Usted está aquí: lunes 24 de septiembre de 2007 Opinión El premio Juan Rulfo a Fernando del Paso

Elena Poniatowska/ II

El premio Juan Rulfo a Fernando del Paso

Antonio Montaña y José de la Colina fueron testigos de los pininos literarios de Fernando del Paso con su primera novela, José Trigo. José de la Colina le dijo:

–Bueno, esto es muy joyceano.

–¿Muy qué?

–Joyceano.

–¿Y eso qué es? ¿Para qué sirve?

Por ellos, Del Paso conoció a Joyce, a Proust, a Faulkner, a Kafka, a Valéry, a Miguel Hernández. Lleno de confianza en sí mismo, decidió que escribiría una novela monumental, infinita, que escalaría hasta la cumbre, que su heroísmo sería el de Prometeo y robaría el fuego a los clásicos y todas las tardes se sentó a llenar la página en blanco. Ya sabía todo de los ferrocarriles, por su abuelo materno, pero estudió movimientos obreros, estrategia militar, la historia de los cristeros. Obsesivo y voraz se volvió un experto en rieles y durmientes, en huelgas y asambleas. El amor a la historia que traía en la sangre –heredado de su ilustre antecesor, el historiador Francisco del Paso y Troncoso– aprovechó la ocasión para brotar en torrente. La infinita soberbia de Del Paso se exacerbó y produjo José Trigo, a lo que alguien llamó “La venganza del copywriter”, porque la publicidad tiene que ser breve, concisa, directa y clara, además de ingeniosa, y José Trigo no era una novela ni breve ni concisa ni clara, sino deslumbrante como la catarata de Iguazú, y Del Paso habría podido seguir escribiéndola de aquí a la eternidad si su editor Orfila Reynal no le quita el libro de las manos, “ya, ya, ya, ya Del Paso, tranquilícese, ya mi amigo, ya por favor, deme su manuscrito, ni una coma más, está usted escribiendo un libro y no cubriendo el continente americano con un fastuoso manto de palabras”. Y lo empezó a imprimir para publicarlo en 1966. “Era la revancha de tantos años de verme obligado a escribir de una forma determinada, metido en un corsé”.

Del Paso sometió unos sonetos al Centro Mexicano de Escritores (CME) para obtener una beca. “No le podemos dar la beca pero lo invitamos a trabajar en el taller literario de Juan José Arreola porque nos interesaron sus sonetos”, fue la respuesta.

“Conocí a Arreola, quien me deslumbró porque era una maravilla hablando; me estimuló muchísimo.”

Casi terminada la escritura de José Trigo, en 1965, le dieron la beca del CME.

“Juan Rulfo, de quien me hice muy amigo, organizó una cena con Arnaldo Orfila Reynal, del Fondo de Cultura Económica, en avenida Universidad, y Arnaldo me ofreció: ‘Yo le publico la novela’. Al mes y medio sucedió ese escándalo tan lastimoso en que lo corrieron del fondo por haber publicado Escucha yanqui de C. Wright Mills, y Los hijos de Sánchez, de Oscar Lewis. Me quedé en el aire hasta que me dijo Orfila: ‘Viene para acá José Trigo’. Mi primera novela inauguró la serie literaria de Siglo XXI”.

Con José Trigo Del Paso ganó la oportunidad de irse, en 1969, a Iowa City, al International Writing Program, por el cual también pasaron Hernán Lara Zavala, Jorge Ibargüengoitia, Gustavo Sáinz, Antonio Skármeta, Luisa Valenzuela, Silvia Molina, José Agustín y otros escritores de México y Latinoamérica. No pudo aceptar la primera vez porque tenía muchos compromisos (casado y con tres hijos, tenía varias deudas, entre ellas la del coche), pero adelantó: “Si me la dan el año próximo, me voy”. Ese año, por tanto, se la dieron a Gustavo Sáinz.

“Me di cuenta que había que aprovechar esa ocasión a como diera lugar, si no yo no hubiera sido el escritor que soy. Mi mujer tuvo el enorme valor de desbaratar la casa, empacar los libros, desechar el sueldo enorme en la publicidad (yo ganaba en aquel entonces 22 mil pesos mensuales, que era una cantidad bárbara), tirar todo por la ventana, para irnos por 500 dólares a Iowa City con mis tres hijos, Fernando, Alejandro y Adriana. Mi última hija, Paulina, nacería en Londres.”

