Usted está aquí: domingo 16 de septiembre de 2007 Opinión Las tormentas del porvenir

Rolando Cordera Campos

Las tormentas del porvenir

Después de las lluvias mediáticas de estos días, sólo queda esperar que al calor de los truenos la política pueda afirmarse como actividad central de la vida mexicana. Los políticos disfrutan su gloria, pero deben recordar que son humanos y que al final de estas importantes jornadas constitucionales sus déficit de comunicación y relación con el resto de la ciudadanía seguirán ahí, consignados por las encuestas y el rezongo cotidiano del mexicano de a pie, para el que los satisfactores simbólicos de la democracia que avanza a pesar de todo saben poco y a veces mal, cuando, por ejemplo, se acerca a los presupuestos públicos y entiende su insólita distribución, o topa con la procuración o la administración de la justicia, el salvaje transporte urbano, la precariedad laboral o la inseguridad ambiente. Mucha política se ha hecho en estos días, y qué bueno, pero la que el país requiere para abandonar la senda de mediocridad económica e injusticia social en la que se metió al final del siglo pasado brilla por su ausencia en la conducta y el discurso de los que mandan o buscan hacerlo. Más tormentas eléctricas nos esperan, pero los pararrayos no aparecen.

Sin clemencia, la economía y su lenguaje abstruso se apoderan del razonar y el hablar de analistas, héroes de la libertad o del Estado de derecho, “ings” (aka, individuos no gubernamentales) y falanges de la sociedad civil. Todos hablan de costos y ganancias a pagar o recoger, de oligopolios o monopolios donde todo cabe, desde la gran empresa que impone precios y gustos hasta el sindicato que se defiende de una patronal embravecida, y ahora los partidos políticos que se “apropian” de las instituciones y ponen cerco a la libertad de expresión que tan bien guardaba y usufructuaba el conglomerado mediático, dominado éste sí por un transparente duopolio.

El “imperialismo” de la economía sobre el resto de las disciplinas sociales se abrió paso hace años, pero entre nosotros se volvió libre comercio y dio lugar a una fiebre de vulgaridad y simplismo metodológico y periodístico que ahoga el debate y reduce a su mínima expresión la deliberación pública, de la que dependen en gran medida la calidad y la consolidación democráticas. Fue gracias a esta invasión que “compramos” sin chistar las supuestas restricciones y exigencias de la globalización, hasta volvernos una sociedad casi despoblada de Estado y con una economía con pies de barro por su obsecuente dependencia del ciclo estadunidense y la maquila.

Con razón el reputado economista estadunidense Arthur Okun advertía sobre el riesgo de que con tanta obsesión por la optimización racional acabáramos con expertos capaces de saber el precio de todo y el valor de nada. Aquí, y ahora, al calor del embate urdido por las supuestas cúpulas empresariales contra el Congreso de la Unión y los partidos políticos, esta subideología basada en la adopción analfabeta de la jerga económica amenaza con nuevas y mayores mistificaciones del intercambio político, que se opondrán sin pausa a cualquier otra iniciativa de renovación del entramado republicano, en especial si con ella se busca que México crezca con algo de equidad y protección para la mayoría.

Instituciones y política han sido puestas en el centro del quehacer nacional. Frente a ellas, sobresale la miopía de los que pretenden mandar con cargo a su posesión de riqueza y recursos económicos. Sus bravatas podrían quedar en eso, si no fuera porque la opacidad que reina en los negocios mexicanos les permite ostentar un poder y una representatividad que, en realidad, hace mucho que no acreditan.

La representación popular y nacional se ha expandido en estos lustros de reforma electoral, pero la cooperación económica y social necesaria para sostener proyectos y estrategias de desarrollo económico y social se debilitó en ausencia del centro que la sostenía durante la era del presidencialismo autoritario. Encontrar un nuevo eje que articule representación y cooperación de fuerzas políticas y actores sociales es la asignatura de la hora. A juzgar por su conducta histérica de estos días, los primeros que deben revisar los cimientos de su legitimidad son los empresarios, o quienes se ostentan como sus representantes, ideólogos, dirigentes. Por lo pronto, esta cohorte del mundo del dinero y sus oficiosos traductores en la guerra de ideas e imágenes desatada por ellos mismos enseñó más cobre que el que atesora el inefable señor de las minas.

El carnaval ruidoso y bochornoso que estos días nos ofrecieron los señores de la guerra de imágenes debe ceder paso y lugar a una efectiva búsqueda de entendimientos entre la acumulación y la distribución, para por fin poner a la economía y la política en sintonía con las necesidades de crecer y proteger que han hecho evidentes con cautela cada vez más firme los millones de mexicanos que todavía no votan con los pies y se niegan a hacerlo con las armas. El México profundo que va más allá de Mesoamérica.

 
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