Usted está aquí: sábado 13 de octubre de 2007 Opinión Privilegio monteverdiano

Fiesta Cervantina

Juan Arturo Brennan

Privilegio monteverdiano

Guanajuato, Gto. En sus primeros días de actividades, el 35 Festival Internacional Cervantino ofreció a los melómanos un raro privilegio, un auténtico lujo musical, con la presentación de las dos obras más importantes (profana y sacra) del gran compositor cremonés Claudio Monteverdi.

En efecto, la oportunidad de asistir a sendas interpretaciones del Orfeo y de las Vísperas de 1610 en un lapso de 15 horas, y con intérpretes de tan altísimo calibre, parece un sueño musical de primer mundo.

La noche del sábado 6, en el Teatro Juárez, el Orfeo de Monteverdi, primera gran ópera de la historia, fue puesta en escena bajo la dirección musical de Philip Pickett y el trazo escénico de Jonathan Miller. Desde ese formidable inicio, con la Toccata introductoria sonada por cinco espléndidas trompetas naturales, la representación de esta fábula para música a los 400 años de su estreno, resultó una experiencia inolvidable.

El New London Consort, ensamble encargado de la parte instrumental de la ópera, se manifestó como un grupo de altísimo nivel de ejecución, nivel potenciado por la habilidad de Pickett para balancear perfectamente las fuerzas instrumentales y vocales a su disposición. Sutil alquimista del sonido, Pickett logró superar, con creatividad e imaginación, algunas carencias organológico-instrumentales inesperadas, y el sonido de su orquesta fue un placer acústico de principio a fin.

Fiel a los principios tradicionales, Pickett sólo dirigió lo indispensable, dejando la responsabilidad de los recitativos y de algunos ensambles a los propios cantantes y a los ejecutantes del continuo. ¡Qué delicada pureza en la combinación de estas voces magníficas con el sonido de un par de tiorbas!

El minimalista trazo escénico de Jonathan Miller (que enfureció y desconcertó a muchos) sirvió para poner de relieve los valores intrínsecos de la genial música de Monteverdi. En ausencia de pelucas, postizos, jubones, calzas y demás parafernalia usual, la propuesta teatral de Miller sirvió para dejar que Monteverdi hablara con voz propia, una voz límpida y de una rara belleza. ¿Escenografía? Un par de bancas. ¿Utilería? Un remo y un puñado de pergaminos. ¿Cambios de iluminación? No más de un par de ellos. Y para los actores-cantantes, un alto grado de estilización escénica, conducente a la vez a preservar el sano distanciamiento teatral, y a comunicar una intención naturalista que le va muy bien al material. Fue evidente que en ausencia del oropel y el artificio usuales en la ópera convencional, la alta sociedad guanajuatense se aburrió pronto de este espléndido Orfeo, que por sus cualidades musicales y teatrales mereció haber sido recibido con un entusiasmo mucho mayor que el que le fue dispensado.

A la mañana siguiente, en el templo de La Valenciana, un nuevo banquete monteverdiano: las Vísperas de la Bendita Virgen, interpretadas por otro excelente grupo de música antigua, La Petite Bande, bajo la conducción de otro genio de la música antigua, Sigiswald Kuijken.

De manera análoga a lo escuchado en el Orfeo de Pickett, las Vísperas de Kuijken destacaron por una formidable riqueza sonora lograda con sólo los recursos indispensables: instrumentos de época, sólo una voz o un instrumento por parte, claridad meridiana en la articulación instrumental y en la interpretación vocal. De esta combinación surgió, como en el Orfeo de la noche anterior, una versión electrizante y conmovedora de las Vísperas de 1610, caracterizada por un alto nivel de concentración y un equilibrio perfecto entre los elementos sonoros convocados para esta obra. En el entendido de que durante trechos sustanciales de las Vísperas la orquesta permanece silenciosa, el peso de la conducción sonora de la obra recae de manera importante en el órgano, instrumento en el que Kris Verhelst hizo una labor admirable a lo largo de la sesión.

Entre los numerosos detalles que hicieron de estas Vísperas una experiencia para atesorar, menciono por ejemplo que para lograr algunos efectos de eco (tanto vocal como instrumental), Sigiswald Kuijken recurrió al sencillo pero efectivo recurso de voltear al cantante o al instrumentista en cuestión hacia el retablo, de espaldas al público.

Y si la sección de cuerdas de La Petite Bande ya tiene un bien ganado prestigio por su impecable ejecución, los cornetts y los sackbutts (trombones de antaño) convocados para las Vísperas se amalgamaron de manera admirable con el resto del ensamble, confiriendo riquísimo colores a la mezcla orquestal de Monteverdi.

Orfeo, New London Consort, Philip Pickett. Vísperas de 1610, La Petite Bande, Sigiswald Kuijken. ¿Qué más se puede pedir?

 
Compartir la nota:

Puede compartir la nota con otros lectores usando los servicios de del.icio.us, Fresqui y menéame, o puede conocer si existe algún blog que esté haciendo referencia a la misma a través de Technorati.