Usted está aquí: martes 11 de septiembre de 2007 Opinión Manuel Marín: Imagen

Teresa del Conde/ I

Manuel Marín: Imagen

El artista objeto de estas notas es profesor, teórico del arte y matemático; cuenta con varias publicaciones, entre las que destaca Intenciones del ver. Al igual que otros colegas suyos, participó muy activamente en las acciones culturales que se desarrollaron en torno a la resistencia pacífica el año pasado. Uno de sus principales axiomas reza: “la mirada es inmediata. El ver no”. Entre sus proyectos colectivos, el más reciente es Metamorfosis, con sedes, dentro y fuera del país. Su mentalidad, conserva el espíritu infantil en el adulto y por lo mismo algunas de sus exposiciones, como Paraíso instante, presentada hace poco en la Galería Metropolitana, ofreció aparte de esculturas conclusivas, como sus ya famosas columnas e instalaciones, crucigramas interpretativos que tienen que ver con el juego, base de toda actividad creativa, según Freud.

Hace un año la editorial Petra, de Guadalajara, le publicó un librito delicioso dedicado a Juan O’Gorman. Lleva por título Un autorretrato pintándose, y se refiere al Autorretrato múltiple de las colecciones del Museo de Arte Moderno. Se supone que es un libro dedicado a niños, en realidad es un homenaje al centenario del nacimiento del muralista, arquitecto y pintor de caballete que pasó a retirarse por mano propia en 1982. Ha concluido la investigación para publicar uno similar sobre Manuel Rodríguez Lozano, pero debido a nociones inescrutables, aún no consigue el permiso para reproducir obras que, además, en su mayor parte, pertenecen a las colecciones del Instituto Nacional de Bellas Artes. Sucede que en ocasiones los “dueños” de los derechos de autor están en contra de cualquier acción verdaderamente cultural.

El pasado jueves 6, en el museo Carrillo Gil, fue presentada la más reciente de sus publicaciones: el libro titulado Imagen (también de Petra Ediciones). A lo largo de sus viajes, de su ininterrumpida labor docente, de sus observaciones cotidianas y hasta de sus insomnios, de siete años a la fecha ha ido anotando sus propios pensamientos en forma de aforismos, después sujetándolos a revisión integrando cadenas. Enumeró 5 mil 21 pensamientos expresados por lo común en un renglón. A eso sigue un cuidadoso índice de nombres que serviría de eje a cualquier interesado en las artes plásticas y que resulta, por tanto, fuente consultable para todo estudiante de historia del arte como también para cualquier artista, debido a que enlista 252 nombres de quienes le inspiraron aforismos. A las fechas de nacimiento y, en su caso, de muerte, se acompaña la numeración de los pensamientos que le sugirieron y eso es sumamente interesante de observar, porque no existe una jerarquización de altura o de importancia implícita en las respectivas frecuencias. Por ejemplo: Da Vinci cuenta con cinco, Caravaggio, igual que Giorgio Morandi, tiene 32; el Guercino 26 y el pesimbolista suizo Caspar David Friedrich (1774-1840), 35. Max Ernst tiene siete, José Clemente Orozco y David Alfaro Siqueiros tienen uno cada quien, lo mismo que Roger von Gunten; Jackson Pollok dos, el italiano informalista Emilio Vedova (1919), tres; Andy Warhol, seis, y Tiziano, 34.

Entre otras cuestiones a considerar, están las inclusiones insólitas. Creí que entre los integrantes del campo artístico –a este campo pertenecemos todos los intermediarios en diferentes disciplinas y actividades– sólo Jorge Alberto Manrique y quien escribe conocíamos a Tanzio da Varallo (1575-1633), pues bien, este tenebrista excepcional inspiró siete aforismos.

Los lectores de este singular libro pueden abordarlo como quieran, no buscando autores, sino instancias o denominaciones, como el propio término “imagen”, que produce consideraciones como éstas: “El diablo se disfraza de diablo porque no tiene imagen”, la momia es “imagen sin vida de vida futura”, o “la imagen no piensa”. (Claro que no, pero el autor sí, sobre todo si es fotógrafo)

No todos los pensamientos me resultan igualmente inteligibles. Por ejemplo: “Hay cosas que al transferirse a la obra como objetos, las leemos como formas”, en cambio me queda muy claro (y más ahora, debido a mis recientes actividades fridescas) que “el dolor como imagen no duele”.

Por cierto, el autor, salvo aquí y muy de soslayo, evitó cualquier alusión a Frida Kahlo y el aforismo citado responde a una moción subliminal de su parte, lo menciono porque él no es ni con mucho el único artista visual de las generaciones inmediatas a la Ruptura que ha eludido cualquier participación, así sea como espectador, en las actividades que se han desarrollado paralelamente a las exhibiciones celebratorias del centenario natal de la famosa hija de Guillermo Kahlo. Hice una breve encuesta: los artistas nacidos en los años 50 no están entre el público fridesco y los de la Ruptura (excepto Tomás Parra, siempre interesado en museografías y curadurías) tampoco.

Ese fenómeno no es ni positivo ni negativo, y a propósito del mismo conviene citar el siguiente aforismo del libro de Manuel Marín: “Cuando la imagen habla, se ha convertido en signo y no es más imagen”.

 
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