Usted está aquí: domingo 23 de septiembre de 2007 Política Las reformas constitucionales y legales

Néstor de Buen

Las reformas constitucionales y legales

Sin la menor duda, estamos viviendo en estos días un proceso sin antecedentes, a partir de que el PRI dejó de ser un partido absolutamente mayoritario en el Congreso de la Unión y en las legislaturas de los estados.

En aquellos tiempos cumplir con lo previsto en el artículo 135 constitucional no era ningún problema, esto es, lograr las dos terceras partes de los votos del Congreso y la mayoría de las legislaturas de los estados. Por ello mismo, el ejercicio legislativo del Poder Ejecutivo, quiere decir, la posibilidad de promover iniciativas, equivalía, sin la más mínima duda, a que el Ejecutivo tuviera a su cargo las funciones ejecutiva y legislativa y, además, las reformas constitucionales.

No creo que haya otro país en el mundo en el que la Constitución, supuestamente la ley fundamental, haya sufrido tantas reformas como la nuestra de 1917, de la que me resisto a calificarla de “vigente”, gracias a esas libertades.

A mí siempre me hizo gracia esa protesta presidencial, el día en que se investía al nuevo mandatario de los poderes, “de guardar y hacer guardar la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos y las leyes que de ella emanen”, para en el mismo mes de diciembre presentar iniciativas de reforma constitucional y legal que alteraban totalmente los textos supuestamente guardados.

Es claro que a lo mejor el presidente y sus asesores interpretaban literalmente el artículo 87 constitucional y “guardaban” la Constitución y las leyes emanadas de ellas en la biblioteca de Los Pinos. Las guardaban de tal manera que en pocos días se convertían en documentos pasados de moda. Pienso que el bibliotecario de Los Pinos habría sido elegido entre alguno de los vendedores de las librerías de viejo que me gusta visitar, de cuando en cuando, por las calles de Donceles.

En este momento el Congreso de la Unión está integrado de tal manera que no hay partido político que se pueda dar el lujo de aportar por sí mismo los votos necesarios para esas reformas. Pero, además, contamos con una Suprema Corte de Justicia que se toma en serio eso de determinar si lo que el Legislativo hace tiene o no valor constitucional.

Es claro que las facultades de la Corte no le permiten calificar las reformas constitucionales. Su función es fiscalizar el valor de las leyes y reglamentos, puestos en parangón con las disposiciones de la Constitución que corran peligro. Las reformas constitucionales no tienen control.

En otros países, España por ejemplo, el Tribunal Supremo solamente revisa la adecuada aplicación de las leyes, pero hay, además, a partir de la Constitución de 1978, un Tribunal Constitucional, que de alguna manera ejerce control sobre la constitucionalidad de las leyes y sus reformas, y es factible que discrepe del Supremo y revoque sus decisiones, lo que a los magistrados del Supremo no les hace mucha gracia. Lo que no existe, me parece, es un proceso de revisión de una pretendida reforma constitucional, a partir de la idea de que rompe con la línea fundamental de la Constitución.

En este momento, desde el punto de vista de la integración del Poder Legislativo y de las legislaturas de los estados, México se divide claramente en tres sectores. En primer término, el conservador, seguidor de la política del PAN y, por lo mismo, del presidente de la República. Si fueran mayoría, ya nos podríamos despedir del artículo 123 constitucional y de la parte social de la Ley Federal del Trabajo. Estarían en riesgo de desaparecer el IMSS y el ISSSTE, y cualquier protesta de los trabajadores sería reprimida por la fuerza. Por supuesto que ha pasado antes, en los tiempos de dominio del PRI.

En segundo lugar el PRD, supuestamente de izquierda, pero que con intenciones de precisión podría ubicarse en lo que queda de la socialdemocracia, que en los últimos años ha perdido el sentido que le dio su fundador Ferdinand Lasal, mejor conocido como Ferdinand de Lasalle. Se trata de una izquierda moderada y, hasta cierto punto, tímida. De ella Carlos Marx haría una crítica abrumadora.

El PRI, viejo y lleno de vicios ancestrales, constituye hoy un partido de centro derecha, más propicio a ostentarse como conservador que como progresista. Y es que habiendo sido el titular del poder de hecho, solamente en su época de PRM vinculada al cardenismo actuó francamente como partido de izquierda. El resto ha sido derecha pura.

Habría que decir que el equilibrio actual es positivo. La aprobación de la ley electoral, rechazando los conceptos de la fórmula Televisa, hace concebir la esperanza de que las viejas hazañas legislativas de los titulares del Poder Ejecutivo ya no se repetirán.

Corresponderá a los partidos políticos provocar ese equilibrio y ganar la tercera parte de los votos que se lo permitan. Me temo que no será fácil.

 
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