Usted está aquí: martes 25 de septiembre de 2007 Opinión La nueva CO2lonización

Gustavo Duch Guillot*

La nueva CO2lonización

La aparición en la escena agrícola de los biocombustibles –que deberíamos denominar agrocombustibles porque poco tienen de bio– se nos presenta como la causante directa de los aumentos de precios de los cereales y de muchos de los productos básicos: pan, carne, leche y huevos. Un análisis detenido muestra que, sin ser inocuos, su incidencia es relativamente baja porque en una agricultura globalizada las razones de la subida de precios de los cereales se encuentran en el contexto mundial: la demanda ha aumentado en los países asiáticos por la expansión de su ganadería, las sequías en el norte de Europa, así como las equivocadas reformas a la política agraria europea disminuyeron y desincentivaron la producción de cereales; si a estas causas sumamos que se han dedicado tierras al cultivo de agrocombustibles tendremos el paquete completo que explica las razones del aumento en el precio de los cereales. Finalmente, cualquiera de esas razones revela los peligros de dejar los mandos de la agricultura al mercado y a la especulación.

La Unión Europea no cuenta ya con mecanismos que garanticen la autosuficiencia alimentaria y precios justos para la gente que vive del campo. Aunque el incremento del precio de los cereales llega como agua bendita al campo, en realidad sólo sitúa temporalmente el precio para compensar los gastos y esfuerzos de los agricultores, quienes, por cierto, si venden a un precio superior no significa que obtengan mayores beneficios. En algunos lugares los agricultores venden la cosecha a futuro, es decir, lo que producen este año lo tienen ya vendido a las grandes harineras, pero al precio del año pasado, y no serán ellos los que disfruten de los mejores márgenes, mientras a los consumidores el alza en los alimentos nos repercute desde ya.

Asimismo, el incremento de los precios de los cereales ha provocado un aumento en cascada de los precios de los insumos que requieren los agricultores. Si todos quieren ganar (los oligopolios de las harineras, agroindustrias, semilleras, etcétera), quienes pierden son los pequeños y medianos agricultores y los consumidores.

Por otra parte, el protagonismo de los biocombustibles tiene una segunda vertiente mucho más alarmante: la expansión de cultivos por los países empobrecidos del sur para satisfacer las necesidades derrochadoras de energía de nuestras naciones. De la misma manera que en el pasado fue la expansión del Rey Azúcar (como lo denomina Eduardo Galeano) por buena parte de Latinoamérica para cubrir las necesidades de las metrópolis, ahora se repiten y repetirán idénticas situaciones por la expansión de cultivos (caña de azúcar, maíz, soya, palma africana, entre otros) que puedan ser destilados en diesel o etanol, lo cual acarreará situaciones de explotación de trabajadores, quema de montes y expansión de la frontera agrícola, violencia, etcétera, como es el caso de República Dominicana, donde, sembrados entre los latifundios de caña de azúcar, se encuentran bateyes (míseras viviendas) de haitianos semiesclavizados con salarios ínfimos, sin posibilidad económica alguna de cruzar de nuevo la frontera hacia su país, completamente desarraigados.

En Brasil, como se dio a conocer en marzo pasado, los fiscales del Ministerio del Trabajo rescataron a 288 trabajadores en situación de esclavitud en São Paulo y a 409 en el estado de Mato Grosso en diferentes ingenios que producen etanol.

La investigadora del Ministerio del Trabajo María Cristina Gonzaga, quien fue alertada de la situación, describió las condiciones de vida en los cañaverales: “Trabajan sin un registro formal, sin equipos de protección, sin agua o alimentación adecuada, sin acceso a baño y con viviendas muy precarias; además, tienen que pagar por vivienda, por comida, que es muy cara, y necesitan pagar por instrumentos como botas y machetes y, por supuesto, en caso de accidentes de trabajo, que son muchísimos, no reciben el tratamiento adecuado”.

La expansión del Rey Azúcar en tiempos globales no se concentra en el continente americano: impregna también con sus empalagosos encantos diferentes zonas africanas y asiáticas. En Uganda, la corporación azucarera Metha, de capital indio, quiere destruir la reserva forestal Mabira, a la orilla norte del lago Victoria, morada de 300 especies de aves y de monos poco comunes, con un papel vital en el ecosistema del país, para expandir el cultivo de caña de azúcar para producir más agrocombustibles.

Antes de acabar con este triste viaje, hagamos una parada en Indonesia, donde la fiebre del biocombustible ha llevado a una gran expansión de otro monocultivo: la palma aceitera. Indonesia es el tercer país del mundo en superficie de bosque tropical, pero la palma está provocando que estos bosques desaparezcan al brutal ritmo de 3 millones 800 mil hectáreas anuales (casi la superficie total de Cataluña), lo cual lo coloca también como el tercer país emisor de gases de efecto invernadero debidos a la propia deforestación. El monocultivo de la palma ha afectado desde los años 90 a 10 millones de personas que vivían directamente de este bosque.

Expansión de un rey perverso, el Rey Biocombustible, que avanza aun contra medidas como la adoptada recientemente por el gobierno español que aprobó la sustitución de 5.83 por ciento de combustible fósil por agrocombustibles para el año 2010. Aunque nos parezcan pequeños, estos porcentajes, que son similares en Estados Unidos y el resto de Europa, obligarán a importar agrocombustibles de cualquier parte del planeta sin tener en cuenta las nefastas repercusiones que tendrá a todos los niveles (costos humanos y ecológicos, como hemos visto) y a escala planetaria. El humo del CO2 que todos queremos combatir no nos deja ver el avance de una nueva CO2lonizacion.

* Director de Veterinarios Sin Fronteras

 
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