Usted está aquí: viernes 28 de septiembre de 2007 Mundo Continúan las protestas populares contra la junta militar de Myanmar

Mueren al menos nueve personas por la represión, entre ellas un camarógrafo japonés

Continúan las protestas populares contra la junta militar de Myanmar

Gente común sustituye a los monjes que durante varios días han repudiado al gobierno castrense

Arrestan a un centenar de religiosos budistas y al vocero de la Liga Nacional para la Democracia

Rosalind Russell (The Independent)

Ampliar la imagen Cientos de manifestantes repudian a tropas que llegan al centro de Rangún para impedir las protestas Cientos de manifestantes repudian a tropas que llegan al centro de Rangún para impedir las protestas Foto: Reuters

Rangún, 27 de septiembre. Fue un día de terror y confusión, con cientos de monjes rodeados por la policía militar y al menos nueve personas muertas. Aun así, las protestas continúan en la capital de Myanmar, antigua Birmania.

Me encontraba a un kilómetro de la pagoda de Sule cuando vi a gente corriendo con el pánico dibujado en los rostros. Conductores viraban en U apresuradamente y empezaban a circular a toda velocidad en sentido contrario. El conductor de mi destartalado taxi Toyota rehusó avanzar, así que eché a andar por la calle caliente y húmeda.

Vendedores ambulantes se apresuraban a hacer bultos con sus vegetales, DVD y ropa para niños. Dos niños, vendedores de postales, de no más de ocho o nueve años, corrieron hacia mí, apretando contra sí sus toscas tarjetas turísticas. “Madam, esto es peligroso para usted”, me dijo uno de ello y ofreció a llevarme a un lugar seguro.

Dando la vuelta a la esquina en la principal avenida de Rangún, el reluciente templo puede verse al otro lado. Nos recibió una nube de gas lacrimógeno. Multitudes retrocedieron, se abrían paso a un lado de una dorada estatua de Buda, mientras filas de soldados avanzaban hacia ellos.

El tronar del fuego de artillería venía hacia nosotros, con su ruido inconfundible. Fue entonces cuando me metí apresuradamente a un zaguán, uniéndome a un grupo de gente que observaba este sangriento drama de violencia agazapada en el santuario, que era el lobby de un hotel de cinco estrellas.

Shwedagon, la famosa pagoda dorada de Rangún, el monumento budista más importante de Myanmar, y el lugar que ha concentrado las protestas desde los días del mandato británico, está cerrado desde la mañana del jueves.

Al escuchar que los manifestantes se estaban reuniendo en Sule, un templo más pequeño en la ciudad pero que también es punto de reunión tradicional para militantes y monjes, me trasladé hacia ahí.

Pero ahora la multitud retrocedía y huía de la pagoda mientras los soldados los perseguían, avanzando en una estricta y aterradora formación militar. El rítmico sonido de sus botas al marchar por el camino era escalofriante.

Jornada de ira

Durante 10 días, los monjes de Myanmar han marchado. Ahora quienes imponen la brutal junta marchaban también. El jueves, manifestantes opuestos al gobierno no eran monjes, eran en su mayoría jóvenes de playera o túnicas y sarongs de usanza tradicional. Parecían aterrados, pero también llenos de ira.

Huían, pero después titubeaban, algunos se volvían como para enfrentar a los soldados, casi decididos a un encontronazo final.

Sólo por estar en la calle mostraban un extraordinario desafío hacia el odiado régimen. Con altavoces operados por personas a bordo de una camioneta, se les advertía desalojar las áreas públicas en 10 minutos bajo amenaza de ser objeto de disparos.

“¡Salgan de las calles o tomaremos medidas extremas!”, repetía la voz en lo que fue un recordatorio de los levantamientos de 1988 en que murieron miles.

Los manifestantes llegaron a un crucero donde se detuvieron y corearon “¡Dénos libertad, dénos libertad”, y luego un extraño y casi esperanzador rugido se elevó, como última muestra de desafío.