Miembro de la generación de José Emilio Pacheco, Carlos Monsiváis, Juan Vicente Melo, Eduardo Lizalde, Juan García Ponce, José de la Colina, Víctor Flores Olea, Fernando del Paso también se hizo amigo de sus mayores: Álvaro Mutis, Gabriel García Márquez y Octavio Paz.

Más tarde, con el mejor padrinazgo del mundo, nada menos que el de Octavio Paz, Miguel Ángel Asturias y Juan Rulfo, Fernando obtuvo su primera beca Guggenheim (porque se la dieron dos veces). Viajó entonces a Londres a trabajar en la BBC en el servicio latinoamericano, onda corta, en español, para Latinoamérica (porque había un servicio español para España). La propagan da británica siempre ha sido muy elegante y muy sobria, muy distinta a Radio Moscú, Radio Pekín y Radio José Martí, y todos sabemos que es una de las mejores del mundo.

“Trabajar con la voz es lo que más extraño de mis tiempos en la radio. En Inglaterra hacía muchas grabaciones de documentales destinados a América Latina. La radio es un medio íntimo, a diferencia de la televisión. En la radio hay que concentrarse, aunque se pueden hacer otras cosas simultáneamente: los taxistas pueden manejar bien y escuchar la radio. Precisamente por el tránsito en las grandes ciudades ha renacido la importancia de la radio, que la gente pensaba que iba a desaparecer con la televisión, pero no, es un medio muy crítico, muy combativo de la sociedad.

“Los primeros capítulos de Palinuro de México datan de Iowa. Luego escribí el 90 por ciento restante en Londres, y 90 por ciento de Noticias del Imperio también, y ya el final de ésta en mis primeros dos años en París.”

Aunque Fernando Del Paso alega que fue muy desordenado y hacía fichas durante un año, dejaba de hacerlas al otro. Socorro lo ayudó a pasar sus tours de force en limpio, lo cual antes de las computadoras, resultaba una verdadera proeza, porque si a una página se le agregaba un renglón, había que mecanografiar todo el capítulo, tarea ingrata a la que Socorro se prestaba con mucho gusto.

Entre tanto, Fernando llenaba cientos de hojas de apuntes y no utilizó toda la enorme cantidad de información reunida: tal vez sólo 10 por ciento. “Pero cuando la estaba recabando no sabía cuál iba a ser ese 10 por ciento”. Forzosamente tuvo que detenerse porque su libro iba para más de mil páginas y “un barco demasiado grande no flota, se hunde”.

Escritor prolífico, los libros de Del Paso son voluminosos. José Trigo tenía 600 cuartillas; Palinuro, 800; Noticias del Imperio, mil.

“En realidad no reduje nada. Por fortuna el método de contrapunto que utilicé para Noticias del Imperio: un monólogo de Carlota y un capítulo que no lo es y otro que sí, así sucesivamente, fue lo que me permitió cerrar el libro antes de que yo me volviera loco también. Esa estructura en contrapunto me permitió concluir el libro con un último monólogo de Carlota.

“Nunca me he sentado frente a la máquina de escribir y me he dicho: ‘Ahora voy a hacer un libro muy extenso’. Todos han comenzado por ser pequeños textos que van complicándose. Cuando entregué a Carmen Balcells, mi agente, el tambache de hojas de Noticias del Imperio me dijo que había que recortarla. Se pasó un mes leyéndola porque claro, tiene muchas otras cosas que hacer y me repitió: ‘Está muy bien, pero hay que cortarla’. La terminó y me dijo que había que cortarla, pero no había dónde.”

Fernando del Paso, cuando afirma que él no es un best-seller, olvida que sus Noticias del Imperio se convirtió en un libro de enormes ventas, ya que los “Trescientos y algunos más”, los aristócratas mexicanos, enloquecieron con su novela, que se vendió como pan caliente, porque también los hijos de la Revolución Mexicana ahora se sienten aristócratas. El éxito fue tan delirante como el delirio de Carlota en su infinito monólogo y le fue presentado a Del Paso en charola de plata. Fernando espeta a los Sánchez Navarro, a los Pliego, a los de Haro y Tamariz, a los Rincón Gallardo, a las familias mexicanas cuyas tías fueron damas de compañía de Carlota:

“Todo se los dejo para que ustedes hagan lo que quieran: una historia, un cuento, la crónica de un 19 de junio del 67, una novela, da lo mismo; una canción, un corrido.”

 
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