adecuada la forma en que los distintos ambientes en el mundo han seleccionado a lo largo del tiempo los genes que determinan nuestra capacidad de hacer cosas diferentes. El deseo abrumador de la sociedad de hoy es dar por sentado que la humanidad tiene como herencia universal unas facultades de razón iguales. Bien podría ser. Pero no basta con querer que así sea. Eso no es ciencia.

Cuestionar no es ceder al racismo. No se trata de un asunto de superioridad o inferioridad, sino de entender las diferencias que explican por qué algunos de nosotros somos grandes músicos, y otros, grandes ingenieros. Es muy probable que pasen al menos 10 o 15 años antes de que tengamos un entendimiento adecuado de la importancia relativa de la naturaleza versus la crianza en el logro de objetivos humanos importantes.

Entre tanto, nosotros los científicos, cualquiera que sea el lugar donde queramos situarnos en este gran debate, debemos tener cuidado de no proclamar verdades indiscutibles sin tener el sustento de la evidencia.

© The Independent

Traducción: Jorge Anaya

* Genetista estadunidense, uno de los descubridores de la estructura de la molécula del ADN, que le valió compartir el Premio Nobel de Medicina 1962. Su reciente declaración sobre la inteligencia de la población africana ha desatado fuerte polémica en la comunidad científica y fuera de ella.

 
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