Usted está aquí: miércoles 19 de septiembre de 2007 Opinión Ciudad Perdida

Ciudad Perdida

Miguel Ángel Velázquez

Ebrard y los escarceos panistas

Ridículo azul en el informe del GDF

Se revierte diatriba a los legisladores

Al conjunto de males que denuncian su enfermedad, Marcelo Ebrard lo calificó de obsesión, síndrome le llaman los sicólogos, y hablan de un desajuste mental que sí, causa obsesión, entendida ésta como la perturbación anímica producida por una idea fija, subraya el diccionario de la lengua española.

Y es que durante el informe de labores que rindió el gobernador de la ciudad de México este lunes, los legisladores azules y sus aliados, quisieron juzgarle no por las obras que durante el periodo que abarcó la rendición de cuentas se expuso, sino por el pecado, imperdonable, de ser fiel a una causa, cosa que ellos no entienden.

El síndrome del peje, si así podríamos llamarle, carcomió la inteligencias de los panistas que se escuchaban tontos más que ridículos, al pretender que Ebrard sacara allí la daga de la traición y la encajara en la espalda de Andrés Manuel López Obrador.

Es más, cuando el intento quedó frustrado ante la puntualidad del dicho del jefe de Gobierno que con prudente firmeza rechazó la diatriba del diputado que le acusó de permitir que fuera López Obrador y no él, quien gobernaba la capital, vino el siguiente ataque.

Ahora se levantó una señora con cara de polvorón glaseado, panista, por supuesto, y lo acusó de corrupto, le dijo que el grupo financiero que pretende construir la Torre Panzona del bicentenario le dio dinero para su campaña, y otra vez, con calma, pero firme, Ebrard simplemente la puso en su lugar: quien recibió dinero de ese grupo –le aseguró– fue Felipe Calderón.

Sin duda los escarceos son parte del anecdotario de ese primer informe de gobierno de Marcelo Ebrard, pero también asoman parte de la terrible crisis política que sufre el país, y que en mayor grado se debe a los gobiernos de derecha que la han ido mermando. Recordemos:

Mirar a los panistas en la Asamblea Legislativa, tratando con mayores dificultades de enhebrar ideas para dar gusto a quienes de verdad gobiernan en el país –los que cooperaron con un poquito de sus riquezas para pagar los espots del odio–, hace sentir, sí, que la clase política en México, no tiene remedio.

Es que eso fue lo que buscaron los llamados poderes fácticos: destruir, o cuando menos poner bajo sus ordenes a quienes, por ejemplo, hacen las leyes, para asegurar que sus intereses jamás fueran tocados, para mover a la política con la reglas del mercado, porque ellos son los mejores comerciantes.

Ni duda cabe. Como en los programas de televisión, los panistas levantaban cartones, a la señal del jefe de piso –floor manager–, como cuando en las emisiones de Chapulín Colorado –cómico de niños y narcos– se pedían risas o aplausos. Ni duda cabe, los panistas, cuando menos los de la ciudad de México, han aprendido bien la lección de quien lo gobierna.

La muina, el coraje, se hizo más evidente cuando Ebrard se les fue encima con una sola propuesta, un seguro de desempleo que mata en todos los discursos los planes del que alguna vez quiso ser el Presidente del empleo, cosas que no pudo cumplir, y el jefe de Gobierno se encargó de restregarles en la cara.

Lo peor es que ellos clamaban por la ruptura entre el ex jefe de Gobierno y Marcelo, pero no se atrevían a decir que en el gobierno de su partido, en el federal se hicieron tantos compromisos, se llenaron de tantos miedos que mientras 500 policías vigilaban el orden durante el informe de Ebrard, miles fueron necesarios para cuidar a Felipe Calderón de la gente.

De pasadita

El viernes por la noche, en el Zócalo, la actuación de la policía federal y efectivos militares que resguardaban el lugar fue, a decir de muchos asistentes, violatoria de los derechos humanos. Por eso, el líder del PRD-DF, Ricardo Ruiz, presentará ante la CDHDF cintas de sonido, videos, fotos y testimonios que la gente registró y podrían ser probatorios de la actuación de quienes cuidaron a Calderón. Lo que querían era instaurar el terror. ¡Qué bonito 15!

 
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