Usted está aquí: lunes 1 de octubre de 2007 Opinión La poesía trágica de José Tomás

TOROS

José Cueli

La poesía trágica de José Tomás

El ambiente vibraba al igual que las grandes tardes de toros del sol a la sombra, en la plaza de toros de Morelia, que vistió sus mejores galas para recibir al torero madrileño José Tomás, hoy día, la máxima figura del toreo. Y como en su nombre y en su espíritu todo era singular. Todo tenía carácter propio y relieve inconfundible. Originalidad que lo ungía de encantamiento y magia. Tanto que se perdía el intento de aprisionar en unas líneas, a merced de una difícil síntesis, todo lo que era peculiar en este torero que hace vibrar el alma del toreo y congregó a la afición mexicana y de otros países. Caso extraño, pese a no haber boletos se perfilaban huecos en los tendidos.

José Tomás, dueño de una personalidad arrebatadora por su valor, se volvía uno con la ciudad silenciosa de las reliquias seculares, sus comidas, sus tradiciones, su religiosidad y repicar de campanas con el avance de la modernidad. Se perdía la tranquilidad provinciana, en medio del caos vial despertado por la expectación generada por el torero español, embajador no oficial de su terruño y enemigo de la boruca, la tecnología y el toreo rutinario que sacó a los aficionados de los tendidos.

La emoción se presentó en la plaza de Morelia en la tarde de ayer, con la espectacularidad que le dio la vibración del torero nacido en Galapagar. Canto espectral que contenía infuso el ardor de la vida. La vida que cantaba dándole una larga afarolada a la muerte, representada en los pitones de los toros de Los Encinos. Uno de ellos excepcional, desperdiciado por el torero de la tierra, Teodoro Gómez, sin sitio para afrontar la expectación de la corrida.

Con la mirada embriagada, José Tomás se perdía en el éxtasis provocado por unas escalofriantes manoletinas a su primer toro. Como temblaba el aire en el coso por el sitio, el mando, el valor, la naturalidad del torero “chipen”. Una muleta en llamas que amortiguaba las embestidas de los torillos. ¡Qué manoletinas grabadas como esculturas!” Mal con la espada, la afición entregada le dio una oreja y salió triunfante del coso.

 
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