Usted está aquí: martes 25 de septiembre de 2007 Opinión El premio Juan Rulfo a Fernando del Paso

Elena Poniatowska/ III

El premio Juan Rulfo a Fernando del Paso

Brillante y fecundo, en Londres Fernando del Paso se internacionalizó. Menos cosmopolita que Carlos Fuentes, más ingenuo, se empecinó con el apoyo total de Socorro, en su amor a México, su diálogo con México, el imperio de las voces de México.

“La casa nos la llevamos. Como el caracol, cargamos la patria a cuestas. Yo digo que el mexicano no corta el cordón umbilical sino que lo estira, y estirarlo duele más que si se lo corta uno y cicatriza. Hablábamos español, leíamos en español, reíamos en español. La ventaja es que Socorro se las ingeniaba para hacer comida casera mexicana, aunque al principio no encontraba todos los ingredientes. Aparte, yo trabajaba en Bush House, sede de lo que llaman External Services de la British Broadcasting Corporation y en la canteen se comía de maravilla. Era la excepción en toda Inglaterra. Habían contratado a cocineros de varios países para todos los que trabajábamos en la BBC que, en aquel entonces, hacía misiones de radio en treinta y tantos idiomas: húngaro, swahili, vietnamita, tailandés, japonés, polaco, todo lo que te imaginas. La cocina, pues, era más o menos internacional. Nunca comí la comida inglesa que era y es muy limitada, salvo algunos pasteles y por supuesto también unas cuantas mermeladas como la de naranja amarga.”

Aunque Del Paso dejó de dibujar durante varios años, porque no le gustaba lo que hacía, en Londres comenzó con tinta china sobre la maravillosa cartulina Bristol y eso lo animó a seguir dibujando. Tuvo una primera exposición en el Instituto de Artes Contemporáneas, en Londres, luego en la galería madrileña Juana Mordó, una de las mejores de España en ese momento, y, más tarde, en el museo Carrillo Gil. Expuso sus dibujos sin que los directores de esas galerías y museos supieran que era escritor, es decir, los dibujos valieron por sí mismos. También participó en dos colectivas, una en Vitry-sur-Seine y otra en París. Expuso después en el Museo de Arte Moderno, 2 mil caras de cara al 2000, muy impresionante por la plétora de estilos creativos.

Entre las series, figura una titulada Dibujos ambidextros, que fueron hechos con las dos manos al mismo tiempo. Al respecto, Del Paso explica:

“Soy zurdo de nacimiento, pero me obligaron, de niño, a comer y dibujar con la mano derecha, de todo que me volví totalmente ambidextro. Algunos amigos me dicen (o lo piensan) que para qué me dedico a dibujar si yo soy escritor. Lo que pasa es que uno es lo que es, y si yo de pronto tengo la necesidad de dibujar, pues lo hago. Rossini sintió la gran necesidad de cocinar, y es famoso su Tournedo Rossini. Salvador Novo fue un gran cocinero, yo llegué a comer cosas maravillosas en La Capilla, el restaurante que tenía en Coyoacán.

“El dibujo me quita tiempo de escribir porque una y otra son actividades en las que yo me sumerjo por semanas o meses enteros. Siempre la escritura, obviamente, es más importante. He suspendido el dibujo para escribir y nunca al revés.”

Del Paso nos recuerda que tiene el honor de figurar en el libro Double Gifted: The Writer as an Artist, al lado de grandes escritores que fueron también pintores o dibujantes, como Poe, las hermanas Brontë, Víctor Hugo, Cocteau, García Lorca, Henry Miller y Strindberg, entre otros, y nos habla de su experiencia londinense:

“Me integré a la sociedad inglesa de Londres, en el sentido de que mis patrones eran ingleses, a quienes yo pagaba impuestos era a los ingleses. En pocas palabras, estábamos muy adaptados a la sociedad inglesa, de la que sin embargo nos fuimos alejando a partir del conflicto de las Malvinas. Fue un remesón tremendo, nos movieron el tapete a todos los latinoamericanos porque no estábamos con los militares argentinos pero tampoco estábamos con Margaret Thatcher.

“En Londres duré la friolera de 14 años, a little bit too much, como dicen los ingleses. Sentí que debía desvincularme porque cuando salía de viaje y regresaba a Inglaterra, sufría una dicotomía muy grande: regresaba a mi casa pero no regresaba a mi país, y la verdad es que yo no tenía ninguna necesidad de exiliarme de México.”

Tiene razón Del Paso. Él no era un exiliado económico ni político. Al exiliado político más le vale adaptarse cien por ciento al país donde está, pero Fernando nunca tuvo esa urgencia y siempre cultivó la idea de regresar a México, el de la rosa huraña, la flor de sus amores. Asimismo, trabajó en Radio Francia Internacional y conoció en París a Jorge Castañeda y a Rafael Tovar y de Teresa. Fascinados con su erudición le ofrecieron: “¿Por qué no eres nuestro consejero cultural?”

