Usted está aquí: domingo 23 de septiembre de 2007 Opinión Recuerdos de viejos barrios

Ángeles González Gamio
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Recuerdos de viejos barrios

El concepto de barrio en la ciudad de México tiene antecedentes que se remontan a la antigua ciudad mexica. A la llegada de los españoles, México-Tenochtitlan estaba divida en cuatro grandes parcialidades: Cuepopan, Moyotlán, Atzacoalco y Zoquipan, también llamado Teopan, los cuales a su vez albergaban varios pequeños barrios. Un ejemplo es la zona que actualmente conocemos como La Merced, que en aquellos tiempos correspondía a Teopan, en donde se conservaron hasta el virreinato esos enclaves urbanos, con los nombres de: San Lázaro, La Palma, Manzanares, La Soledad y la propia Merced; cada uno con su templo, mismos que aún se conservan.

Ahí se encontraba un mercado importante, entre otras razones por la cercanía con la importante acequia, que desembocaba en el famoso desembarcadero de Roldán, vía por donde llegaban cientos de canoas a surtir de verduras, flores, frutas, aves, pescados, granos y cuanta mercancia pueda pensarse, que venían de los pueblos de Xochimilco, Santa Anita, Tlahuac y sitios mas lejanos, que iban a esos lugares a embarcar mercancias para su venta en la metrópoli azteca.

En 1869 se edificó uno de los primeros grandes mercados “modernos” que se hicieron en la capital: La Merced, que recibió ese nombre por construírse en el predio que había ocupado el soberbio templo del convento de ese nombre, destruído tras la exclaustración para ese fin. Cabe señalar que afortunadamente el claustro se salvó, permitiéndonos disfrutar su inigualable belleza morisca.

Bien localizado al oriente de la capital, en el rumbo se establecieron importantes instituciones como la Alhóndiga, la Casa de Moneda, el Arzobispado, la Imprenta, la Universidad; hospitales relevantes como el del Amor de Dios, cuyo edificio se convirtió, en el siglo XIX, en la Academia de San Carlos; el de San Pablo, hoy Hospital Juárez, y el de San Lázaro, para los leprosos; colegios relevantes: San Ildefonso y el Máximo de San Pedro y San Pablo; varios conventos y templos de importancia como: Jesús María, la Soledad, la Merced, Balvanera, San José de Gracia, la Santísima, San Pedro y San Pablo; la Casa de Cuna y hasta una Plaza de Toros.

Esto hizo que muchas personas de prosapia se fueran a vivir allí; La Guía Completa de Forasteros nos informa que en 1864 lo habitaba un ministro de Estado, un regente del Imperio, tres miembros del Estado Mayor y siete de la Junta Superior de Gobierno. Además de 10 notarios y muchos intelectuales y profesionistas; menciona que en el castizo barrio vivían 29 miembros de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística; aproximadamente la mitad de los profesores universitarios y de la Academia de Bellas Artes, 51 médicos y 111 abogados. Del clero, ni mas ni menos que el propio Arzobispo Primado y, como consecuencia, sus mas importantes dignidades.

De ello nos hablan las magníficas casonas que aún podemos admirar, a pesar de que muchas fueron destruídas para construir horribles construcciones modernistas; aún subsisten cientos que están en espera de una buena restauración que les devuelva la dignidad y belleza, y a sus dueños buenas ganancias económicas, ya que está comprobado que esas residencias, una vez restauradas, son codiciadas por empresarios e inquilinos, a la vez que van a mejorar la vida de los que todavía viven aquí, muchos desde hace generaciones. Si efectivamente se logra despejar la zona del comercio ambulante que la tiene totalmente invadida, de seguro eso pronto va a suceder.

A principios del siglo XX fue en este rumbo de La Merced a donde llegaron a vivir emigrantes judíos y libaneses, que dejaron su impronta en el añejo barrio. Sobreviven en la calle de Justo Sierra, las dos primeras sinagogas que hicieron en la ciudad de México: una, de los judíos de origen árabe, y la otra de los europeos. Los libaneses marcaron su huella en la gastronomía, con restaurantes que se conservan hasta la fecha ofreciendo su sabrosa cocina, ya tan gustada por los mexicanos.

Uno de los favoritos, del que ya hemos hablado, es Al Andalus, situado en Mesones 171, en un par de hermosas casas del siglo XVII, muy bien restauradas, en donde se come y desayuna de maravilla. Buenísimos: el shanklish, que es un queso con especias; las hojas de parra rellenas; el falafel, que son gorditas de haba y garbanzo, platillos muy recomendables para los vegetarianos, que si las acompañan con un tapule, rica ensalada de trigo y unas lentejas con arroz, tienen una comida completa, muy nutritiva y deliciosa; para los carnívoros: los alambres de cordero, el kepe crudo, especial de la casa, la gallina rellena y tantas otras exquiciteces, que rematan con los inigualables pastelillos árabes y con el café, un Arak, ese licor anisado, que es un magnífico digestivo.

 
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