Usted está aquí: domingo 7 de octubre de 2007 Opinión Elena pasa primero

Néstor de Buen

Elena pasa primero

Soy un lector empedernido. Aparte de un montón de libros que tengo en mi buró, de contenidos diversos, a veces sospechosamente aburridos, aprovecho cualquier momento del día para leerlos, más allá de mis compromisos, siempre exigentes, como abogado.

Hace unos días alguien –lamento no recordar quién– me regaló el último libro de Elena Poniatowska, El tren pasa primero. Estaba leyendo otras cosas y lo puse en lista de espera porque lo que leía valía más o menos la pena.

Por otra parte, ante la imposibilidad de enterarme durante el día de lo que dice la prensa, en particular La Jornada y El País, a los que dedico unas cuantas horas de la noche, pasada la cena, y antes de asumir la obligación de dormir, mi tiempo de lectura de libros no es abundante.

La semana pasada pude escaparme el viernes para estar un par de días en Acapulco. Tenemos un departamentito razonable, en la zona alta, arriba del club de golf, con una alberca grata de uso común y una vista que vale por todo. Ya no soy un nadador intensivo y aprovecho los tiempos en la terraza o en algún sillón de la alberca para leer lo que me gusta.

Me había llevado el libro de Elena y, por supuesto, le dediqué todo mi tiempo. No está tan chiquito: 497 páginas. Pero como me pasa siempre con las obras de Elena, no me pude separar de su lectura y aunque no lo terminé ahí mismo, le dediqué un par de noches ya en México. La noche del jueves, lo terminé y no me faltaba poco.

El libro trata sobre la biografía de Demetrio Vallejo. Claro está que con otro nombre: Trinidad Pineda Chiñas, que quién sabe de dónde lo sacó Elena. Se inicia con la preparación del movimiento de huelga del año 1959, cuyo impacto mayor se produjo porque, en plena Semana Santa, paralizó el servicio de trenes. Por supuesto que la huelga había sido declarada inexistente, como tantas, pero después vinieron los paros de hecho. Enseguida, la brutal represión, armada por Adolfo López Mateos, que condujo a la cárcel a Demetrio Vallejo, y de paso al ilustre pintor David Alfaro Siqueiros: una venganza personal del presidente, porque Siqueiros había hecho declaraciones contrarias en unas conferencias en Colombia o Venezuela, y finalmente: no lo cita, a Filomeno Mata, periodista de avanzada, hijo de un ilustre periodista revolucionario contra Porfirio Díaz. Otro personaje que escasamente aparece en la novela, víctima de la represión que lo acompañó toda su vida, es Valentín Campa.

Miles de trabajadores fueron encarcelados y a partir de entonces se inició la decadencia del servicio de transporte por ferrocarril, aunque no hay que olvidar la influencia estadunidense que sustituyó a nuestras vías férreas por carreteras. Y así estamos.

Elena pinta unos personajes prodigiosos, compañeros de Trinidad en la aventura. Y narra la historia de Trinidad, en la segunda parte del libro, en lo que hace notable, a partir de una incultura de origen, su afición por la lectura, fundamentalmente política, que incluía El capital de Marx, del que Trinidad confiesa –y yo me adhiero con entusiasmo a esa confesión– que le costaba mucho trabajo entenderlo.

Hay personajes femeninos que son fundamentales. Sara, la esposa de Trinidad, abandonada a su suerte con sus muchos hijos, cuando las responsabilidades sindicales obligaban a Trinidad a viajar por todo el país, tratando de evitar los perjuicios del sindicalismo blanco, aliado al Estado, que tomó el control del sindicato y que Elena, con razón, califica de charrismo. Es la época de la búsqueda artificial de la unidad nacional que culminaría en 1945 con la firma de un pacto obrero-patronal que suscribe Vicente Lombardo Toledano, al frente de la CTM, con renuncia al derecho de huelga. Cosas veredes, Mío Cid, que farán falar las piedras…

Junto a Sara, Elena agrega otro personaje femenino, Rosa, pero el más notable es Bárbara, sobrina de Trinidad y figura principal en sus amores por la libre. Y no deja de tener interés esa mezcla de problemas sindicales, tan parecidos a los que ahora enfrenta el sindicato minero, con la vida privada de un líder carismático, chaparro y feo, según la descripción que hace Elena Poniatowska.

La profundidad de la investigación es notable. La personalidad de los protagonistas, a veces simples biografías, particularmente importante. El hecho del enfrentamiento obrero-patronal, que tanto se ha repetido y se repite, es, ciertamente, la esencia de la trama. Pero lo mejor es la identificación del dirigente sindical: modesto, valiente, decidido. Un ejemplo, ciertamente.

Un beso para Elena por su magnífica novela.

 
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