Usted está aquí: miércoles 12 de septiembre de 2007 Opinión Entre Lutero y los negros

Carlos Martínez García

Entre Lutero y los negros

Es cierto que hay personas hipersensibles, que se ofenden hasta de lo que no les dicen o hacen. Incluso, a veces, le endilgan a otros intenciones aviesas que no tienen. Sin embargo, en sociedades crecientemente diversas, y en las que los distintos actores inmersos en ellas toman mayor conciencia de sus marcas identitarias, es deseable que todos revisemos el lenguaje y los conceptos que usamos para referirnos a diversas personas.

En distintas ocasiones me he referido a ese famoso dicho, surgido en la Contrarreforma, del que echan mano muchos para ilustrar la extrema peligrosidad que significa tener al frente de alguna institución a alguien sospechoso de, o bien probada, malignidad. Sí, por supuesto es el adagio “la Iglesia en manos de Lutero”. Ya de por sí, al singularizar Iglesia para referirse a la Iglesia católica, la frase margina y trata de invisibilizar a otras confesiones cristianas. Pero al agregarle el apellido del monje agustino como sinónimo de perversidad, lobo rapaz que desangra al rebaño y hereje irredento, se está repitiendo un eslogan que no resiste un análisis histórico serio.

En un trabajo de investigación, donde hice un rastreo del dicho desde la Colonia hasta nuestros días (“La iglesia en manos de Lutero”: la permanencia del estigma), documento expresiones del proverbio por parte de clérigos, políticos, intelectuales y periodistas de las más diversas tendencias. No es que yo ande a la caza de exabruptos como el mencionado, sino que por todas partes se topa uno con el refrán descalificatorio y peyorativo. El ejemplo más reciente que puedo citar es de hace pocos días.

En su programa noticioso radiofónico (en Radio Fórmula) el periodista José Cárdenas entrevistó el pasado día 6 al analista político Leo Zuckermann. Conversaron sobre las intenciones de los partidos políticos de remover a los consejeros del Instituto Federal Electoral. Para pintar un cuadro tenebroso de lo que implicaría que los partidos controlasen a su gusto a ese organismo, mediante instrumentos de dominio incluidos en la nueva ley, Cárdenas lanzó que eso sería como poner a “la Iglesia (católica) en manos de Lutero”. No encontró fórmula más adecuada para evidenciar su temor, horror o rechazo a la pretensión partidaria. Tampoco Leo dijo algo para atajar una expresión que lastima a la creciente prole de Lutero en México.

Los dichos expresan raíces culturales. No son invenciones que surgen del vacío histórico y social. Por lo tanto, es necesario prestar atención al núcleo valorativo que contienen. Llamo la atención al uso cotidiano que se hace del color negro como igual a deleznable, criminal, ilegal, deshonroso y un múltiple etcétera. Jefes delegacionales de la ciudad de México, del PAN o del PRD, hacen frecuentes declaraciones acerca de sus firmes intenciones de terminar con “los giros negros”, en lugar de afirmar que van a intentar clausurar lugares que operan en la semiclandestinidad. Y el caso citado no es excepcional. Haga el lector, o lectora, un pequeño ejercicio del uso que entre nosotros tiene lo negro como sinónimo de lo negativo: “negra conciencia”, “negras intenciones”, “tiene el alma negra”, “tiene un historial negro”, “es la oveja negra de la familia”, ¿le seguimos?

El senador Ricardo Monreal, del PRD, escribió ayer en Milenio Diario su punto de vista sobre las explosiones de gasoductos y oleoductos de Pemex. Al referirse a lo que llama “violencia blanca” (descrita por él como la que “muestra un respeto hacia la integridad física de la población civil, hacia la vida de los otros”), también agregó lo siguiente: “¿Protesta ilegal, pero legítima? Va más allá de eso. Son causas justas, con métodos injustos. La violencia –así sea de color blanca– no se lleva con la democracia. Es cierto. Pero la ‘violencia blanca’ es un indicador de que enfrente aún existen zonas negras (énfasis mío, CMG) de la democracia que la alientan a manifestarse, como la desaparición forzosa de personas, la penalización de la protesta social o la derechización de la vida política. En pocas palabras, no hay Yunque sin EPR”. Por su trayectoria sería un despropósito decir que usó una expresión racista. Pero tampoco puede tomarse como una inercia que deba repetirse porque todo mundo en México, o casi, usa lo negro en los sentidos que antes hemos criticado.

Como todo, el lenguaje políticamente correcto tiene sus extremos. Umberto Eco juega satíricamente con algunas expresiones, que pretendiendo no ser ofensivas, terminan en malabares lingüisticos o francas ridiculeces. Por ejemplo, si alguien se ofende por ser llamado barrendero puede sustituirse el vocablo por “técnico ecológico”. Para no herir a una persona que fue despedida de su empleo se le puede categorizar como que se encuentra en “transición programada entre cambios de carrera”. Alguien no se encuentra encarcelado, sino “socialmente separado”. Si el empresario metido a político, o al revés, Silvio Berlusconi es chaparro y medio calvo, Eco, dice que para describirlo, al mencionar estas peculiaridades, tal vez podría decirse que es “una persona verticalmente desfavorecida pendiente de poner remedio a una regresión folicular”.

Por lo tanto, no exageremos, pero podríamos dejar de usar a Lutero y a lo negro como vocablos punitivos, como dagas.

 
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