Usted está aquí: martes 18 de septiembre de 2007 Opinión Itacate

Itacate

Marco Buenrostro y Cristina Barros
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Pinceladas potosinas

En la región semiárida que se encuentra entre la ciudad de San Luis Potosí y Matehuala, está la población de Guadalcázar. Ahí transcurrió la infancia de Rogelio Méndez, maestro normalista.

En el paisaje se distinguen mezquites, magueyes y nopales, así como el árbol llamado palo blanco, cuyo centro tiene este color. Aquí Rogelio evoca unos versos:

Ya te conocí muy bien

Eres como el palo blanco

Nunca en la vida florece

No más ocupando el campo

En aquel tiempo era común la “quebrada del maguey” para obtener aguamiel. Se cortan las pencas del centro y con ellas se tapa la cavidad que se hace al maguey. Al día siguiente ya mana el aguamiel. Se saca con el acocote; parece fácil hacerlo, pero se requiere de la habilidad que han adquirido los tlachiqueros.

La casa familiar de Rogelio era sencilla; la cocina estaba separada del cuarto principal. Los niños iban a la leña para que durante la semana la madre encendiera el tlecuil o fogón. También iban por agua a un pozo del que se obtenía “agua gorda”, saturada de sales. Servía para la limpieza pero no para tomar.

Pegada a la casa estaba la milpa que a su madre siempre le gustó cultivar. Ahí crecía, además del maíz, una cañita delgada suavecita y fácil de pelar con los dientes de la que los niños obtenían un jugo dulce a masticarla. También sembraba semillas de guaje, pues estos calabazos son muy útiles. Sirven como cantimploras para llevar agua al campo; recortados se convierten en jícaras y cucharas.

En tiempo de tunas desayunaban en la nopalera estas frutas frescas de tres colores: amarillas, blancas y rojas, cada una con su sabor particular. Del mezquite obtenían las vainas, que frescas eran una golosina.

También se hace con ellas el llamado mezquitamal. Las vainas que no se alcanzan se dejan secar en el árbol. Van cayendo y formando un tendido en el suelo. Estas vainas se juntan y se machacan con todo y cáscara en una artesa hasta hacerlas polvo. Antes se usaba un palo de mezquite para golpearlas.

La harina que se obtiene se compacta en vasos de vidrio, o en latas de sardina o de atún vacías; dura meses sin echarse a perder. Estos mezquitamales o “quesos” se comen directamente como golosina; también se usan para hacer atole con un poco de piloncillo.

Pero el atole que más se consume en la región es el de teja. Se trata de las semillas del girasol. Se reconoce a quien lo ha tomado porque tiñe los labios de morado. Es tradicional tomarlo en las Posadas. La semilla se tuesta y se muele con todo y cáscara. Ya que está hecho el atole se cuela y se endulza con piloncillo. También hay atole de maíz blanco que, según narra Rogelio, es “para revivir muertos”. Se puede tomar solo o acompañado de mordidas de piloncillo.

Un día a la mamá de Rogelio se le ocurrió hacer un horno de bóveda para pan. Probaron varias veces hasta que lo lograron. Ahí horneaban las llamadas morelianas, de masa similar a la de los puerquitos acolchonados. Se hacían con harina, agua, levadura y miel de piloncillo. Eran ovaladas con bordes ondulados; la familia las salía a vender.

 
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