Usted está aquí: jueves 4 de octubre de 2007 Opinión Por razones oscuras

Olga Harmony

Por razones oscuras

El Proyecto Xola es algo muy defendible a pesar de sus altas y bajas. La razón principal es que el rescate de este espacio para los teatristas por el grupo Entre nosotros a cuya cabeza aparece Otto Minera. Quienes recordamos el largo abandono en que se tuvo al teatro Julio Prieto del IMSS, no podemos menos que celebrar que se intente, con sus altas y sus bajas, un teatro digno, dentro de los límites de lo comercial, en el entendido de que se dirige a un sector del público que no siempre entiende los experimentos dramatúrgicos y escénicos, es decir, que prefiere un teatro formal con todas sus convenciones. Inicia su nueva temporada con esta obra escrita por Mart Crownley, el dramaturgo que en 1974 suscitó un escándalo entre nosotros por la censura al tema homosexual de Los chicos de la banda, cuya directora Nancy Cárdenas pudo por fin llevarla a escena tras larga lucha en que contó con el apoyo del gremio, lo que significó una gran derrota para la censura y la homofobia.

Mucha agua ha corrido bajo los puentes desde entonces y en la actualidad podemos ver sin problemas Por razones oscuras, parte de una trilogía autobiográfica y en donde el autor recuerda un incidente de su infancia en Missisippi que lo marcó de por vida. El tema de la pederastia clerical es más que vigente entre nosotros y en el programa de mano se hace hincapié en que este texto fue escrito hace 11 años, con lo que los productores y creadores escénicos se cuidan de parecer oportunistas, aunque ciertos asomos de mercadotecnia se dan al permitir que en el vestíbulo del teatro se venda Manto púrpura, la indagación periodística de Sanjuana Martínez que trata del tema en México y las atrocidades amparadas por la jerarquía eclesiástica. De cualquier manera, es bueno que el teatro vuelva a proponer temáticas controvertidas e intente crear conciencia entre los espectadores, aunque en lo personal yo hubiera preferido que no se me revelara la vieja relación entre Conrad y Patrick, con lo que la actitud de este último, antes de la revelación, crearía un hálito de misterio que ayudaría a mantener la tensión en escena.

Crownley presenta a sus dos personajes, el abusador y el abusado, en un juego del gato con el ratón, aunque termina por dar a ambos personajes la razón de su conducta, tras la violencia en que se descubre todo. Me queda la duda de si un pedófilo puede tener atracción por hombres adultos, como confiesa Conrad al advertir que ha tenido relaciones con ellos “con consentimiento mutuo” y como parece sentir por ese Patrick al que no reconoce y que le tiende señuelos seductores. Los escandalosos casos de pedofilia clerical que conocemos, desde Maciel hasta Nicolás Aguilar nos hacen pensar que no, aunque en este caso Conrad haya huido de la tentación de ser atraído por niños y frustre su vocación por la docencia alejándose de ellos. De cualquier manera, el interés se mantiene porque no se conocen las intenciones de Patrick acerca de su viejo depredador.

La escenografía de David Antón, muy aplaudida en el estreno, sí ofrece datos de lujo en la habitación del hotel, pero mi impresión es de un set de televisión en magnífico technicolor, con esas paredes bajas sin aforar y la estridencia de las flores artificiales, que contrasta con el sabido vestuario de Cristina Sauza en Blanco y negro. Tampoco es muy convincente, dentro del realismo buscado, la iluminación de Wendell Cordtz, que apaga las lámparas del cuarto de hotel justamente cuando se hace de noche, para dar a media luz la parte final. En cambio, dirige, ignoro si por primera vez, la actriz Angélica Aragón con buen sentido de los espacios al mantener largo tiempo a Conrad del lado del ventanal y el juego de sofá dos plazas y sillón, mientras Patrick se desplaza por todo el escenario guardando su ropa, para finalmente, y con sutileza, invadir el ámbito tentador de la cama. La directora también logra definir los tempos, pausados al principio, incrementados hacia el final –en los difíciles momentos de lucha entre los dos hombres– y de igual modo dirige a sus dos actores en las matizadas intenciones de cada uno. Ciertos amaneramientos actorales de Roberto D’Amico –también responsable de la buena traducción– esta vez, más contenidos que otras, se prestan a su personaje y hay que agradecer a actor y directora la discreción y finura con que enfrenta la inducida borrachera de Conrad. Esteban Soberanes hace una inteligente y maliciosa interpretación de Patrick, transitando de la aparente cordialidad a la ira tanto tiempo reprimida.

 
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