“Lo acepté por dos razones, una de ellas simplemente económica: el sueldo de diplomático era mucho más alto que el de periodista en Radio Francia Internacional. La segunda fue más importante: vivía muy aislado de México, de modo que para mí, la entrada a la diplomacia tuvo un significado enorme, porque fue como poner otra vez los pies en México, no sólo por el hecho de la extraterritorialidad sino por estar en contacto con gente de mi país aprendiendo de él lo que había olvidado y descubriendo cosas nuevas de las que no tenía ni idea: esos 16 años de ausencia, dos en Iowa y 14 en Londres, me habían alejado de los escritores más jóvenes, los nuevos cineastas, los poetas, los pintores y los escultores. A este respecto, nunca aprendí tanto como durante mi estancia en la embajada.”

Fernando adquirió el conocimiento de la artesanía mexicana que habría de encantarlo. Las exposiciones más seductoras de México son las de artesanía. En colaboración con la dinámica y recién fallecida Mercedes Iturbe, directora del Centro Cultural de México en París, organizó muestras de pintores y fotógrafos mexicanos, leyó a nuevos autores y se entusiasmó por jóvenes poetas.

A México, Fernando lo había amado siempre cuidando de no caer en el patrioterismo barato, pero ese amor se alimentó y creció muy rápidamente en la embajada, porque Del Paso se sumergió en el arte y la cultura de México.

“Ya sabes que las embajadas y los consulados son como submarinos con periscopios hacia el exterior. Uno definitivamente no deja de vivir en México: mientras más importante sea la embajada, mayor es la labor de difusión cultural.

“La de París es una embajada importantísima. El trabajo era enorme. Algunos creen que las embajadas son un sitio en el que uno vive como príncipe, sin hacer nada, a costa del erario nacional. Nada más falso. Los primeros tres años nos fue muy mal porque nos pagaban en dólares y el dólar se devaluó ante el franco hasta llegar casi a la mitad. Luego eso se corrigió, pero trabajamos como lo quería (Jaime) Torres Bodet, que dicen que era muy negrero, como tales: como negros.

“Colaboramos en la celebración del segundo Centenario de la Revolución Francesa. Te cito un ejemplo: el gran festival de cine mexicano en el Pompidou. Otro: Mercedes Iturbe llevó a París 50 esculturas encargadas a las artesanas de Ocumicho, Michoacán, a quienes les había llevado grabados de la Revolución Francesa incluyendo a María Antonieta y la guillotina, para que la interpretaran.

“Muchas de las artesanas analfabetas hicieron escenas en barro verdaderamente notables –siempre con uno o varios diablos presentes– de gran trascendencia. Varias ciudades de provincia (Lyon, Lille y Poitiers, entre otras) dedicaron su festival anual a México e intervenimos en la exposición de piezas arqueológicas, fotografía, conciertos y bailes regionales.”

Por otra parte, fue en esa época en la que a Del Paso se le ocurrió escribir una obra de teatro, en verso, sobre la muerte de García Lorca, y pasaba muchas horas en la biblioteca del Centro Georges Pompidou, para leer allí libros sobre el gran poeta andaluz que no estaban a la venta en las librerías parisinas, como las biografías de Ian Gibson y Marcelle Auclair. Pero fue en las vísperas del centenario de su nacimiento –1998–, cuando finalmente Del Paso decidió acometer la empresa.

Hace unos 40 años, México aceptó construir una Casa de México en la Cité Universitaire. Ese recinto tiene un ballet folclórico en el que no sólo bailan estudiantes mexicanos, sino franceses, griegos, españoles, muchachos de todo el mundo.

El vestuario, donado por María Esther Zuno de Echeverría, es extraordinario. A Fernando y a Socorro les emocionó volver a ver esas espléndidas danzas y escuchar música típica mexicana. También, estar muy cerca de los estudiantes mexicanos que iban a París a estudiar posgrados.

A diferencia de muchos diplomáticos mexicanos para quienes el inicio de su carrera es salir del país para representarlo en el extranjero, a Fernando del Paso le ocurrió lo contrario: su ingreso a la diplomacia significó su regreso a México.

Si no hubiera decidido ir a París probablemente estaría todavía en Londres, donde fue feliz porque pudo dedicarle a la escritura un tiempo precioso.

“En París, entre otras mil cosas, me dediqué a la edición de esa preciosa revista que se llama Nouvelles du Mexique, que salía cuatro veces al año.

“Muy bien hecha, muy bien pensada, Nouvelles du MexiqueNoticias de México– establece lazos culturales entre franceses y mexicanos.”

 
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