Algunos, frustrados, arrojaron piedras y ladrillos. Otros trataron de reagruparse en una estación ferroviaria cercana adonde arribaron más civiles en camionetas y minibuses. Su determinación y furia eran evidentes. Todo el que participó en esta protesta de hoy se colocó en la línea del fuego.

Los disparos que escuché pudieron haber sido las ráfagas que mataron a un camarógrafo japonés que murió cerca de la pagoda de Sule. Para cuando llegó el momento del toque de queda nocturno, el saldo de la violencia que empezó el miércoles llegó a nueve muertos.

Eso, al menos, fue lo que admitieron los medios de comunicación estatales de Myanmar.

Los manifestantes llegaron al templo de Sule después del mediodía de este jueves. Era gente común que sustituyó a las multitudes de monjes que durante días fueron la columna vertebral de las protestas contra el gobierno militar de Myanmar.

Durante la noche, la junta lanzó redadas en la madrugada en al menos dos monasterios budistas en un intento preventivo para intentar socavar a quienes encabezaron las protestas que sacudieron Rangún. Al menos 100 monjes fueron sacados a rastras de sus recintos y arrestados, y muchos de ellos fueron pateados y golpeados.

Un monje del monasterio de Kyar Yan mostró a reporteros manchas de sangre sobre los suelos de concreto y dijo que fueron arrestados al menos la mitad del total de 150 monjes que se alojan en el convento.

En el norte de Rangún, en el monasterio de Moe Gaung, también fueron detenidos varios monjes. Se cree que también fue arrestado Myint Thein, vocero de la Liga Nacional para la Democracia.

Por la composición de las multitudes que había en las calles de Rangún el jueves, era aparente que la mayoría de los monjes que quedan, cuyas túnicas color canela llenaron las calles durante días, se han recluido en sus claustros.

Ésta es la situación más turbulenta que se ha vivido en Myanmar desde 1988, pero es imposible predecir si se puede mantener el impulso de la rebelión sin la presencia de los líderes religiosos.

Sin embargo, los maltratos a que se ha sometido a los maestros budistas, quienes son venerados por la población, pueden haber atizado la ira de mucha gente. Miles de civiles estaban este jueves en las calles tomando el lugar de los clérigos, y con la aparente determinación de continuar las protestas contra el régimen.

Los manifestantes, acompañados de sólo ocho monjes, estuvieron sentados en la calle en frente de la muy resguardada pagoda de Sule para mostrar respeto a sus líderes espirituales.

Cuando de les ordenó dispersarse, no se movieron del lugar sino que lo hicieron hasta que los soldados los atacaron con bastones, y apalearon a cualquiera que encontraban a su paso. Después vinieron el gas lacrimógeno y los disparos. Un hombre, con la camisa empapada de sangre, fue trasladado por enfrente del hotel.

Desde los pisos superiores vimos a la multitud regada por todo el centro de Rangún, cuando comenzó un peligroso juego de gato y ratón con sus adversarios.

Pero los soldados mantuvieron el control. Vestidos con uniformes verde oscuro, con pañuelos atados al cuello de colores rojo, morado y naranja, como niños exploradores, acordonaron y tomaron posiciones en los cruceros.

Plumas de humo surgieron por detrás de los edificios y escuchamos esporádicos estallidos de armas automáticas. Al menos tres personas fallecieron como resultado de estas escaramuzas.

Para cuando llegó, al anochecer, el toque de queda, todo el mundo parecía haberse desvanecido. Los soldados enviados a sofocar la revuelta con sus armas se retiraron abordo de camiones militares cubiertos con lonas. Y eso que diplomáticos extranjeros recibieron de la junta gobernante garantías de que las fuerzas armadas actuarían con “moderación”.

© The Independent

Traducción: Gabriela Fonseca

 
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