Usted está aquí: jueves 27 de septiembre de 2007 Opinión Fox el derechista

Adolfo Sánchez Rebolledo

Fox el derechista

Es significativo, como bien apunta Jacobo Zabludovski, que a lo largo de la delirante y ostentosa entrevista a la revista Quién, Vicente Fox omita referirse a figuras de la historia o cultura de México, salvo a Juan Cristero, personaje que, según él, inspira desde el comienzo su actuación política: “Claro que tengo héroes, entre ellos están los cristeros. Una persona que defienda la libertad de religión como lo hicieron ellos se merece todo mi respeto y admiración. Por eso me parece una aberración garrafal que el PRI haya desaparecido de los libros de texto esa lucha cristera. Vergüenza les daba reconocer que el pueblo de México defendió su religión y su libertad. Tengo un héroe que llamo Juan Cristero que enfrenta un pelotón de fusilamiento con un cigarro en la boca y una valentía increíble. Eso me da mucha fuerza”.

No es la primera vez que el ahora activo vicepresidente de la Internacional Demócrata de Centro se declara ferviente seguidor de Anacleto González Flores. Ya al inicio de su vertiginosa carrera en Guanajuato, el empleado de Coca Cola y mediocre ranchero confirmaba su adscripción militante a la derecha levantisca, con expresiones semejantes por su contenido a las más recientes. Al parecer, en el propio Museo Cristero, ubicado en Encarnación de Díaz, Jalisco, se conservan los registros de dichas manifestaciones, a las cuales habrían de sumarse los dichos y actuaciones para erosionar –sin éxito– el laicismo siendo candidato y, luego, jefe de Estado.

Como sea, la insistencia del ex presidente Fox en abrirse a cualquier costo un espacio en la vida pública nacional, lejos de ser la mera expresión de frivolidad atribuible a una personalidad distorsionada por el abandono de la gran escena (que lo es), forma parte, en mi opinión, del rejuego entre los distintos componentes del amplio campo de la derecha, cuyo presente y futuro no está muy claro hoy, dados los obstáculos casi insuperables creados por el fracaso del foxismo, su costosa intervención para impedir la victoria de la izquierda, incluidos el desafuero y las campañas mediáticas abrumadoras y agresivas. Es verdad que al final se impusieron en 2006, como presume Fox, pero los costos (pese a las encuestas) han sido terribles para ellos y para el país.

La aparente unidad en contra de Andrés Manuel López Obrador probó ser una frágil alianza de intereses diversos y hasta contradictorios entre los poderes fácticos, los hombres del poder asentados en la alta burocracia, el empresariado tímido y a la vez voraz, pero jamás moderno, las jerarquías católicas y esa importante franja ciudadana que hizo suyo el lenguaje “del cambio” y que ahora vive insegura y cada vez más decepcionada de la vida pública, tan alejada del juego civilizado e inocuo que les habían prometido. En rigor, no había ni hay “proyecto” digno de tal nombre. Apuesta, eso sí, por la continuidad del orden con los mismos participantes.

Pero Fox, como el personaje de Zorrilla, dejó la presidencia “imposible” para él y para su sucesor. El panismo histórico se había evaporado a favor del simplismo “democrático”, cuyas contradictorias raíces derechistas se muestran a la menor presión sobre la piel blanquiazul de ese partido. Ante un país cada vez más desigual e injusto, los grandes proyectos del foxismo resultaron “adaptaciones” fallidas de las aspiraciones de los intereses dominantes del imperio. La modernización “de clase mundial”, la “amistad” personal con Bush, resultaron penosas exhibiciones de ineptitud. Las inercias conservadoras renacieron a contrapelo de la necesidad y la historia. Tanta tradición panista para culminar en esa vulgata derechista con un velo de renovación pro empresarial.

En consecuencia, visto lo visto, no extraña que hoy se apele a los símbolos militares como expresión máxima del discurso presidencial, más allá de las urgencias objetivas del combate al crimen. La ideología cojea. Facturado en un salón de Los Pinos en una extraña transmisión del mando, ése es el sello natal de este gobierno. Dicho de otro modo, en el seno de las fuerzas dominantes se percibe también la crisis como imposibilidad de mantener vigente la “victoria cultural” que los llevó a la alternacia.

Fox, Espino, Abascal, por no mencionar a los que ya forman un nuevo partido, son las cabezas visibles de ese segmento de la derecha que ha probado el poder y no quiere soltarlo y está más que dispuesto a alinearse con cualquiera que engrose sus filas o le brinde apoyo.

La vinculación de Espino y el ex presidente con las corrientes internacionales derechistas es más que obvia. En Chile se pronuncian por la ruptura de la Concertación. En Venezuela adoptan el discurso intervencionista más descarado y, en general, sostienen las posturas de Bush o la traducción al español de tales visiones, realizada por José María Aznar, ahora profesor en alguna institución privada nacional.

El gobierno que prometía “rebasar por la izquierda” a López Obrador hoy se conformaría de mil amores si fuera considerado de “centro”, como se autonombra la derecha, pero Fox y los suyos están ahí, entre otras cosas, para recordarles a los panistas quiénes son, de dónde vienen y qué se espera de ellos. Por una de esas paradojas de la historia, a Felipe Calderón, siendo presidente de su partido, le tocó cederles el paso a los neopanistas cuyas ambiciones nadie podía frenar. Ahora se vuelven a encontrar, pero sin red de protección. Vale decir, con los “valores” muy maltratados.

 
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